En un cuento de Bolaño, El hijo del coronel, el narrador abre así su relato: “No os lo vais a creer, pero ayer por la noche, a eso de las cuatro de la madrugada, vi en la tele una película que era mi biografía o mi autobiografía o un resumen de mis días en el puto planeta Tierra”. Se trata de una historia de zombies en una base militar, una historia cuyo “trasfondo político” es “Arthur Rimbaud y Alfred Jarry. Pura locura francesa”. El lector debe conjeturar dónde puede estar, en la cadena de persecuciones y hechos sangrientos y fantásticos, la vida del narrador. Sin embargo, este capricho o enigma bolañeano resume los planteamientos más recientes en torno al género autobiográfico: existen innumerables formas de contar la vida y quizás uno de los aspectos más importantes de este tipo de narraciones, en un plano estético, es el nivel de autoconciencia que pueden alcanzar y el despliegue de una subjetividad que no escatima recursos para expresarse. Borges lo decía de este modo en Otras inquisiciones: “Simplifiquemos desaforadamente una vida: imaginemos que la integran trece mil hechos. Una de las hipotéticas biografías registraría la serie 11, 22, 33… y otra, la serie 9, 13, 17, 21…, otra la serie 3, 12, 21, 30, 39… No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y con las auroras”. Ante la imposibilidad de contar objetivamente toda una vida, las narraciones autobiográficas, sobre todo las del nuevo milenio, no solo filtran a través de la memoria, sino que añaden a través de la imaginación, produciendo muchas veces resultados remecedores. Historias de los sueños, historias de las auroras y por qué no, también, hoy que están no tan curiosamente vigentes, historias de zombies.
El libro Documentales autobiográficos chilenos, de Michelle Bossy y Constanza Vergara, parte de la base de que la autobiografía tiene este carácter dilatado, móvil. En lo que respecta al propio documental, género fílmico que se esperaría vinculado a la verdad referencial, hacen hincapié en el uso barroco de la palabra “documento”: consejo, enseñanza o aviso, que en la Ilustración adquiere la impronta objetiva, de atestación de la realidad, popular en nuestros días. Cito a las autoras: “Ese énfasis en la objetividad muchas veces ha puesto al documental al servicio de las ciencias, del periodismo y de otras disciplinas ocupadas de la exploración, la explicación y la documentación del mundo y de los sujetos (…) El documental autobiográfico cuestionaría esas presunciones, intentaría recuperar ese sentido subjetivo del documento” (p. 14); se convertiría de este modo en el envés de las producciones documentales tradicionales y, de acuerdo con las autoras, en un singular espacio de expresión de lo reprimido. Es precisamente el hecho de que ocupe este lugar, que no es el del documental “objetivo” ni tampoco el de la ficción, lo que hace del género algo tan especial.
Los recursos empleados por los realizadores son variados, destacando sobre todo la entrevista y la exploración del archivo familiar. La literatura ya proyecta esa relación entre el archivo (las cartas, las fotos, los diarios) y el montaje autobiográfico, en una relación de contrapunto y también, como dicen las autoras, de tensión con el archivo oficial.
El texto de Vergara y Bossy es breve, preciso, aportador. Proveen de un marco teórico para entender tanto la autobiografía en la contemporaneidad, como para conocer algunos aspectos de la reflexión actual en torno al documental autobiográfico, sobre todo en Estados Unidos y Europa; en este sentido, la bibliografía y referencias son generosas. Pero interesa sobre todo el que las autoras arriesguen una lectura de los últimos treinta años de producción documental en Chile: toman como antecedente de la producción actual Eran unos que venían de Chile, de Claudio Sapiaín, de 1987 y abordan narraciones muy recientes, del 2010. Se trata de quince documentales, que las autoras describen y analizan, procurando establecer una clasificación que, lejos de reducir a un párrafo los contenidos y formatos de estas producciones, abren y revelan los diversos modos del relato autobiográfico chileno, trazando tendencias y vacíos de un corpus creciente.
En el corpus tratado ellas advierten principalmente tres temáticas: “Los relatos del presente”, que con la forma de documentales epistolares o diarios fílmicos, más que construir historias, “reúnen fragmentos para entretejer una mirada particular a un momento específico” (p. 8), “Los retratos familiares” en que priman las estructuras dialógicas, la interrogación sobre el otro o lo que también se ha llamado “heterografía”, escritura de los otros, que en este corpus sedimenta casi siempre en el secreto o el silencio familiar. Por último, están “Los trabajos de memoria”, que procuran articular memoria individual y colectiva, en relación sobre todo con el trauma de la dictadura militar. Entre las conclusiones, me parece fundamental que las autoras subrayen hasta qué punto estas historias son principalmente acerca del duelo y la filiación: “no hemos encontrado narrativas que aborden problemas de identidad cultural” (p. 47), escriben. A mi modo de ver, esto es curioso en un país como el nuestro, en que la discriminación sexual, racial y de clase es tan poderosa. Ellas arriesgan una explicación: el eventual rechazo de colectividades o minorías hacia un género autorreferente o autocentrado, asociado con el tradicional discurso individual en Occidente.
Otros rasgos son igualmente dignos de atención, como por ejemplo el escaso diálogo que hay entre estas producciones y también la seriedad de casi todas ellas, la ausencia de humor y de autoficción, lo que yo llamo nuestra solemnidad narrativa, que en el caso de estos documentales puede tener relación, según sostienen las autoras, con la convicción de que una producción de este tipo debe tener algo importante que contar. Hace unos meses, en su columna de la “Revista de Libros”, Ignacio Valente esgrimía ese tipo de argumentos en torno a la autobiografía: la importancia de lo narrado, la relevancia de algunas vidas por sobre otras. Lo que los textos autobiográficos contemporáneos vienen demostrando, sin embargo, y no sólo en Europa o Estados Unidos, sino también en las literaturas vecinas, es precisamente lo contrario. Son las mismas narrativas, su disposición, su capacidad de autoinvención, su irradiación estética, las que en sí hacen interesante al género. El análisis de Bossy y Vergara pone el ojo, precisamente, en estos giros y posibilidades y por lo mismo ellas construyen no sólo un texto bien documentado y organizado, que divulga e incluso retroalimenta y enriquece la creación audiovisual, sino que es también un libro breve y sustancioso, de bello diseño y absoluta actualidad, a cuyos contenidos se puede acceder además on-line, en la web Documentales Autobiográficos Chilenos.
Amaro, L. (2012). Documentales autobiográficos chilenos, laFuga, 14. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/documentales-autobiograficos-chilenos/540