Tomás Rojas (Camilo Carmona), de 23 años, y residente de una población anónima, es el gran orgullo de la familia y de todo el barrio: no sólo estudia medicina, sino que partirá, gracias a una beca, a continuar sus estudios en Londres. Con muchas felicitaciones y una fiesta de despedida de por medio, sus últimos días con su familia estarán marcados por un problema con el alcantarillado. Ese es el punto de arranque de El primero de la familia (2016), ópera prima del director Carlos Leiva.
Tomando prestados algunos elementos autobiográficos (el director también fue el primero de su familia en ir a la universidad y en subirse a un avión), Leiva aprovecha la historia de Tomás para resumir en su núcleo familiar muchos de los vicios de la desigualdad. Con una ambientación cargada de paredes manchadas y sin pintar, cuartos hacinados, imágenes católicas, afiches de equipos de fútbol, perros ladrando y una atmósfera de pesimismo y resignación, Tomás es el único que viene a romper este círculo vicioso, del gueto social en que se encuentran insertos.
Qué mejor que con una familia, punto intermedio entre el individuo y la sociedad, para dar cuenta de una ácida radiografía del Chile neoliberal. Una familia que, por lo demás, viene gradualmente desintegrándose.
“Basada en una realidad que incomoda”, como versa el afiche promocional, vemos al padre de Tomás, un obrero acosado por las deudas que trabaja sin contrato y lucha para que le paguen su último trabajo. Un hombre acostumbrado a que lo pasen a llevar. La madre de Tomás, por su parte, viene a representar la tragedia del sistema de salud público: sufre hace tiempo de una hernia mal operada que la tiene usando muletas e incapacitada para trabajar, mientras espera (fútilmente) a que alguien en el consultorio le resuelva su problema. No es tan sumisa como su marido (cosa que ella le reprocha), pero si frustrada por su situación. Incapaz de asumirse desvalida, se rehúsa a usar las muletas, contrariando las advertencias de Tomás, lo que le agrava cada vez más su problema en la espalda. La abuela de Tomás viene a representar lo mejor de la clase baja. Amorosa y digna, su discurso de “hay que ser feliz con lo que a uno le tocó. Hay gente mejor que una y peor que una no más”, da cuenta de mucha resignación, pero no imbuida de amargura, sino de humildad.
La hija menor, Catalina, sería así la antítesis de su hermano Tomás. Si bien estudió en el mismo colegio, de mala calidad, no destaca por su desempeño académico. No sólo eso, sino que con quince años ya se encuentra embarazada de un delincuente, dando a entrever que ella marca la continuidad dentro del ambiente vulnerable en que le tocó nacer.
En medio de todos estos problemas, la fuga de agua en el alcantarillado, tiene a la familia con el agua hasta el cuello, delineando una metáfora bastante explícita. Más allá de los inconvenientes domésticos, con el agua maloliente van aflorando los conflictos familiares, agriando cada vez más las relaciones entre cada uno de los personajes. El único que logra salir de todo esto es Tomás, no por nada el afiche de la película lo muestra asomando la cabeza fuera del agujero de la cañería.
No obstante, Tomás también debe afrontar sus propios demonios: su deseo sexual hacia su hermana. Asunto que finalmente materializa, a su manera, en su última noche en Chile, en una escena marcada por el incesto, la culpa, el voyerismo, y al mismo tiempo el deseo reprimido. Una escena compleja, el clímax de la película, y que da para múltiples lecturas. El concepto de “porno social” llevado al extremo, y que finaliza con Tomás llorando en el regazo de su hermana. ¿Es Tomás un degenerado? ¿su atracción incestuosa es producto del hacinamiento en el que vive con su hermana? Para muchos puede tratarse de una escena que está demás, que desvirtúa el film hacia el morbo y desentona con la crítica social.
Un asunto que el film no resuelve en su totalidad, al igual que la mayoría de los conflictos que se entrelazan en la trama. La partida de Tomás no resuelve ningún drama de los personajes, pero sí induce a pequeños triunfos morales. Su madre le hace caso a su hijo y acude con muletas a despedirlo al aeropuerto, mientras que su padre se enfrenta a su patrón y a sus compañeros de trabajo para poder ir a dejar en camioneta a Tomás.
El primero de la familia en despegar, en ascender socialmente, quizás la excepción a la regla dentro de su entorno marginal. Una película con un claro mensaje político y que viene a ponerle rostro a muchas de las (preocupantes) estadísticas que escuchamos día a día. Y que llega en un contexto político bastante candente, justo cuando las distintas reformas emprendidas por el gobierno, como la laboral y la educacional, buscan evitar que se repitan estos conflictos. Leiva no se manifiesta ni a favor ni en contra de estas políticas, simplemente nos recuerda por qué estamos hablando de ellas. Una historia que sigue abierta, al igual que la de la familia Rojas. Un avión que acaba de despegar, pero que todavía no sabemos dónde va a aterrizar.
Escobedo, D. (2017). El primero de la familia, laFuga, 19. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-primero-de-la-familia/809