En Mami Te Amo, su primer largometraje, Elisa Eliash definió su universo tomando como objetivo la indagación en la subjetividad sustentada sobre las ambivalentes propiedades del punto de vista con la cámara. En aquel filme Eliash reduce el foco, deforma el encuadre, satura el brillo, limita la paleta cromática. Son todas maneras de restringir la visión y de empatizar desde la forma con el padecimiento de su protagonista, una niña que observa perpleja cómo su madre se enajena debido a una ceguera avanzada e irremontable.
Aquí Estoy, Aquí No reincide en esa subjetividad desde una lógica que ya no es sólo visual sino también una aproximación a la conciencia que se expresa en un montaje elíptico y brusco como motor de esta comedia. Esa subjetividad extrema es Ramiro, un periodista obeso, sucio y haragán quien, después de ser testigo o partícipe en un accidente de auto –la cinta nunca lo aclara del todo–, se embarca en un encargo para escribir la biografía sobre una olvidada diva del under musical chileno. La trágica muerte de la mujer y la aparición de otra chica idéntica relativizan las pocas certezas que el relato maneja con bastantes libertades.
El accidente funciona en más de un sentido como una vuelta de campana sobre la claridad expositiva, al punto que de ahí en adelante es difícil saber cuán fiable es el relato que expone su protagonista y esa concepción engañosa lo hace empalmar bien con Vértigo, de Hitchcock, referencia que el márketing de la película ha hecho explícita y que muy probablemente se siente pesada en el contexto narrativo de Aquí Estoy, Aquí no.
A partir de Vértigo, Eliash desarrolla la obsesiva personalidad de su protagonista, y su claustrofobia hacia los autos, que eventualmente lo limitará en sus objetivos afectivos, además de la idea del segundo amor, la segunda oportunidad. Todo ello no es aquí más que un punto de partida porque los méritos del filme no suscriben tanto a esa cinefilia declarada, sino a su capacidad para construir personajes insólitos como los que aquí desfilan.
En una zona, el filme se emparenta mejor con los recorridos urbanos de Cristián Sánchez, y la descripción de universos poblados por seres mezquinos y tramposos. La película de Eliash tiene esa vocación por referir a espacios concretos y reconocibles. Providencia, Fantasilandia o el Cerro San Cristóbal son relevantes en el deambular de sus personajes, pero lejos de su naturaleza geográficamente realista Eliash imprime a esos espacios una cualidad alucinatoria que reafirma el territorio movedizo en el que se transa su historia desde el comienzo.
El filme es fascinante por este concepto, por volver extraños lugares cotidianos, por darle a su película el poder de una ensoñación delirante y por entregarle el control enteramente a su fascinante protagonista quien, en su desconexión progresiva con todo tipo de socialización, justifica esa intrincada red narrativa que Eliash pone en marcha. A pesar de que sus referentes se sitúan en la estabilidad expresiva del cine clásico, Aquí Estoy, Aquí No es una película compleja llena de saltos temporales y metarelatos, y en ello la directora da cuenta de su opción por asumir la parcialidad del punto de vista. Esto, claro, genera riesgos y quizás en esas libertades el filme deja, especialmente al final, más cabos sueltos que lo aconsejable. Como sea, el suyo es un camino de exploración y un gran punto a su favor es que construye un universo que le debe menos a los diálogos que a la puesta en escena su efectividad como comedia y como cine químicamente puro.
Blanco, F. (2015). Aquí estoy, aquí no, laFuga, 17. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/aqui-estoy-aqui-no/753