En tiempos análogos, el archivo familiar era (y aún es, quizás cada vez menos) almacenado y conservado en cajas, carpetas, cuadernos y sobres sagradamente apretujados dentro de polvorientos closets que probablemente sólo verán la luz cuando su custodia (típicamente una mujer) se encuentre bajo tierra. El documental Edita (2022) de Pamela Pollak, existe gracias a esta tradición.
La voz en off que nos introduce al largometraje se asemeja a la de una cuentacuentos que procederá a reconstruir el retrato de una figura que ya nos es bastante familiar: la de la mujer “histérica” y, por lo tanto, la mujer tabú. Edita Rindler fue discípula de la Bauhaus y las vanguardias, trotskista, revolucionaria y judía, posteriormente declarada loca por el régimen estalinista. También fue el secreto mejor guardado por la familia Pollak hasta que Jarda, hijo de Edita, llega a Chile con sus cenizas y una cámara de VHS en busca de alguna respuesta a la soledad de su madre, tía abuela de la directora; ésta última heredando el proyecto de reconstrucción de la memoria de su familia paterna.
La exploración de este mito familiar es articulado a partir de una serie de dispositivos formales-narrativos, los cuales esbozan la figura de Edita desde su naturaleza dual y antípoda: como una presencia/ausencia en el convulso lore de la familia de la directora. Esta doble característica está inherentemente ligada a la noción de tabú: una existencia prohibida, el acuerdo tácito de no sacar a la luz. En este afán visibilizador, se utiliza la primera y tercera persona para establecer diálogos y especular en torno a la incógnita de esta mujer silenciada.
En primer lugar, accedemos a los ya mencionados documentos de Edita, guardados por su hermana, incluyendo la correspondencia intercambiada con su familia, principalmente su padre. Es en este recurso donde más se explicita esta dicotomía: Una figura espectral de la que nadie habla pero sigue ahí, oculta, a la espera de ser desempolvada. En la incorporación del relato epistolar, se presenta la voz en primera persona, la cual se va deteriorando ―junto a su caligrafía― con el paso de los años producto de la incesante persecución a la que fue sometida desde el ascenso del nazismo al poder.
Por otro lado, la presencia de Jarda constituye el enlace entre el pasado y el presente; tanto su película jamás terminada como su testimonio nos introducen a una faceta de Edita que complejiza su representación debido a la carga cultural de dicho rol: la maternidad. Edita fue perseguida hasta la locura y luego le arrebataron a su hijo porque el trauma le impidió ejercer el papel de una buena madre. La presencia de Jarda funciona como un nexo contextual para la intimidad del relato: en la exploración de las consecuencias intergeneracionales del trauma y las ramificaciones palpables, biográficas de la violencia.
Por supuesto, al relato lo atraviesa la voz de la misma Pollak, quien realiza una serie de viajes con la intención de recorrer el camino una vez emprendido por su tía abuela. Esta voz en off funciona como hilo conductor y reflexiona en torno a la ausencia de Edita en su vida desde una mirada contemporánea. A partir de once años de investigación y utilizando códigos asociados al documental tradicional ―voz en off, mezcla de archivo, home footage y registro documental, uso de testimonios, etc― Pollak trabaja con la plasticidad del material para confeccionar una especie de collage audiovisual en el cual primera, segunda y tercera generación trabajan juntas para reconstruir lo prohibido, para, como dice la directora, reintegrar a su tía abuela al retrato familiar. La manipulación de este archivo propone un diálogo con un feminismo que atribuye enorme importancia al ejercicio de revisitar las consecuencias que momentos de alta violencia política han tenido en las mujeres.
La exploración cinematográfica de la ausencia trasciende la vida y muerte de Edita Rindler, extendiendo la reflexión a víctimas tanto de la persecución política como de la invisibilización histórica. El documental se abriga bajo el bastión de la politización de lo privado, en este caso de la historia familiar a partir de una cacofonía de voces: la mujer “loca”, el hijo abandonado y la sobrina curiosa.
Lagomarsino, F. (2023). Edita, laFuga, 27. [Fecha de consulta: 2024-12-10] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/edita/1143