Existe un momento en La revolución de los pingüinos donde se establece el pacto definitivo entre la cámara, el espectador y los estudiantes movilizados. Esa escena, que ocurre en una de los primeros minutos del film, puede ser considerada una prueba de fuego para el trabajo del documentalista y, de alguna forma, hace posible todo lo que veremos después: entre medio de una de las primeras tomas en el Liceo de Aplicación, y justo cuando llegan las fuerzas del orden, la cámara debe optar donde ponerse. Hacia un lado de la reja, como acto de abandono de la escena, reporteros, periodistas, curiosos que se encontraban observando. Hacia el otro lado, como sabiendo que de esa situación no habrá retorno, Díaz se queda del lado del Liceo, y por ende, con los estudiantes. Pacto de confianza, entre los retratados y la cámara. Pacto con el espectador, con quien establecerá la enunciación de ahora en más. Con ese momento, decisivo, corporal, y con una pequeña cámara (y no mucho más), Díaz acompañará los siguientes días de la movilización estudiantil, registrando cada instante en que ella pasará de ser un pequeño altercado, a dar vuelta la situación política, abrir el debate sobre la educación a nivel nacional. Un hito histórico que vendrá desde aquellos “actores secundarios”, descartados del discurso político oficial.
Desde adentro, y cómplice, la narración enfatiza ese momento del cine, homologable al movimiento estudiantil. Los estudiantes tienen “su cine”, y tal cual ellos han sido objeto de las imágenes, Díaz hará contrabando: encarará a los periodistas de turno, que farandulizarán o intentarán bloquear el movimiento (Díaz registra los rostros, gestos, palabras de los burócratas de la información al momento de la confrontación con la ética), filmará al poder político y un intento, dentro de una casona de barrio alto, de negociar con los dirigentes (a lo que se niegan), y registrará, incluso, la gratuita violencia política a la que serán expuestos por parte de la policía.
Pero hay tiempo, también, para el momento histórico. En una vertiginosa escalada, los estudiantes doblegan la apuesta, hasta momentos profundamente emotivos. Ante cada negación, un nuevo momento: paro nacional, apoyo de movimientos sociales de todo el país (en una feliz secuencia, desfilan los discursos y dirigentes del norte, del sur, obreros, mineros…), ida al congreso, toma de la CEPAL. 5 ó 6 días en que el movimiento llegará a tener una indiscutible presencia pública.
Es cierto que el trabajo de Díaz exacerba el relato testimonial y la entrevista, acercándose peligrosamente al reportaje. Sin embargo, la forma en que se seleccionó qué material dejar adentro, y cómo narrarlo (con la notable ayuda de Pedro Chaskel en la edición), la presencia fuerte de un punto de vista ideológico (una claridad de la que pocos cineastas pueden presumir) y, sobre todo, el gesto de registrar de cuerpo presente el suceso, nos recuerdan que el cine es también ese momento preciso en que la cámara decide hacerse parte de un acontecer histórico-político, un acto de entrega aún necesario, pese al discurso derrotista en boga.
Pinto Veas, I. (2008). La revolución de los pingüinos, laFuga, 8. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/la-revolucion-de-los-pinguinos/98