El liberalismo a menudo ha sido criticado (correctamente, en mi opinión) por su firme énfasis en los medios antes que en los fines, en los procedimientos antes que en los objetivos. Como Carl Freedman lo explica en su gran crónica sobre Richard Nixon:
“El liberalismo parte por renunciar a la política social positiva en favor de un procedimentalismo formal, confiando pragmáticamente en que la aplicación de cierto número de reglas “funcionaran” en el sentido de alcanzar los resultados más justos posibles de obtener. Pero esos resultados están absolutamente excluidos por el impulso liberal previo de no aplicar el fundamento de la justicia: que la justicia es una meta social de contenido positivo y determinado…” 1The age of Nixon. A study in cultural power
En otras palabras, el procedimentalismo liberal se preocupa de que las acciones sean conducidas “correctamente” sin preocuparse si el resultado de la acción es realmente justo. Si la corrección de la justicia es un ideal regulador kantiano el liberalismo de los siglos 20 y 21 está obsesionado con el aspecto “regulador” en y por sí mismo, al punto de olvidar el “ideal” que es lo que verdaderamente importa.
El procedimentalismo liberal es un aspecto de la “razón instrumental” sobre cuya aniquilación de la verdadera racionalidad Horkheimer y Adorno nos advirtieron dos tercios de siglo atrás. En todo caso este procedimentalismo se ha vuelto hoy incluso más pronunciado de lo que fue en la mitad del siglo 20. Se ha vuelto casi la base incuestionable de todos los aspectos de gobierno y vida social. Todo, desde las “reformas” que actualmente diezman el sistema educacional de Estados Unidos hasta la forma en que se maneja la política exterior y militar de norteamérica, se adhiere a una estricta lógica procesal. (En un análisis social completo podríamos decir que de hecho tiene un fin: aumentar la acumulación de capital por la pequeña minoría que lo “posee” y el desposeimiento exacerbado del “99%” de los Estados Unidos, por no mencionar el mucho mas severo desamparo de la pobreza global. Pero, por supuesto, este “fin” no se manifiesta publicamente. Y, como señaló Marx hace mucho tiempo, el “fin” de la acumulación de capital no es realmente un fin o un objetivo, ya que no hay ninguna meta a la vista aparte de su continua expansión exacerbada. A gran escala, el capitalismo es en sí mismo un proceso “liberal” de procedimentalismo sin ningún objetivo externo o adicional).
Supongo que es porque vivimos en una sociedad procedimental tan abrumadora que el género de lo procesal se ha vuelto tan ubicuo en la televisión y el cine. Este género era conocido como el “policial procesal” (o “policial de investigación”) ejemplificado hoy por (por ejemplo) el siempre popular grupo CSI de los programas televisivos. Pero los procesales también se han vuelto el género esencial para algunos de nuestros más interesantes directores. De esta forma Oliver Assayas nos presenta un procesal de terrorismo (Carlos) y David Fincher nos entrega procesales del detective trabajando fuera del departamento de policia (Zodiac) y de estrategia corporativa en la era de internet (The Social Network).
Eso es, para mí, lo notable de Zero Dark Thirty. Anteriormente, al escribir sobre Kathryn Bigelow señalé que su técnica caraterística como director es sumergirse, y sumergirnos, en el elemento, o el ambiente, en donde la historia tiene lugar (la noche en Near Dark, la playa y las olas en Point Break, el ámbito de la vida psiquica interior como realidad virtual en Strange Days y el desierto en The Hurt Locker). También indiqué que The Hurt Locker marcó su acercamiento hacia el género de lo procesal con la finalidad de expresar esa realidad elemental (la que no parece ser “política” solo porque es, de hecho, la condición previa necesaria y el recipiente de lo político).
Tal vez sea porque soy un obstinado defensor de la teoría de autor, pero encuentro que los mismos principios también funcionan para Zero Dark Thirty.
