El agente topo

No es país para viejos

Por José Parra Z.

Biografía +
José Manuel Parra Zeltzer (Santiago, 1986) Licenciado en Teoría e Historia del Arte y Realizador en Cine y Televisión de la Universidad de Chile. Candidato a Magíster en Estudios de Cine de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha trabajado principalmente las temáticas de Arte Chileno en Dictadura, Cine y Representación, publicando artículos relativos a la conexión entre arte y política en Chile y los modos de consumo cinematográfico en Latinoamérica. Asistente de Investigación en el proyecto Bicentenario de la Universidad de Chile “Los dispositivos de la Imagen y el Poder. Iconoclastia y Performatividad en Chile (1970-1990)”, trabajando sobre la relación entre arte, cuerpo y Derechos Humanos en el periodo 1978-1982. También realiza críticas de cine en radio, en el blog especializado “El Agente Cine” y la revista digital “La Fuga”.

Director: Maite Alberdi Año: 2020 País: Chile

 
 

Si existe o no una industria cinematográfica en Chile es desde hace un buen tiempo, una pregunta abierta. ¿Es necesaria la sola existencia de un campo laboral, de un flujo monetario para que podamos hablar de industria? ¿Puede haberla, sea esta incluso diminuta, imperceptible? ¿Qué implica propiamente tener una industria? Un argumento sólido apunta a la capacidad de sustento, a generar las condiciones adecuadas para que la producción fílmica pueda seguir, precisamente, produciendo. Entre números de folios, cotizaciones y presupuestos, estas perspectivas son difíciles de alcanzar en un medio como el chileno. No obstante, y en los últimos años, un puñado de realizadores y realizadoras se han acercado a la tan anhelada, llamémosle, pretensión de industria, estructurando un recorrido que logra sustento tanto financiero como estilístico, visual y narrativo.

Maite Alberdi es uno de estos nombres, sin lugar a dudas. La directora ha desarrollado una carrera que acumula prestigio nacional e internacional, con distinciones y premios importantes, a la vez que hallando un camino para incidir mediáticamente en el ámbito local desde la narración documental, con cada nuevo estreno. En su más reciente película, El agente topo, la autora revisita algunos de los tópicos que ha trabajado en sus obras anteriores y suma unos nuevos, apuntando más arriba, inscribiéndose como una de las animadoras de la 93ra edición de los Premios Oscar de la Academia hollywoodense, al ser la primera en la historia del cine chileno en ser nominada a la categoría de Mejor Documental.

Sergio Chamy es un octogenario que, junto a muchos hombres de su edad, asisten a una peculiar entrevista de trabajo en la oficina de un detective privado. El encargo es tan simple como delirante: una cliente le ha pedido al detective que averigüe si en el hogar de ancianos en donde vive su madre, ella es maltratada. Para cumplir esa misión se necesita un espía, un topo que se infiltre en el asilo y sea los ojos y oídos del detective al interior del establecimiento. Habiendo enviudado hace poco tiempo, Sergio celebra la oferta laboral no solo desde un punto de vista económico, sino también ante la posibilidad de salir de su casa, de vivir cosas nuevas, de completar un duelo que aún le pesa. El plan parece funcionar, en la medida que el carisma de Sergio le permite mezclarse con el resto de las y los abuelos, a la vez que dificultades técnicas -el manejo del celular, los distintos códigos del espionaje- parecen interponerse en su camino y arriesgar a que sea descubierto. La intriga que anima la trama al inicio va paulatinamente diluyéndose, en la medida que no aparecen signos de mal praxis, dando paso a la inquietud que se activa en el hogar con la presencia de Sergio, las amistades que conjuga, los lazos que establece y las pérdidas que llora.

 A pesar de no ser el primer documental dedicado a personas de la tercera edad viviendo en una casa de reposo en Chile 1La última estación (2012) es un largometraje documental dirigido por Catalina Vergara y Cristian Soto, sigue a un grupo de personajes durante su estancia en un hogar de mayores, en un tono más observacional y más oscuro que en la propuesta de Alberdi, la película de Alberdi logra combinar aquello que la autora ha amaestrado a lo largo de su carrera: una dosis precisa de humor y nostalgia, de ternura y tristeza, que en este caso, permiten hacerse una idea de cómo muchos adultos mayores viven en nuestro país, sentados todo el día esperando que algo pase, ya sea la improbable visita de un familiar, una llamada que tranquilice o solamente compañía. En el perfeccionamiento de esta alquimia, la directora consigue conquistar emocionalmente al espectador desde temprano en el metraje; un compromiso que solo se profundiza en la medida en que conocemos más a los personajes y menos importa el incidente incitador que da pie a todo.

En este sentido, la reminiscencia al cine de género, tanto en la trama como en la puesta en escena de las primeras secuencias, aparece más que nada como un anzuelo, una promesa que instala una premisa pero que no compromete ni restringe el progreso dramático de la cinta. Se abre de esta manera, una particularidad en El agente topo en relación con la filmografía previa del Alberdi. En sus largometrajes anteriores, la directora centró su atención en universos y situaciones cargadas por la rutina de un individuo o un grupo de personas, que ejecutan acciones y se mueven en escenarios más bien estáticos, lo que le permitió jugar con el tiempo – tiempo de filmación y tiempo representado- estirando las posibilidades de un presente repetitivo. Ahora la situación es una sola y el trayecto va desde que Sergio ingresa hasta que Sergio se va del hogar.

