El corredor

Memorias

Por Pablo Corro Pemjean

Biografía +

Investigador y académico. Profesor Asociado Instituto de Estética Facultad de Filosofía Pontificia Universidad Católica de Chile. Jefe del Magíster UC en Estudios de Cine


 
 

El corredor (Cristián Leighton, 2004) tiene un segundo título, una especie de bajada, La historia mínima de Erwin Valdebenito. El filme cierra con la dedicatoria “a todos los que viven en la frontera de la pasión”.

La historia de Erwin Valdebenito no es mínima, mínima es la voluntad del relato de Leighton, su comprensión dramática del personaje, su intención narrativa, minimalista.

La descripción que hace el documental de sus corridas diarias de 22 kilómetros desde su casa en San Bernardo hasta su trabajo en una sucursal del INP en Bandera con Compañía; de los 133 kilómetros de la ‘Ultramaratón Santiago-Viña del Mar’, que corre y gana varias veces; de los 203 kilómetros que cubre en una carrera de 24 horas en EE.UU., donde obtiene el segundo lugar; refutan la comprensión de ese ‘mínimo’ como ‘pequeño’ o ‘insignificante’.

Por la descripción pormenorizada que hace el documental de cómo se construye un cuerpo, una voluntad, una vida, un entorno social, un trabajo, capaces de hacer sitio a esas motivaciones y de cumplir tales metas diarias y ocasionales, lo ‘mínimo’ se asimila a monomanía, obsesión, idea fija, y, en cierto modo, a la soledad que produce esa concentración. Luego, el minimalismo que practica el documental es propio de una atención al detalle, de una narración cuya riqueza depende más de las relaciones y centros de actividad concentrada que establece e identifica, que del inventario de variaciones y desarrollos.

Para estos propósitos el espacio es comprendido por Leighton y Bravo, su director de foto y cámara, como cerrado. No es el espacio de El corredor sinónimo de libertad, no está alineado con la metáfora del dinamismo, del vértigo juvenil, de la velocidad de la propaganda deportiva o de la característica audiovisual de la sección de deportes. Las carreras de Valdebenito son lineales y regulares, la maratón no permite desbordes de energía, más bien lo contrario, se trata del esfuerzo reconcentrado.

Bravo debe haber corrido tanto como Erwin, y corrido los mismos riesgos en los tramos habituales, rutinarios: San Bernardo-Santiago por la berma estrecha de la Panamericana Sur, luego por las calles San Francisco o Compañía. La descripción de la ciudad no es amplia en el documental, corresponde a callejones, carriles de carrera, o a planos en planta del itinerario de la competencia. Hay diversas vistas en picado que corresponden a lo que se ve desde la oficina, paseos peatonales achatados, geometrías que componen las baldosas y que sólo se ven desde arriba. La traducción del terreno a un plano que relaciona esquemáticamente distancias con tiempos, que se desentiende de los pormenores físicos de la perspectiva horizontal, de las singularidades geográficas, se realiza dramáticamente en las escenas en que el atleta estudia el trazado de una de las competencias. La posición elevada de la oficina del personaje en el edificio del INP 1Para fortuna de las referencias y de las innovaciones en el tópico de la rutina burocrática, Erwin Valdebenito es funcionario público, del Instituto de Normalización provisional, permite con los picados que achatan la vista de los paseos peatonales y que descubren las geometrías que componen las baldosas y que no están hechas para ser vistas por los transeúntes, figurar una disposición indiferente del personaje respecto del entorno que recorre. Otros exteriores no más abiertos son los de los entrenamientos y de las carreras, un estadio en el que los atletas giran enajenados durante 24 horas y en el que durante la noche destaca como una única luz en la oscuridad el panel electrónico que como idea fija indica Nº de horas de competencia y de kilómetros recorridos; la ladera de un cerro en plano general sometida funcionalmente por el personaje y el registro al ejercicio de fortalecer las pantorrillas; el sol que asoma por la cordillera y que hace las veces de reloj en un cuento donde dominan los amaneceres, el acto saludable, estoico y formativo de madrugar.

