Ernesto Guevara es indudablemente una fuente inagotable para la reconstrucción de distintas ficciones a lo largo del tiempo: desde el Che! que interpretó Omar Shariff en 1969 en la versión de Richard Fleischer, pasando por Alfredo Vasco en Hasta la victoria siempre (1997) de Juan Carlos Desanzo, hasta el joven Guevara de la Serna de Gael García Bernal en Diarios de motocicleta (2004) de Walter Salles, por nombrar sólo algunos. A esta larga galería iconográfica sumamos ahora al puertorriqueño Benicio del Toro por su actuación en Che, el argentino y Che, guerrilla (2008), adaptaciones de Steven Soderbergh de Relatos de la guerra revolucionaria y de El diario del Che en Bolivia, escritos por el mismo médico y guerrillero que nos ocupa.
La representación de un personaje histórico como el Che trae aparejada la gran dificultad de que el original está fuertemente presente en el inconciente colectivo universal. Estamos frente a un cine de protagonistas, que se nutre de -y a la vez aporta a- la construcción de un mito. Conformar a todos siempre es difícil, pero aquí es justamente donde talla la habilidad de Benicio del Toro, que aporta algo más que el extraordinario parecido físico para crear un personaje sutil, sugestivo y humano. Por darle forma a la poética revolucionara de este personaje, del Toro logró en 2008 el premio al mejor actor en el Festival de Cannes.
El díptico puede pensarse como una historia frente al espejo que le devuelve su imagen invertida. En la primera parte, una construcción de menor a mayor del personaje, su ascenso, su aprendizaje. La segunda parte corresponde a la caída, y va de mayor a menor. En El argentino vemos a un guerrillero que se construye a sí mismo, a partir del médico asmático que tiene dificultades para caminar por la Sierra Maestra, hasta llegar a ser el representante de Cuba ante las Naciones Unidas que le dice unas cuantas verdades en la cara al imperio estadounidense. En Guerrilla advertimos el camino inverso, que recorre un comandante Che Guevara de fama internacional junto a un grupo entrenado, que fracasa en aplicar su propia teoría y termina deambulando sin rumbo por las quebradas bolivianas hasta encontrar el desenlace entre soldados preparados por tropas estadounidenses. De las dos partes, la primera es la fundamental y la segunda casi aburre. La riqueza del principio contrasta con la pobreza de su continuación, como si Soderbergh se hubiese cansado a mitad de camino, o como si el escrito de Guevara que sustenta la primera parte estuviese más elaborado y estudiado que el diario en la selva que dejó inconcluso.
El argentino narra desde el primer encuentro entre Ernesto Guevara y Fidel Castro en México, 1955, hasta la batalla de Santa Clara y el triunfo de la revolución de los barbudos en enero de 1959. Entre ráfagas de disparos en paralelo al desarrollo de la guerrilla en la Sierra Maestra, el relato cobra sustento al informarnos sobre la ideología en la que se basa la acción a partir de la reconstrucción de varias entrevistas y de la participación de Ernesto Guevara como delegado de Cuba en la asamblea de la ONU de 1964. Esta recuperación del Che en suelo norteamericano adquiere visos de (falso) documental: el blanco y negro contrasta con el resto de la historia, y la escenificación de los discursos del Che se da hasta en la entonación y los gestos: “Porque esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar, y su marcha de gigantes ya no se detendrá”. En Guerrilla, excepto algunos pocos pasajes en los que se da cuenta de la dirección estadounidense en la lucha contra los rebeldes, del apoyo de Fidel desde La Habana y de las diferencias políticas con el Partido Comunista boliviano dirigido por Mario Monje, nos encontramos con un relato concentrado en las desventuras del grupo armado, sus desencuentros, errores, soledades…
Más allá de la destreza narrativa, algo hay en la primera parte que no encontramos en la segunda: el apoyo de sectores del pueblo a la lucha armada. En la Sierra Maestra se muestra una solidaridad táctica (alimentos, refugio, colectas) que luego se transforma en voluntad explícita de los campesinos por sumarse a la guerrilla. Conocemos a los guerrilleros (sobretodo a nuestro protagonista) brindando asistencia a los campesinos en salud y educación: “un pueblo que no sabe leer ni escribir es un pueblo fácil de engañar. No estamos sólo para tirar tiros”. También somos testigos de los acuerdos políticos con sectores populares urbanos y la lucha por la conducción de la revolución. ¿Es el pueblo el que está en la selva? ¿Son acaso sus representantes? “Lo que hace un dirigente es lograr que el pueblo comparta su visión”, contesta Guevara en una entrevista en Nueva York. Cuando la guerrilla sale de la sierra y llega a los llanos, Soderbergh muestra al pueblo festejando en las calles ante el avance de la columna del Che por cada villa liberada: “cuando un pueblo odia a su gobierno, no es muy difícil tomar una ciudad”, confiesa el comandante. La continuación de esta historia adolece de pueblo. Una vez en Bolivia, el Che está solo con su grupo. Los contactos con los campesinos son mínimos, y estos no parecen comprometerse con una lucha que es supuestamente en su beneficio. El comienzo de esta segunda parte cuenta con unas fotografías en blanco y negro de mineros bolivianos, que son los que se rebelan contra el gobierno de René Barrientos con una huelga en la mina de Siglo XX, que deriva en una masacre del ejército. Pero el Che está lejos de la región minera, perdido entre pocos paisanos aimaras que no se suman a su grupo. “En este momento lo que necesito son campesinos”, le dice al periodista amigo Régis Debray. Sin contacto con otros sectores representativos de la izquierda boliviana, políticamente aislado y perseguido por un ejército profesional, el Che atraviesa pueblos vacíos de pueblo. “Tal vez nuestro fracaso los despierte”, es su reflexión final antes de ser fusilado, en una imagen subjetiva única en todo el relato.
La creación de Soderbergh y Benicio del Toro (también productor) es una biografía en la que el individuo es la estrella. Hasta Fidel, Raúl y Camilo son personajes secundarios. El pueblo está en un segundo plano pues no se trata de un cine coral, si bien el protagonista no actúa solo. Lo que les interesa es el héroe de tres letras: sus ideas, carácter y sacrificio. Y el retrato que construyen es de una verosimilitud casi insuperable, aunque mientras haya cine, seguirán naciendo Che.1, 2, 3… muchos Che.
Russo, P. (2009). ¿Cómo se hace una revolución?, laFuga, 10. [Fecha de consulta: 2024-12-14] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/como-se-hace-una-revolucion/368