Por otra parte, hay elementos de continuidad que se observan en esta nueva entrega, más allá del manejo dramático y rítmico que nos permite conectar rápidamente con los personajes. Dos rasgos llaman la atención. Primero, la explotación de recursos fílmicos para focalizar la mirada y el punto de vista de la narración. El fuera de campo ha sido una de las herramientas predilectas de la directora, así como el manejo del sonido. Ahora se incorpora el uso de un segundo registro, el que hace el propio Sergio con cámaras escondidas y aparatos de espionaje, el que no solo aporta su perspectiva desde el interior del hogar, sino que también permite develar el dispositivo, mostrando la imagen de la realizadora, como para asegurarnos de entrada que estamos ante una pieza de no ficción. Similar tarea cumple las esporádicas apariciones de camarógrafos y sonidistas, así como la voz de Alberdi, la que al inicio resalta que la filmación tendrá lugar con los permisos necesarios. En segundo lugar, es interesante cómo, pese a lo manejado y dirigido que se ve casi todo, el montaje da lugar a irrupciones violentas de realidad, donde pasan cosas muy rápido y cualquier pretensión de control se resquiebra por un acontecimiento violento. Lo veíamos cuando un bañista se ahoga en El Salvavidas (2011), lo vemos nuevamente cuando los paramédicos corren por los pasillos a causa de una emergencia médica que terminará con la muerte de una de las internas.

Llama la atención este instante incontrolable, ya que la pregunta por la manipulación de los acontecimientos surge desde la premisa misma del filme y hasta su puesta en imagen. Esta no es una cuestión nueva en la trayectoria cinematográfica de Alberdi, y la vez, no se trata de una cuestión nueva para el género documental en su conjunto. Ya en la década de los 30 del siglo pasado, el historiador y crítico británico Paul Rotha hablaba de la “dramatización creativa de la realidad” para referirse al método documental, estableciendo una separación intrínseca, irreconciliable entre lo representado en un filme y la realidad misma. Ahora bien, hoy en día se hace necesario replantearse estas cuestiones, donde nuestra cotidianidad está poblada de imágenes producidas de manera individual, profesional o aficionada, y ellas mismas han construido una nueva relación con lo verosímil y lo verídico. La imagen documental está abierta hoy en día a nuevos desafíos y problemas, lo que no merma la capacidad de una obra para establecer un vínculo real, sacado del mundo tal y como lo conocemos, para dramatizar sus condiciones mediadas por el aparato cinematográfico.

Las dudas y debates en torno a la dimensión ética del registro han acaparado tanto a la crítica especializada como al comentario en redes sociales. Camila Rioseco en El Agente Cine 2elagentecine.cl/cine-chileno-2/el-agente-topo-3-espacio-para-una-duda plantea una zona gris entre la autorización con la que cuenta el equipo para filmar y el hecho de que el resto de las personas que habitan el hogar no saben -y no deben saber- de la tarea de Sergio, zona que es coloreada por las ganas y el encanto que emana del propio protagonista. Por otra parte, Cayo (@cayocactus), un usuario de Twitter, propone que cuando al inicio, el detective le pregunta a los postulantes al trabajo si no tienen problemas en espiar a otra gente, realmente se está dirigiendo a la audiencia 3twitter.com/cayocactus/status/1364676213181145093, evidenciando nuestra conflictiva posición voyerista. Siempre será positivo que discusiones de este tipo se den en torno a una película chilena y es un engranaje más que va armando la maquinaria necesaria para completar esa industria mencionada al comienzo. 

En este horizonte, considero que la polémica no está en cierta deficiencia ética a la hora de filmar personas que no están al tanto del objetivo último de la filmación, ya que sí sabían que estaban formando parte de una película, eso se remarca en reiteradas ocasiones. Donde sí surgen los problemas, particularmente con adultos mayores pero es una idea extensible a otros casos, es cuando la cámara sigue rodando a expensas del malestar o la incomodidad de una persona, pasando a llevar su integridad en pos del plano, el momento, la emoción. En este sentido, el cine documental navega siempre por aguas turbulentas y es un matiz que Alberdi y su equipo son muy cuidadosos en respetar, en cuidar la dignidad de sus personajes. Cuando la señora Berta, una de las habitantes del hogar que lleva más de 25 años ahí, empieza a enamorarse del recién llegado Sergio, juega inocentemente a sacarle los pétalos a una flor para descubrir si sus sentimientos son correspondidos. Entre los “me quiere mucho, poquito, nada”, decide que no es un tema a dejar a la suerte y termina por arrancar varios pétalos de una vez, afirmando que efectivamente, la quiere y mucho. A fin de cuentas, el cine es también movimiento y manipulación, trucaje y acomodo. La realización misma, así como los personajes, terminan por confirmarlo.

 

 

 
Como citar:
Parra Z., J. (2021). El agente topo, laFuga, 25. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-agente-topo/1042