Piotr

Una mala traducción

Por Álvaro García Mateluna

Biografía +
Álvaro García Mateluna. Licenciado en letras hispánicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente, cursa el magíster en Teoría e historia del arte, en la Universidad de Chile. Junto a Ximena Vergara e Iván Pinto coeditó el libro "Suban el volumen: 13 ensayos sobre cine y rock" (Calabaza del Diablo, 2016). Editor adjunto del sitio web de crítica de cine http://elagentecine.cl.

Director: Martin Seeger Año: 2011 País: Chile

 
 

Resulta de lo más agradable y sorpresivo este estreno, una pequeña comedia sin pretensiones que se fija mediante ingeniosas consideraciones en la obsesión del cine chileno, en la identidad nacional. El punto de vista es la mirada foránea de un protagonista y sus amigos que intentan sobrevivir en un país que no es el suyo. Como una suerte de inversión de Diálogo de exiliados, de Raúl Ruiz, los extranjeros se desenvuelven aisladamente en su patria de acogida manteniéndose aparte, dejando lo chileno en un segundo plano.

Piotr proviene de la inventada república de Nacrovia. Sin encontrar forma de mantenerse económicamente, decide concursar un fondo del Estado, postulando el montaje una obra teatral que resuma la historia de su patria de origen. Ayudado por sus amigos en la traducción del texto acerca de la historia de Nacrovia, se pone manos a la obra, pero con pésimos resultados. Además tiene una novia chilena con la que se manifiesta ambiguo. La llegada de su novia nacroviana le da refuerzos para continuar con su empresa, hasta llegar a resultados absurdos. Paralelamente se ve acosado por problemas en su permanencia en Chile. En estas circunstancias el destino de Piotr pareciera no ser más que el fracaso. El desencuentro entre Piotr y sus motivaciones conduce a una serie de situaciones que aportan la comicidad.

La clave está en el título: la mala traducción. Al traducir, fijar un significado con significantes extranjeros, hay algo que se pierde, por ejemplo la espontaneidad del lenguaje que debe ser recuperado por otro medio. También se pierden juegos de palabras y significados de doble o triple acepción. Traducir es una relectura, una reescritura. El juego es entonces el del significante, desplazar buscando una especie de sincronía. Después de todo la ficción propuesta por la traducción es creer que lo literal evoca pura referencialidad, consiguiendo una correspondencia inamovible y exacta “entre un objeto y la palabra y lo que la palabra representa, entre lo que el lenguaje dice y lo que quiere decir”. La traducción supone un original, pero lo que sucede, por ejemplo, durante los ensayos de la obra, es lo que Benjamin llamaría una mala traducción: la transmisión inexacta de algo inesencial, como lo son los episodios escogidos para llevar a escena, que carecen de coherencia. En cambio, lo que se obtiene es un desplazamiento del lenguaje.

En Piotr se presentan diferentes tipos de desplazamientos: una colonia de residentes extranjeros, otro idioma del que se habla en el lugar donde se desarrolla la película, un idioma inventado, un país de ficción ante otro real. Por ende, la película está completamente subtitulada y se juega con ellos: cuando un personaje habla poco, los subtítulos se extienden rápidamente sin que alcancemos a retenerlos, dejándonos, como espectadores, con la sensación de haber perdido algo. La transposición de la historia patria al arte en la obra de teatro. La traducción misma del texto, de ida y vuelta. Un protagonista despistado, una novia en su búsqueda, ella misma desplazándose por el centro de Santiago. Una obra de teatro imposible de concretar, ya que su dirección pasa de manos de Piotr a los actores y continuamente recibe cambios formales. El dejar fuera de la conversación a la novia chilena de Piotr cuando conversa con sus amigos extranjeros. Una ficción que hace guiños a lo antropológico (¿existe ese Nacrovia? ¿qué dialecto es ese?), y una mirada extrañada hacia lo que constituye Chile.

Si la identidad de los nacrovianos es ficcional, las referencias a Chile aportan una extraña sensación de reconocimiento. La película parte en el centro mismo: la Moneda de blanco un día nublado, locación absoluta en la memoria histórica del país, pero se escuchan unos perros. No, no es una película sobre el poder, es una comedia de desencuentros, y con la introducción de lo cotidiano, la banalidad de la calle, ésta se sitúa en el margen. Aunque gran parte del metraje ocurre en el Paseo Bulnes y los personajes comen completos, están circunscritos a su condición de colonia. Piotr no tiene más que amigos y familiares de Nacrovia, y una novia chilena que queda aparte, muchas veces silenciosa, sin entender una palabra.

La mirada foránea se sitúa además en gestos y ritos que parecen bizarros. Como la rutina de las marchas de carabineros que observa la novia nacroviana de Piotr. Nos detenemos con ella y los transeúntes. Miramos pasar la marcha algo sorprendidos y confusos. Qué esta pasando, por qué lo hacen, cuál es su sentido. ¿Acaso somos un país con ritmo militar, como dijo alguna vez Gabriela Mistral? Lo mismo cuando cada día está puntuado por el carabinero corneta que toca una diana.

Por otro lado se apuntan variadas referencias cómicas a la chilenidad. Como los fondos concursables, vitrina cultural escogida democráticamente por internet, o el título de la obra “Comedia sexy social”, designación para cierto tipo de cine chileno, o la identificación del régimen de gobierno chileno como una “vulgarocracia”, donde gobierno y oposición aparecen juntos en las fotos de diarios y revistas. El espejo contradictorio entre Nacrovia y Chile también hace una anotación sobre quién gobierna: Nacrovia fue un país que pasó de una dictadura democrática a una revolución aristócrata. Finalmente, nos encontramos con la burla hacia los juegos tragamonedas y el reggeaton, con una canción que desnuda su sentido último.

Piotr, una mala traducción es una película que pone en presencia la opacidad. El texto mal traducido toma su revancha y la pantalla se oscurece. Un negro sobre negro donde tenemos que manejar nuestra competencia con los signos, lo que pone en duda la confianza en ellos. La credulidad ante los subtítulos la suponemos como nuestro Hilo de Ariadna que nos llevará de vuelta al sentido. Pero ¿si los signos son libres, arbitrarios, y no nos están engañando todo el tiempo?

 

 
Como citar:
García M., Á. (2011). Piotr, laFuga, 12. [Fecha de consulta: 2024-04-19] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/piotr/468