Los interiores sirven la atención instrumental y los índices de variaciones de rendimiento en el límite de la perfección, en el extremo de la capacidad. Todos los funcionarios, los colegas de Erwin Valdebenito se informan del tiempo que hace cada día en sus 22 kilómetros, saben calificar los avances y retrocesos en la marca; le preparan el desayuno, tuestan su pan en aparatos pequeños, de rincón, que transforman la oficina en casa. Bravo entra al baño con el atleta, verifica el orden regular de sus efectos de aseo: shampoo, crema de afeitar, loción after shave, perfectamente alineados; considera el tratamiento de los diversos relojes cronómetro y su disposición específica sobre el lavatorio. En primer plano, con la cara congestionada por el esfuerzo y deformada por la cercanía o por la naturaleza del lente, Valdebenito nos muestra el enrojecimiento de la piel por el plomo en suspensión, nos indica cuánto dura el efecto y cómo el consumo abundante de agua repara la intoxicación.

Es notorio que el documental observa con persistencia una línea temática identificada con el cuerpo, la explota de modo fértil. El maratonista nos muestra y explica la singular forma de su pie, alargado y plano por el hábito de correr, en opinión de sus médicos. Vemos el hábito del funcionario deportista de subir y bajar por las escaleras del edificio institucional con pesas amarradas a los tobillos para su fortalecimiento. La cámara realiza ese esfuerzo muchas veces en posición rasante o en contrapicado para detallar la parte comprometida.

Esta disposición a convertir una cosa en otra, a la familia en un equipo, en un staff de coaching; a los movimientos del trabajo en oportunidades de entrenamiento focalizado; al trayecto laboral en carrera; corresponde a una intención general de la conciencia narrativa y a una disponibilidad particular del registro hacia la resemantización de los efectos formales y dramáticos.

En la película de Leighton la historia de esfuerzo, de rigor existencial y físico de Erwin Valdebenito, es mínima y puntual en el orden de los fines; el cuerpo del corredor a fuerza de testimoniar tantos cambios, tantos cuidados, una extrema sensibilidad a la tensión, a los accidentes del camino, a la estabilidad sicológica, a factores ambientales, se siente más frágil que fuerte; eventualmente esta deriva del motivo es efecto simple de su condición expuesta. El trabajo del funcionario Erwin Valdebenito es impreciso o insignificante, vemos que ejecuta sólo una tarea, la de cambiar el rollo de papel en una máquina que parece un dispensador de números. La actividad de alimentarse también se presenta en términos dudosos. Como sujeto a contrapelo y esforzado hemos dicho que habita las madrugadas, sólo se le ve comiendo en el desayuno, y su alimentación es ligera: galletas, tostadas, leche, jugo, y algo así como un complemento vitamínico en polvo. No es trivial esta observación, el desayuno y la comida ligera que el protagonista consume con serenidad, mascando lento, dan pruebas de que el documentalista tiene sensibilidad para lo lento, que la lentitud, el reposo, son comprendidos como dimensiones del movimiento. Concurren el ritmo vital del personaje y del registro en esa y en otras acciones para elevarlas a rituales, y confirmar que no se representan en el modo convencional, que alcanzan otro estatuto.

La expresión sonora (el excelente trabajo de sonido directo de Cristián Larrea y Erick del Valle, o los resultados de montaje de Sophie França) destacan los crujidos de las galletas, del pan, la acción de masticar, como un mecanismo, la regularidad del tranco, el rasguito de las zapatillas que prueban la calidad de la ruta y la despejan de piedras; la intensidad y frecuencia de la respiración pulso interior y exterior, ritmo neumático del relato que es uno de los puentes físicos hacia una dimensión espiritual, mística del documental. La música que compone, selecciona y aparentemente ejecuta Cristián Freund para el documental refuerza el sentido de lo íntimo y monótono dominante, es más, la perspectiva melancólica de la vida del corredor. Las suites para cello de Bach, particularmente la Nº3, condicionan la forma general de la música de mezcla, las composiciones singulares de Freund se reflejan en ella. La condición de obra de estudio de la suite, de ejercicio de perfeccionamiento, coinciden con el ejercicio del maratonista, la soledad de su carrera y su introversión, corresponden a la interpretación de solista, en el timbre de barítono del instrumento se expresa musicalmente la tristeza que el relato atribuye al deporte de Valdebenito.

