Dossier: Laberintos imperfectos

Nuevas series policiales

 

Imaginemos Twin Peaks, el pueblo. Imaginemos que en la cafetería, matan el tiempo la señora Fletcher, Remingtone Steele, Columbo y Koyac. En la barra, en tanto, Dale Cooper bebe solitario un café bien cargado. Todos lo saludan con respeto. Nadie habla, pero todos cavilan sobre lo mismo ¿qué temáticas o giros da el policial en las series de los últimos años? ¿qué hay de nuevo? ¿han cambiado los detectives? ¿hay nuevos laberintos en la escena del crimen?

Por fuera de la cafetería se pasean Sarah Linden y Holder. Robin Griffin, Stella Gibson y Ryan Hardy caminan por separado, este último con un libro de Poe en la mano. Los hermanos Deborah y Dexter Morgan conversan en una esquina. Sonya North y Marco Ruiz miran con recelo a Saga Norén y a Martin Rohde, que están al otro lado del puente. Jack Bauer solo tiene 24 horas para estar en el pueblo. Rust Cohle y Martin Hart observan todo desde un rincón más lúgubre. Raymond “Ray” Velcoro, Antigone “Ani” Bezzerides y  Paul Woodrugh están parados en línea sin dirigirse la palabra. Quinquin y Eve están tomados de la mano en una banca, atento a la escena, mientras Van Der Weyden y el teniente Carpentier, son meros observadores. Heredia y Fonseca no alcanzan a llegar a tiempo a la escena.

Y entonces ¿de qué hablan las series policiales de los últimos años? Pareciera que quisieran hablar de crímenes, violencia y sangre. Eso quisieramos que hicieran, y, por cierto, lo hacen. No obstante, a ratos olvidan las reverencias al género y se sumerjen en otros temas: la familia y los cuerpos desechados, la crueldad y lo grotesco, el mal y lo ilegítimo. A la vez, estos temas se diluyen en espacios abiertos, pantanosos o nevados, inabordables para los detectives o policías, exacerbando la imposibilidad de llegar a la verdad, gesto que replica el conocido devenir del género.

Los textos de este pequeño Dossier hablan de espacialidades, de vínculos con el género policial y de los giros que dan a partir de temas, digamos, nuevos. La lluvia se impone en The Killing, afirma Andrea Kottow, y con esta también la “banalidad de lo real con sus fantasmas”, porque no se imponen buenos ni malos, detectives ni villanos. No hay amor redentor en la serie, dice Kottow, las relaciones humanas son frágiles, Linden es huérfana, hay solo familias disfuncionales devenidas en “familias alternativas” que son las de los detectives y, en general, los personajes obedecen a sus fantasmas. Todo se lo lleva la lluvia y la familia no salva nada.

The Fall impide pensar, reclama Iván de los Ríos, ya que, erigida como crítica social a la violencia de género y al machismo, termina siendo un cúmulo de imposibilidades teóricas, ya que “el guión se articula en torno al contraste de figuras irresistibles enlazadas en una danza erótica y macabra”. En la series siempre se habla de otra cosa, en este caso de la narración como “arte de vigilantes” y práctica de espionaje, donde el ver y el mirar son articulados desde el deseo y el espectáculo del crimen.

En Ptit Quinquin Carolina Urrutia está atenta a los frágiles vínculos con el género policial, desarticulados y desmontados; a la composición pictórica de la narración; y a la desactivación del horror a través de la presencia ambigua de los niños protagonistas, que se acercan a los casos, de manera más precisa que los detectives a cargo, quienes en sí, son “apenas un bosquejo de ese prototipo” del policía clásico. Urrutia lee en la miniserie una “atmósfera pastoril y apacible”, un paisaje “infinito y sereno” en el cual comienzan a aparecer cadáveres, en el que la única “niebla”, es el rostro del policía Van Der Wyden.

Héctor Oyarzún ve en True Detective cierta actualización del Southern Gothic y en general del género policial, profundizando una lectura de lo grotesco y lo abyecto en la serie. Oyarzún sostiene que las deformaciones grotescas son el presagio y miedo al cambio, y que la serie de Pizzolatto expresa esos temores como “tangibles en la institución familiar”.

En Fargo, comenta Luis Valenzuela, el crimen excede su propia representación, porque este, en su exceso, difumina lo real, se diluye en los gélidos blancos parajes de la serie. El texto de Valenzuela sostiene que la familia deja en evidencia cierto tono conservador en Fargo, en tanto es la institución que, encarnada en los Solverson, carga con la roca de Sísifo en su intento por sobrevivir a la violencia.

Finalmente, Top of de Lake representa para Iván Pinto, la distopía social, “ahí donde solo hay amparo de lo ilegítimo”. Más que el caso y el expediente de Tui, Robin, en las lides del afecto más que la ratio, reclama los cuerpos, sobresaliendo la figura espectral de la víctima. La serie desvía los bordes del género policial, y en eso juega a favor el paisaje y su “pesada materialidad y belleza”. De ahí que Pinto, apueste por un uso del paisaje y el lago, no solo como escenario para la trama, sino como una materialidad que se vuelve protagónica.

Los laberintos en estas series son imperfectos y bloquean, en apariencia, el paso de estos nuevos o verdaderos policías. Dale Cooper asiente, tal vez, sabe que todos quienes están en este pueblo de series policiales —los pueblos de las series esconden el mal, el horror y la complicidad de sus habitantes—, no podrán salir de este con la verdad que alguna vez buscaron. Por cierto, saldrán con más dudas que certezas. Para los que están en la cafetería, es una realidad triste. Para los que están afuera, escépticos en su mayoría, esto no reviste mayor problema.