En 2003 estalló mediáticamente el denominado “Caso Spiniak”, en donde se descubrió una red de prostitución infantil y de abusos sexuales que estaba liderada por el empresario Claudio Spiniak Vilensky y que puso de manifiesto la relación que existía entre el empresariado y el mundo político tradicional. Este vínculo fue expuesto por la en ese entonces diputada de RN, Pía Guzmán, quien apuntó a reconocidos políticos de algunos de los partidos más representativos de la época, a saber: Nelson Ávila del PPD, Andrés Zaldívar de la DC, Carlos Cantero de RN, y Jovino Novoa y Carlos Bombal de la UDI.
Casi veinte años después de la aparición de este bullado caso en los medios de comunicación de la época, se estrena Blanquita (2022), una película dirigida por Fernando Guzzoni que lleva a la pantalla el escándalo político y judicial del “Caso Spiniak”. Esta cinta sigue la tónica de lo que ha venido realizando el director en los últimos años con películas como Carne de perro (2012) y Jesús (2016), en donde toma de la realidad social y política del país una chispa que permita dar paso a una narración que ilumine la intrincada relación entre la violencia, la búsqueda de justicia y la impunidad.
Esta película en cuestión sigue a Blanquita (Laura López), considerada como una testigo clave dentro del caso, y al padre Manuel (Alejandro Goic), quien dirige un hogar que recibe a adolescentes que han sufrido maltratos. Ambos trabajan en conjunto para lograr que los políticos involucrados en los abusos sexuales a menores de edad paguen con cárcel y ante la vista inquisidora y crítica de toda una sociedad. ¿El problema? El problema es que a medida que avanza la película, vemos que los personajes principales se van encontrando con dificultades diversas que hacen que su lucha empiece a tambalearse: por ejemplo, que se sepa que la noche que ella dice que fue violada por el senador Enrique Vásquez, en verdad estuvo en la casa de su pareja (padre de su hija).
Al poco andar, nos percatamos que todo el relato de Blanca está influenciado por lo que el cura Manuel le ha especificado que diga, y por el crudo relato de Carlos, quien sufrió de abusos por parte de políticos. Blanquita toma como referencia lo que ambas personas le han dicho, y lo une con sus propias experiencias para así comenzar a preparar un discurso que tenga detalles y que se torne verídico y crudo a ojos de la opinión pública, pues el objetivo es claro: encarcelar a los culpables que han cometido abusos.
Todo esto hace que la película nos sitúe en plena construcción de la incertidumbre del caso de Blanquita, por lo cual recurre al estilo narrativo y estético del noir para entregarnos personajes complejos, que no pueden ser identificados simplemente como “buenos” o “malos”. Están atormentados, con miedo, rabia e inseguridad, por la impunidad que ampara a ciertos grupos de la sociedad, acrecentando su desencanto y desapego con el mundo y motivando a buscar nuevas formas de lucha y resistencia. La estética apagada y a veces lúgubre, de poca iluminación natural, resaltan la soledad y la desolación de los personajes. Todo esto nos muestra la carencia de la calidez de un hogar, la falta de relaciones de apego significativas y de una sociedad que busque apoyar a los y las adolescentes en contra del abuso, de la impunidad y de lo tortuoso que puede ser el proceso judicial en contra de algunas personas que ejercen el poder.
De esta forma, y ante un contexto como el que bien nos muestra Guzzoni en su película, estos personajes transitan entre lo que es correcto y lo que no, entre la forma y el fondo, siempre amparados por un contexto de desigualdad que dota de sentido y significado cada una de las acciones realizadas por Blanquita y el cura Manuel, pues queda claro que en todo momento están persiguiendo la justicia.
Es ahí donde radica la relevancia de esta cinta, en la pregunta por el transitar de algunas personas. Es en este tránsito que es capaz de figurar en la película, en donde podemos reconocer que los personajes están en medio de una violencia que se componen indisociablemente por el ejercicio del poder y las instituciones del Derecho. Cuando a Blanquita se le denomina “testigo clave”, inmediatamente queda reducida a una posición de medio para un fin, pues no hay en ella nada más que información útil para el caso. Por consiguiente, su cuerpo transita entre lo dicho y lo no dicho; entre la veracidad de lo ocurrido y lo confiable de su relato. Asimismo, el tránsito de Blanquita se refuerza cuando debe no solamente ser una mediadora entre los hechos y los relatos, sino que se suma una mediación entre una víctima inhabilitada (al inicio de la película nos cuentan que Carlos no puede dar su testimonio, pues por los graves problemas de salud mental que tiene a raíz de los abusos sufridos durante su vida, lo pueden desestimar como testigo) y el victimario. Transita entre la unión de dos cuerpos vinculados por una misma violencia física y psicológica.
Con todo, vemos que el tránsito del que nos habla la película se reduce a un triángulo constituido por la violencia (conformado a su vez por el poder político y económico, la religión y el Derecho), la humanidad y la justicia. Es esta última la que ayuda a que la humanidad sólo transite hacia la esquina de la violencia. Dicho de otro modo, los y las adolescentes de la película están en una constante zona gris dónde deben luchar entre la violencia de la reducción (que sean reducidos a objetos sexuales, a basura para el resto de la sociedad…) o que sean validados y les ayuden a conseguir justicia (aceptando y reviviendo el trauma del que han sido parte).
Esta es una película que nos invita a realizar entre nosotros/as mismos/as preguntas como ¿en qué lugar se encuentra el falso testimonio? ¿Puede ser un medio para lograr e impartir justicia en contra de aquellas personas que parecieran estar en una categoría distinta? Es decir, nos incita a no juzgar apresuradamente a los personajes por las acciones, sino a entenderlos como sujetos inmersos en un contexto marcado por distintas formas de violencia que operan de forma simultánea, y que buscan, de alguna u otra manera, equilibrar la balanza entre los grupos sociales que forman parte de una ciudadanía de segunda, y los que pertenecen a la elite política, económica y religiosa.
Finalmente, si tuviéramos que pensar en una moraleja política que nos deja la cinta de Guzzoni, la podríamos elaborar a partir de la metáfora audiovisual de Blanquita en el baño, acompañada de múltiples Blanquitas que reconocemos en el reflejo. Esto nos diría que el relato de ella no es sólo lo que dice una sola persona, sino que es, a la vez, la experiencia de muchas otras que no han podido hablar por el miedo a las autoridades impunes, a la injusticia del sistema y a la crítica fácil de personas que toman bandos sin pensarlo.
Sánchez, J. (2023). Blanquita, laFuga, 27. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/blanquita/1162