Es un gusto ver como no se han detenido los actores culturales activos que mantienen viva la memoria del trauma chileno, sobre todo cuando es en cine, ya que dado sus características, las visiones e interpretaciones filmadas pueden ser apreciadas por un público más amplio que el de una canción, poema, mural o trabajo académico. Así, su capacidad para traer lo silenciado al debate público es proyectada en las pantallas nacionales e internacionales, criticada en revistas y reflexionada en medios como este.
Dicho esto, Allende en su laberinto es una extraña manera de dar voz a lo silenciado y rendir honores a la memoria.
Esta cinta sigue el esfuerzo anterior de Littin (Dawson, Isla 10, 2009) de representar la gran historia de Chile. Aquella más conocida y sociabilizada. La tendencia en los últimos años en el cine chileno ha sido mostrar y representar historias más íntimas, en primeras personas, con personajes comunes y/o reales que enfrentaron el trauma acontecido como mejor pudieron y lo recuerdan (y verbalizan y visualizan) para que desde sus experiencias se reinterprete la complejidad. Allende en su laberinto, en vez de continuar esta tendencia, se aleja de lo novísimo, desencantado, centrifugo y de la post memoria, para presentar un Allende perdido en un laberinto de edición confundida, que si bien deambula por la cinta, pareciera que también deambula por la historia. La cinta propone una visión íntima de una figura pública, pero en vez se queda entre la grandilocuencia del famoso casco y la ficcionalización e idealización de cómo debieron haber sido las angustiosas últimas 7 horas en La Moneda.
La ficcionalización no sería un problema, si apelara a romper con la figura idealizada. En Chile son pocas las películas de ficción que representan a Allende y sus ministros o a Pinochet y los generales. Parecieran ser figuras intocables de la historia por respeto o quizás por permanecer alejados de la controversia. Las que sí se han basado en torno a estas figuras en el cine reciente, lo hacen desde la evidente performance, como es el caso de El astuto mono Pinochet en La Moneda de los Cerdos o 1973 Revoluciones por minuto. En este sentido Allende en su laberinto (y Dawson, Isla 10) son bienvenidas. Pero, si las cintas continúan con la idealización, ¿se convierten en narrativas para pensar distinto sobre estas figuras, y logran que nos identifiquemos con los intocables? Allende en su laberinto continúa con la mitología idealizada. Aún más, en como lo hace se presenta confundida entre el probable caos y la angustia de las últimas horas y termina por ser a ratos una representación banal del evento. Esto se representa mejor en la presencia del GAP, la guardia del presidente conocida como Grupo de Amigos Personales, a quienes la historia le debe muchos de los testimonios de este día, sin embargo en esta cinta son silenciados, tratados como parte del decorado y presentados peligrosamente similar en sus movimientos a Los Ángeles de Charlie.
Con respecto a la ficcionalización, que interesante hubiese sido un guión más íntimo, con más fantasmas del futuro que no fue, de las malas decisiones del pasado, fantasmas de quienes morirían en los siguientes años y del futuro que sí pasará. Más mea culpas, más discusiones reflexivas (al estilo de Compañero Presidente, 1971) más niños de Palmilla que pueden o no haber sido Littin, más discusiones con apariciones de amigos como con Eduardo Perro Olivares (Horacio Videla) y la sutil simpleza del diálogo imaginario de la grabación de adiós. Esa ficcionalización hubiese sido una gran reflexión de la política de la Unidad Popular, del pensamiento político de la época desde Allende, pero también de sus seguidores y detractores, fantasmas todos en las angustias de pensar qué le pasaría al país. Sin embargo, la película sólo flirtea con estos momentos y así, la potencialidad de ser una reflexión profunda de la política y lo político y de lo que implicaba el Golpe para la gran historia de Chile queda sólo relegada a breves momentos.
