Un viejo axioma que jamás me atrevería a cuestionar, básicamente por su carácter de irrefutable, enuncia: “sin militancia estudiantil femenina no habría militancia estudiantil masculina”. En lo que refiere particularmente a una película como El estudiante, ese es el trayecto de iniciación de Roque Espinosa (Esteban Lamothe). Ese trayecto está comprometido en la idea de un joven que llega desde una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, no sólo a vivir en la gran ciudad Capital, sino además a entrometerse, podríamos decir, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Enseguida tal trayecto se transforma en un pasaje, porque la historia de amor con una profesora (Romina Paula) lo introduce en el mundo de la política estudiantil. Insisto con que se llega al compromiso militante por sexo, después se transforma en amor y de eso se trata la política.
La voz en off inaugura la presentación del relato, y esto es un recurso utilizado bastante dentro de esta suerte de post nuevo cine argentino surgido durante estos últimos años. Esa voz en off es fundamental para explicar el caótico organigrama de infinitas agrupaciones estudiantiles; entonces la política aparece primero bajo la forma de siglas y de afiches. No me parece casual.
Es un momento de definición política del filme: allí donde la política se obtura entre siglas que no dicen mucho, El estudiante se concreta políticamente. La política estudiantil no está allí donde se vuelve concreta y material, no está en el campo de acción y de conflicto, sino que se halla resuelta en afiches y siglas identificatorias que anulan en su representación cualquier lógica política. Eso indica El estudiante y sobre esa problemática conforma un procedimiento narrativo. Ya lo veremos.
En esto debe interpretarse esta película, es decir, comprenderla como una fábula sobre la militancia estudiantil. Todo un debate emergente, desde el estreno del filme, entre estudiantes, militantes y docentes universitarios han desatendido el procedimiento, sosteniendo, entonces, su discurso en el borramiento de la estética a partir de un realismo identificatorio: esa idea de “así no es la militancia”, “eso no es la política”. Ese punto de partida desde una premisa fundante que dice qué es y qué no lo es obtura cualquier posibilidad de análisis estético (y toda estética es política, no debería hacer falta aclararlo). En cambio, si observamos ese carácter de fábula que mencionaba antes, empezaremos a interrogar también la ficción política sobre la que “en realidad” estamos situados como pertenecientes al mundo universitario.
En El estudiante esa fábula se compone mediante trayectos y articulaciones espaciales. Aparecen diferentes espacios: asambleas, pasillos, fiestas, reconocemos los rincones de la Facultad de Ciencias Sociales en todo eso, pero más aún, reconocemos la política y la estética de la facultad.
Es necesario detenerse en la utilización de los planos cerrados: por supuesto que es una decisión de economía narrativa, pero miremos adecuadamente el ejercicio estético de ello: la política estudiantil es expresada mediante planos cerrados. Quiero decir, ya no podemos seguir hablando de la Gran Política, ahora el relato es más disperso (me remito, otra vez, a las infinitas agrupaciones enumeradas al comienzo del filme) y eso, sin embargo, se concentra en un espacio acotado (¿acaso a alguien en un país como esta Argentina actual post 90, le interesa quién conduce el Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales de la UBA?). El interés por la política en el filme y su procedimiento se dirime ahí, no tengo dudas.