Algunos testimonios de los cercanos deslizan componentes sacramentales en la vocación del atleta. Es cierto que el carácter sobrehumano del esfuerzo del maratonista se puede asimilar a una manda, el rigorismo de la empresa individual, pero en este caso hay elementos particulares. Escuchamos a Erwin rezando, se encomienda a la Virgen, su madre mientras le plancha una camisa amarilla nos habla de su obsesión por ese color, o de su interpretación como cábala; el hermano revela que Valdebenito enviudó tempranamente, que su mujer tenía algo así como 16 años, y que a ella le pide ayuda en las carreras. Insistimos que todos estos elementos hacen de la relación documental de la historia de Erwin Valdebenito una antihistoria deportiva, el referente contrariado es el relato comercial del dinamismo eufórico de la competencia. No es poca cosa lo que hace Leighton al contravenir de modo creativo y consistente esa matriz dominante. En este sentido la película no pudo ni llegó a tener resonancias comerciales, Erwin Valdebenito no podía ni llegó a ser un héroe de marcas deportivas, de bebidas gaseosas, de empresas de telefonía.

Pocas veces en los relatos audiovisuales la apatía del registro puede ser asimilada al respeto, a una comprensión de la autonomía sentida del otro, es decir a una forma paradojal de ‘el sentir con’. El corredor es uno de los ejemplos escasos. La voluntad minimalista ya explicada afirma esa intencionalidad, puesto que el minimalismo es la valoración de los detalles que el personaje valora y cultiva, y la identificación de la inteligencia narrativa con la voluntad y la acción afinada, técnica del personaje. Otra forma más nítida de la distancia, como apatía simpática es la que adopta la cámara en algunos momentos críticos, de malestar y de solitaria impenetrable felicidad. Cuando Erwin a mitad de la corrida de 24 horas en un estadio de algún lugar de Estados Unidos se enferma y vomita. La cámara se mantiene a la distancia y respeta la posición del personaje de espaldas al registro. En el mismo episodio, al final, cuando el atleta obtiene el segundo lugar y lo vemos festejando solitario, aislado del resto por su nacionalidad, probablemente por la lengua y la gravedad existencial de sus motivaciones, nos confiesa que ha sido la carrera “más difícil de su vida pero también la más linda”, entonces lo llaman por el altoparlante para la premiación, se separa de la cámara, atraviesa perpendicularmente el campo de juego, y nos deja mirando a la distancia como cómplices excluidos. Puede ser también que de esta forma consista positivamente la humildad del competidor.

Por último algunas anotaciones sobre el montaje. Originalmente, en la institución del cine, el montaje paralelo es propicio para señalar simultaneidades, centros que se desenvuelven activos separados por el tiempo o por el espacio. En el caso de Leighton el montaje paralelo no señala amplitud de mundo, compensaciones, relatividades, determinaciones a la distancia en el plano de la igualdad. Si reconsideramos planteamientos como el de Erwin que corre por la panamericana mientras su hijo, también regular y sincronizado, le lleva el traje hasta la oficina, podremos sentir que el montaje se identifica con las acciones convergentes, predestinadas, con una cierta fatalidad. Tal vez se trate de otro refuerzo de la inesperada, imprevista perspectiva religiosa, forzando la fatalidad a la idea de una predestinación amorosa, o específicamente altruista.

En el 2004, en FIDOCS, siendo jurado, nos dejamos seducir con la interpretación metafórica, El corredor como una metáfora de la identidad chilena, competitiva y pequeña a la vez. Hoy nos molesta esa habitual caída en la hermenéutica esencialista, y simplemente disfrutamos el documental.

 

 
Como citar:
Corro, P. (2007). El corredor, laFuga, 4. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-corredor/344