En cambio, combina estos momentos más o menos expresivos con una intención de mostrar cómo fue vivir el golpe en los zapatos de Allende. Acá se aspira al realismo con fotografías en los muros, lecturas de prensa del día, el vestuario de Daniel Muñoz. Aquí, la cinta también se queda corta de lo que podría haber sido. Un thriller sicológico de acción y estrategia, en donde el laberinto de posibilidades de salvar el país y el gobierno se va cerrando. Una reinterpretación de los movimientos militares, de las interacciones, de la logística en este momento que a todas luces es una táctica de guerra. Una película de planes, decepciones y traiciones. De movimientos de aviones, de comunicados radiales (¿Se escucharon los bandos dentro de palacio?, porque si se incluyen, que sean en pos de ese thriller de acción y estrategias armadas, y no como decoración y relleno aural). En esta cinta que no fue nos podríamos haber cuestionado “¿Hubiese hecho yo lo mismo que Allende en este “tránsito histórico?” “¿Hubiese aceptado la ayuda de Henríquez?” “¿Hubiésemos pedido al pueblo que no se levante?”
Sin embargo esto no sucede, es difícil sentir una personificación con un Allende, muy bien actuado, pero que desde el guión se nos plantea dispuesto a dejar sus ideales (la vía no armada) con justificaciones sin profundidad. Sumado a esto está la incapacidad de conectarse emocionalmente con quienes lo rodean en estos duros momentos, particularmente con las mujeres de su vida. Ejemplos son cuando se despide de sus hijas, la reacción ante el telegrama de Estoril, o cómo reacciona ante la triste noticia de Payita, a quien tiene tiempo de darle una flor, pero desde un desapego de lo que está sucediendo. La conexión emocional destruida, de un Allende ya en vías de despedirse, se destacan en la repetición de los versos “tu nombre me sabe a hierba.” Que no se pueda recordar el final de la canción/poema y cuando sí se logra ejemplifican la mitificación de esta relación también.
Lo sé, es un sin sentido hablar de las películas que podrían haber sido. Sin embrago esta cinta es de aquellas que evoca otras cintas, que da ganas de comparar, de re-estructurar, de reeditar.
Los abundantes interiores nos permiten sentirnos atrapados. Los paseos por el Palacio, las carreras sin sentido por las escaleras, el paso de salón a salón, la desintegración de los pasillos – y sus esculturas- la ceguera del humo que nubla y confunde el espacio, ayudando a cuestionarse si el golpe es un sueño o no, nos permiten ponernos los zapatos presidenciales a momentos. Sin embargo la estrechez de las locaciones y de los planos, la repetición de las tomas de tanques asediando las calles, también nos plantea la pregunta de si esto se hizo para crear ese sentimiento de claustrofobia o imposibilidad de hacerlo de otro modo. Aún más, la edición no lineal, que parte con el famoso discurso -que escuchamos nuevamente tras el bombardeo y el desorden de las intervenciones de radio militar, nos presenta una cinta que camufla la estrategia del golpe y la traición a la historia de aquel día. Además, en vez de permitirnos por 90 minutos ser uno de los líderes mundiales que vivió la Guerra Fría más desmedidamente, la cinta con su edición confundida, bandos desordenados y saltos temporales, nos hace casi olvidar la singularidad del evento histórico, minimizando su significancia. Sobre todo cuando muere el joven de Palmilla en los brazos del Presidente, ad portas de su despacho (y por ende de Allende). Sin embargo los militares no alcanzan a Allende, es más, desaparecen de la acción y sólo aparecen más adelante con el desenlace de la acción y de la vida del presidente. De esta manera, y por la edición, el laberinto es físico, temporal y ciertamente visual.
Esto no hace que el espacio claustrofóbico sea protagónico. Curiosamente tampoco vemos al pueblo y seguidores. De alguna manera el presidente tampoco es el protagonista ya que se disuelven en la edición, el humo, y el laberinto que es el palacio.
Allende en su laberinto, está necesariamente evaluada a través del manto de la expectativa de las múltiples apariciones en prensa que por años lleva revelando información, particularmente, durante el casi año de fechas de estreno en prensa -de abril del 2014 a marzo del 2015-, así como que fue titulada Allende, tu nombre me sabe a hierba, por algunos años. Esto también entra en conflicto con las noticias de otra cinta sobre el presidente titulada Allende; una coproducción argentina, chilena y canadiense, dirigida por el uruguayo Adrián Caetano, e interpretada por el comediante Juan Carlos ‘Palta’ Meléndez, quien incluso se sometió a una cirugía dental para interpretar al presidente. La factura de Allende en su laberinto nos lleva a pensar en otra película nuevamente. ¿Qué nos contará esta nueva cinta?
Bossay, C. (2015). Allende en su laberinto, laFuga, 17. [Fecha de consulta: 2024-12-30] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/allende-en-su-laberinto/743