“El estudiante” coloca a lo político en un trayecto y obliga a mostrar el carácter de su estetización verdadera. Es decir, expresa la política estudiantil hoy, debido a lo cual la política sólo puede aparecer como anacronismo. Es casi un giro derrideano. El relato político aparece como anacronismo bajo las figuras de la anécdota y la fábula: la anécdota de Ezeiza y la vuelta de Perón contada en el restaurant; la fábula del reto a duelo entre Lisandro de la Torre e Hipólito Yrigoyen; finalmente, esa escena de antología con la representación extemporánea del discurso de Perón y de Balbín en la voz de un militante estudiantil actual. Quiero decir, la política es campo de disputa sólo en el anacronismo. Y ahí es donde la película toma una decisión política que es claramente estética: no presenta al movimiento estudiantil, porque ya no es posible, porque actualmente carecemos de movimiento estudiantil (en todo caso, en la Universidad de Buenos Aires, tenemos administradores de fotocopias y apuntes). Así, el anacronismo es útil para restablecer la política sobre el lugar o el orden de la falta. El relato anacrónico –muy bien lo nota Derrida cuando refiere a Hamlet– es dar el tiempo en otro lugar. Dar la política allí donde ya no es posible, es la decisión estética más potente, creo yo, de la película de Santiago Mitre. A partir de esto, todo lo que, en nuestro ámbito, comúnmente se conoce como “rosca” y que lleva a traiciones, enfrentamientos, peleas, etc. es lo que simula prevalecer en el relato. La lectura lineal que han hecho varios “militantes” de vertientes trostkistas, pero también desde otras posiciones siempre asociadas a la izquierda tradicional, aludiendo a que la película sólo exponía una parte sucia de la política, haciendo que de ese modo se conforme una narrativa despolitizante, me parecería de una carencia argumentativa e interpretativa llamativa si no fuera porque se conocen las limitaciones de algunos de tales planteos. Considero que no es posible el ejercicio efectivo de la política cuando no se la puede comprender siquiera en una película. El estudiante muy bien logra simular en su narrativa los efectos propios de la experiencia estudiantil actual entre sus infinitas agrupaciones. Por eso la película recurre al anacronismo, pero también a la fórmula de los planos cerrados. Porque ya no puede hacerse presente en la representación el movimiento estudiantil, ni las marchas, ni siquiera la militancia. Todo ello no es posible porque no es lo que vemos cotidianamente en la Facultad de Ciencias sociales de la UBA, no hay ya movimiento estudiantil porque no hay relato sobre el mismo, ya no se evidencia una épica que lo torne posible. A eso me refiero, precisamente, cuando expongo que el anacronismo es lo que restituye la política sobre la falta.
“Esto es política”. A cada rato en las algo más de dos horas de película se dice esa frase, en boca de uno o de otro de los personajes. La justificación de traiciones, de robos, de disputas, de lo que sea siempre es mediante la tautológica proposición “esto es política”. Lo que revela el procedimiento tautológico es la experiencia de un consenso, todos admiten que la rosca, la traición es la política, todos llenan el vacío del relato político actual mediante esa figura del consenso. La política estudiantil se construye sobre esa lógica del consenso amable y redentor que dice: “esto es política”. Eso es lo que podemos llamar un plano cerrado narrativo. Si la película trabaja estética y técnicamente sobre los planos cerrados, también lo hace en ese orden discursivo: en la actual lógica estudiantil de asambleas, de pasillos, de fiestas, el consenso es lo que organiza la sustancia política.
Pero es ahí donde me parece, y con esto quisiera ir cerrando estas pequeñas ideas, que El estudiante termina de introducir lo político. Es un ejercicio algo Ranceriano, quizás, lo que pretendo expresar, pero estoy convencido de que se trata del giro más interesante del filme y que no fue advertido en las innumerables reseñas, críticas, debates, etc. que se han escrito desde el ámbito de la Facultad de Ciencias sociales sobre El estudiante. Considero que la película propone pensar el relato estético desde el cual se introduce lo político en contraposición a la lógica consensual sobre la que interviene la política estudiantil actual. Ese es su contundente movimiento crítico. Cuando todo el relato de la política estudiantil se sostiene sobre la sentencia “esto es política”, El estudiante repone la dimensión del conflicto y de esa manera introduce lo político. Por eso, frente a cierta lectura que alega una pretensión moralizante y una denuncia de las formas políticas estudiantiles, contrariamente, pienso que el filme se propone dar cuenta del movimiento político efectivo y práctico. “Esto es política” se sostiene sobre la lógica policial, pues clasifica, define qué es política y qué no lo es. Pero frente a ello la película de Mitre pone el conflicto, pues si la película concluye con una toma del rectorado (recordemos que durante el año 2002 esto efectivamente ocurrió cuando los estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires tomamos –en esa época yo mismo era uno de los participantes activos de la toma como estudiante– las oficinas del rectorado en reclamo de un edificio único para la Facultad) es para posibilitar la expresión narrativa del conflicto.
Ahora bien, claramente lo más interesante de la propuesta del filme es habilitar la percepción de que con eso no alcanza, que el conflicto no puede ser simplemente la toma del rectorado, sino que eso debe hacerse patente, materializarse como ruptura de la lógica consensual. De ese modo, el conflicto termina siendo posible como inauguración de lo político y, al tiempo, como final de la película: “¿Puedo contar con vos?”, le dice su antiguo líder político, ahora Rector, a Roque Espinosa, y la respuesta es un gesto y una sola palabra: “No”. Ahí lo político irrumpe como desacuerdo. Ahí la fábula que compone “El estudiante” se expresa como experiencia estética y política a la vez. Ya no hay consenso porque la aparición de lo político es justamente para dar cuenta de la ausencia, del vacío actual de la política estudiantil.
Dipaola, E. (2012). El estudiante, laFuga, 14. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-estudiante/584