Imaginar el futuro parece ser un acto enraizado en la idea de Modernidad como proyecto político y emancipatorio, la Utopía su cristalización fabulada en mundos posibles, escudriñados en la vereda del optimismo.La ciencia ficción, ficción especulativa o relato de anticipación tiene una conexión profunda con estos deseos, teniendo presente desde sus inicios tanto una fe en el desarrollo técnico y científico como su contracara: de aquí la aparición de estos Monstruos que no dejan dormir a la razón, trasplantados de sueños y pesadillas, procedencias remotas venidas del área del mito, gestadas en cada época en que la duda acecha como sombra el desarrollo de la Historia. Es desde aquí donde la refracción, la idea de un cierto retardo o la simple sospecha parece haberse enraizado desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días: la construcción de unos otros espacios (heterotópicos), en los cuales se habría cultivado un saludable pesimismo, una mirada cruenta, onírica, temerosa, pesadillesca y fascinante, hacia una modernidad desahuciada, e imposibilitada de imaginarse a sí misma bajo una imagen positiva, ingenua, inocente. La década del ´60 será un momento cúlmine, y contendrá tanto los últimos proyectos utópicos (los hippies y las revoluciones espontáneas del ´68 pero a su vez, el comienzo de la neurociencia y la cibernética), como las grandes sospechas aún en curso.La distopía, como imagen negada, refractada, contradictoria, parece ser el punto de llegada de estos conceptos, y de ahí un vuelco de los grandes espacios exteriores, las conquistas territoriales hacia lo que James Ballard llamó “el espacio interior” de la ciencia ficción: es aquí donde empiezan las lecturas, las revisiones y las metáforas presentes en el cine del género, y por ende su potencia crítica. Los invitamos a re-ver y pensar algunas de sus imágenes.