La favorita si, pero por walk-over; si hubiera visto Goodbye Dragon Inn la decisión seguramente habría sido por puntos. De todas formas, en conversas de cines, calles, bares y trenes, Como un Avión Estrellado siempre apareció, tal vez no como la gran favorita, pero siempre se cristalizó allí donde dos o más podían invocar su nombre. Decir su título era como ir a una esquina familiar donde un grupo de amigos se junta cada noche, para juntarse solamente, ni a celebrar ni para planear nada en especial; ese “nada especial” que caracteriza (quizás demasiado) la narrativa del nuevo cine argentino.
Parte del hechizo se debe a que, literalmente, parado en una esquina cualquiera de Valdivia te podías topar con Ezequiel Acuña, caminando solo o acompañado, y a veces muy bien acompañado. Y uno le podía hacer señas y el te respondía con un gesto de la mano que era bastante más elocuente y articulado que sus propias palabras. Lo oímos en la mesa redonda de cine y crítica. Lo oímos cuando presentó su película y cuando recibió un premio por ella. Lo oímos y no lo oímos. El sonido de su película era algo muy importante para él. Cada vez que estaba arriba del escenario suplicaba, hacia algún punto indeterminado del fondo de la sala de cine, que por favor se escuchara su “peli”. Y que no se cortara. Ruego que podrá parecer simple pero yo estoy seguro que no lo es. Así creo lo podrá atestiguar retrospectivamente Matías Bice. Las películas deben estrellarse contra la pantalla.
No tuve la oportunidad de manifestarlo en papel, pero sin duda alguna mi película “favorita” en SANFIC fue la tailandesa Tropical Malady . Creo que no escribí nada porque no supe como hacerlo ¿pero no es precisamente esa la gracia de un Festival, ver aquel cine que aún no puede comprenderse, inscribirse ni describirse, películas indóciles, libres de adjetivos e “ismos”; aunque dicha libertad termine con la próxima versión del certamen? Desde luego no hablo de “novedades” ni de experimentos originalísimos. Sólo digo que ir a un Festival de Cine es como asistir a un moribundo; puede decir cosas incoherentes, pero al menos vive.
En este sentido (y en el contexto de un Festival), creo que la forma más elocuente para referirme a Como un Avión Estrellado es decir que la pude comprender, inscribir y describir sin ningún problema. Y que me gustó.
Ahora bien, la historia de la película es mucho más larga de la que aparece en pantalla. De hecho, se remonta al mismo Festival de Cine de Valdivia, versión 2003, cuando Acuña mostró Nadar Solo , su opera prima. Ahí conoció a Manuela Martelli, que presentaba B-Happy . Ella se convertiría en Luchi, la chilena que lleva su conejo a la clínica veterinaria donde trabaja Nico. Y la misma ciudad de Valdivia se transformaría en aquel espacio off donde Nico y su hermano mayor, Fran, mantienen una casa abandonada luego de que sus padres murieran en un accidente de avión.
Narrada principalmente en un tono y tiempo que la emparienta más con una historia de comic “indie” que con una película, la viñeta más fuerte sería aquella donde ya no se puede narrar si no es a través del cine; Nico y su mejor amigo sentados en una playa de Valdivia (filmada en argentina por supuesto); se pelean. Nico se acuesta en la arena con los audífonos puestos: la banda sonora musical que nosotros no escuchamos. Su amigo confiesa sus sentimientos de amistad sin ser escuchado por Nico (como en aquella desgarradora escena de Happy Together) . Y entonces un avión pasa en off. Su sonido no cruza de un extremo al otro del cuadro, como lo haría su imagen. Al contrario, es la imagen de los dos amigos la que, atravesada por el eco ominoso de una tragedia, atraviesa ella misma otro tiempo, otro estado, hasta que desaparece, como el avión que deja el humo de su trayecto. Y cuando reaparece ya no es la misma imagen. Como en la película Escenas frente al Mar de Kitano, el mar puesto como fondo transfigura la perdida del amigo, del ser querido, en la imagen de un horizonte, y el horizonte siempre tiene algo decir; un rayo verde, una vela que aparece, un continente remoto. Aquel amigo que ya no aparece en cuadro está necesariamente más allá de ese horizonte. No tiene sentido buscarlo.
Si la primera imagen de Nadar Solo mostraba un adolescente aguantando la respiración bajo el agua, en esta película otro adolescente precalienta torpemente para luego efectuar una no menos torpe zambullida sobre el pasto de un parque. ¿Qué es más característico en la adolescencia que la torpeza? La vergüenza, quizás. Aunque claro, ambas están ligadas íntimamente. Tanto, que no imagino algo más difícil para actuar que esa mezcla. Por un lado, el adolescente auténtico, que constantemente “adolece” por reacciones y estímulos biológicos. Por otro lado, el actor, adiestrado a no sentir vergüenza, a no dejarse intimidar por aquel “sistema de aparatos” ante el cual se desempeña, ni por aquellos especialistas (director de foto, sonidista, camarógrafo, por supuesto director) que lo evaluaran, según W. Benjamin, como en una prueba de rendimiento; un segundo casting que determinará las películas del futuro. La sangre que se agolpa en la cabeza tras un papelón, en cuanto reacción biológica, es imposible de actuar. La memoria emotiva no la traerá. Sólo el miedo, la inseguridad del semi-actor mal preparado para enfrentar a los especialistas logrará, quizás, mantener la sangre más cerca del rostro, las auténticas lágrimas a punto de escaparse, las ganas de salir corriendo. Nico, el protagonista de Como un Avión Estrellado , está tan avergonzado siempre, tan incómodo con su torpeza frente a Luchi, que no tiene tiempo para sentir otra cosa (la pérdida de sus padres, el distanciamiento con su hermano, la pérdida de su mejor amigo). Aunque quizás sí siente cosas, pero tiene demasiada vergüenza como para demostrarlas.
Sólo cuando Luchi ya se ha ido en un avión y la imagen se ha ido a negro por primera vez, Nico se posesiona de su fantasía con seguridad, pues su cuerpo ya no debe ser puesto a prueba frente a nadie, ni frente a Luchi ni frente al mundo adulto ni frente al descarriado amigo; incluso el sistema de aparatos mismo y los especialistas deben retroceder interminablemente en un bosque (metáfora algo cursi del espacio mental), mientras la pareja se besa dos veces, como si quisieran constatar que la imagen se irá a negro por segunda y última vez. Superada la torpeza, uno siempre besa con los ojos cerrados.
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E., J. (2005). Como un avión estrellado, laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-10-05] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/como-un-avion-estrellado/217