Zero Dark Thirty es el non plus ultra del procedimentalismo, es su mayor expansión y su reductio ad absurdum. Trata completamentamente acerca del proceso muy cercano a lo interminable de buscar y eliminar a Osama Bin Laden. La premisa y el ímpetu inicial de este proceso por supuesto es la mitológica demonización de Bin Laden como el culpable máximo responsable por el 9/11. Pero, en el incansable procedimentalismo que la película nos presenta esta meta o razón se corroe. La tortura por la que el film se volvió polémico por retratar por supuesto es parte de eso. Pero también lo es el proceso de relacionar meticulosamente la información irrelevante, el descubrimiento accidental de pistas en viejas grabaciones, el seguimiento repetitivo del vehículo del mensajero sospechoso, los interminables encuentros burocráticos en donde los oficiales buscan decidir si la información es válida y qué deberían hacer con ella y, por sobre todo, la operación militar durante los últimos treinta minutos de la película (¿se ha representado antes en cine una acción militar enfocada en las técnicas operativas con tanta meticulosidad, de forma que se ve completamente desprovista de parecido al horror de la guerra y a la gloria y el heroísmo que tan a menudo son invocados para justificarla?). La meta ha sido tan absorvida en la rutina procedimental que el aparente clímax de la película, el asesinato de Bin Laden, sucede fuera de pantalla, y apenas alcanzamos a entrever el cadaver, sellado en una bolsa, lo que quiere decir que es tratado completamente (y literalmente) de acuerdo al procedimiento operativo estándar.
La película realiza una especie de amague al suponer que su verdadero tema es la pasión de su protagonista, Maya (Jessica Chastain), la que continuó dedicándose a la búsqueda de Osama cuando el resto renunció ha hacerlo. Pero su obsesión está contenida y es articulada completamente por el procedimentalismo que conforma su trabajo como analista de la CIA y que parece ser el único mundo que conoce. A cada acción potencialmente dramática con la que se encuentra (incluyendo bombardeos o asaltos armados) se le elimina el drama y se le somete a la rutina procesal. Cada afecto y cada razón por la que hace lo que está haciendo se absorbe en un hoyo negro. Por eso es que Maya parece tan vacía al final de la película.
Nos encontramos inmersos en un ambiente tan abrumador en Zero Dark Thirty como en cualquiera de los filmes de Bigelow. Pero, en este caso, el ambiente es el abrumadoramente anónimo del Big Data, de la abrumadoramente repetitiva acumulación de “información” (ya sea de tortura, vigilancia, búsqueda física o recopilación de registros) y de instantaneidad (la aniquilación de la duración) mediadas a través de monitores de video y tecnología de telecomunicación.
Mientras veía Zero Dark Thirty me pareció que la insistencia con se representaba todo esto era casi insoportablemente intensa. Nunca había visto (u oído) un retrato tan poderoso (o, más bien debería decir tan poderosa puesta en escena) de disolución entrópica y deterioro. Todo significado y todo sentimiento fue vaciado ante mis ojos y oídos sin siquiera tener la posiblidad de algún tipo de finalidad o conclusión negativa. Me di cuenta que esta extraña intensidad invertida no le gustaba a nadie, es por eso, creo, que a mucha gente que conozco la película le pareció tediosa y aburrida (pero reacciones tan diferentes por supuesto están, como sabía Kant, fuera de discusión).
De cualquier forma, Zero Dark Thirty encarna la verdad del procedimentalismo liberal como principio organizador de toda la gobernabilidad y la vida social hoy en día. Encarnar y testificar una verdad en esa forma no es lo mismo que ofrecer una “crítica”. En este sentido, es absolutamente cierto que la película no propone ninguna crítica del uso sistemático de la tortura por parte de nuestro gobierno. También es absolutamente cierto, al menos en un sentido literal y banal, que tampoco (tal como los mismos realizadores han asegurado defensivamente) la película “promociona” la tortura. Pero creo que tener una discusión a ese nivel no va por el lado correcto. La crítica es importante, pero no lo es todo. Se puede que discutir que, a estas alturas, incluso la crítica más precisa no consigue mucho, ya que forma parte de un procedimiento muy predecible. Encarnar la verdad de una situación, como creo hace Zero Dark Thity, tiene consecuecias estéticas y políticas importantes, quizás más importantes que las que provienen de realizar un juicio moral y preciso. Zero Dark Thirty no nos muestra una salida de la pesadilla del procedimentalismo liberal, pero vuelve visible esa pesadilla en un momento donde su pura ubicuidad podría hacernos darla por sentada y, por lo mismo, ignorarle.
Shaviro, S. (2013). Zero Dark Thirty, laFuga, 15. [Fecha de consulta: 2024-11-23] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/zero-dark-thirty/654