En el primer encuentro con Violeta se fue a los Cielos, podemos determinar que éste es un film de presencias; de presencias fantasmagóricas y de muerte, de sonidos reminiscentes e imágenes reiterativas que recorren y construyen un contexto y un imaginario cargado de simbolismos. Podríamos decir que Violeta es también una decisión. Una decisión por tomar a un personaje épico y desarrollar un biopic, que como todos, no satisface la carga histórica, y que por esto mismo, vale la pena ver.
El acceso a la película se da por medio del sonido. El crujir de las tablas, la voz de Violeta, y el plano fijo de un ojo, viejo, imagen que se traslada a un brumoso bosque, donde yace una Gallina, Violeta camina por el bosque; luego la veremos caminando por los pasillos hacia lo que será su última entrevista. Corte. Una Violeta pequeña come maqui y las frases, que luego sabremos corresponden a las últimas, se escuchan de fondo. Este primer minuto y medio nos adelanta que estamos ante un film con un interesante montaje, característica que termina por ser lo más interesante de un biopic de proporciones (y pretensiones) como éste.
Estructurada a partir de una narrativa anacrónica, donde las desarticulaciones temporales y el rol de la memoria confluyen para reconstruir, no la vida, sino los momentos más importantes o significativos del personaje, y he aquí la importancia en la decisión por desarrollar únicamente ciertos momentos, aquella que siembra detractores y fanáticos de la película – nunca nadie queda conforme-. Con un tratamiento tangencial hacia los acontecimientos que de alguna forma marcaron la importancia de Violeta en relación con su retorno a Chile: su viaje a Europa, su exposición de telares en el Louvre, hacen que Violeta se construya a partir de su relación con el otro y la memoria que desde allí se constituye. El leivmotiv, decisión formal que define la carga subjetiva del film, hace patente ese deseo por enfatizar la presencia de la muerte y de lo fantasmagórico: personajes que aparecen y que se hacen presentes como espectadores al momento del suicidio, como también escenas de cementerios, ataúdes y pequeños angelitos, figuras recurrentes que funcionan como augurios de muerte.
La constante presencia de los muertos (y signos de muerte), anticipada por el crujir de las tablas (que acompaña a Violeta en el suicidio), define una intencionalidad por dotar al sonido (o ruido) una consciencia que nos permite acceder a ese algo que recubre el film, esa presencia fantasmagórica que, como niebla, se va despejando hacia el final. La Gallina, el personaje sufrido según la misma canción de Violeta, que caminando por el bosque, sola, esperando ser atacada por el Gavilán, será una imagen reiterativa y reminiscente a la misma protagonista. El ojo de la Gallina, ya hacia el final, nos guía hacia el inicio del film, a ese primerísimo plano de un ojo viejo, que ya ahora, sabemos corresponde a Violeta. De esta manera, la gallina y Violeta se funden en un solo protagonista, dejando en claro el simbolismo del film, la constante lucha de ella por sobrevivir a aquello que busca imponérsele.
De una factura que deja ver la correctitud fílmica y narrativa de Andrés Wood, donde lo que más sorprende y destaca es el montaje de parte de Andrea Chignoli, que le da una vuelta al biopic tradicional, abandonando las pretensiones de reconstrucción histórica, aceptando el desafío e instalándose desde un área reminiscente, pero más interesante formal y narrativamente. Violeta… es un film que transcurre en la memoria y logra subsistir por medio de los fantasmas que dotan al film de esa presencia mortuoria que regresa una y otra vez.
Lathrop, A. (2012). Violeta se fue a los cielos, laFuga, 13. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/violeta-se-fue-a-los-cielos/485