Fue gracioso. Sólo digo que me reí para mis adentros. No hubo en ello ni malicia ni resentimiento ni una búsqueda mordaz a priori. Simplemente se dio y yo estaba ahí y me pareció muy gracioso lo siguiente; imaginar a los invitados (no todos, se entiende) de la avant premiere de la película de Alberto Daiber decir la palabra roto. Me imaginé perfectamente la prosodia, la forma de fruncir la boca, el tonito. Roto. Casi me tenté de preguntarle a una señora socialité que película venía a ver. Sólo para escucharlo.
De todas formas yo estaba expectante; ¿sería posible que al final de la proyección (o tal vez antes, en el medio) alguien se levantara enfurecido y arrojara algo a la pantalla, y luego se fuera mascullando amenazas, prometiendo represalias, tal como le había pasado a Joaquín Edwards Bello hace más de 80 años tras la publicación de “El Roto” y antes aún, con “El inútil”? En definitiva, ¿sería Alberto Daiber desclasado, obligado a irse de su país, a pedir perdón y convertirse en un maldito? Desde luego esto era un prejuicio mío, insostenible desde cualquier punto de vista. Porque la película tenía todo el derecho a gozar de autonomía absoluta respecto a la novela de nuestro gran cronista, enfermo de parisitis , y Daiber no tenía obligación alguna de hacerse cargo de la acidez y crítica corrosiva que caracteriza al texto adaptado. Y sin embargo, Raúl Ruiz había dedicado Tres tristes tigres a Joaquín Edwards Bello, quien se suicidó el año en que filmaba esa película…
El Campo
En una novela de Max Frisch un personaje se cita con una mujer desconocida para él, esposa de un cliente suyo. El personaje entonces se divide en dos; un Yo, que no quiere tener nada con la mujer y el señor desconocido , quién hará todo lo posible por alargar el encuentro. Pese a las protestas del Yo, terminan durmiendo juntos esa noche. Al otro día, al hombre no le molesta en absoluto la deslealtad en la que ambos han incurrido; lo que le molestaba es que ya fuese un hecho consumado, comparable a todos los demás hechos consumados del mundo .
Algo similar me sucedió con El roto, de Alberto Daiber. En efecto, la película entera parece estar dominada por la voluntad de este señor desconocido , quien manipula todo de tal forma que las cosas se consumen, se suman, y se terminan pareciendo a todas las seducciones y a todas las muertes violentas del mundo.
Esto es lo que verdaderamente incomoda, más allá de una eventual deslealtad hacia el texto original. Incluso más que la insinceridad intrínseca de la película.
Lo que sucede es que en El roto todo ocurre en campo, en encuadre, todo está iluminado, es el ímpetu de la visibilidad sin ninguna resistencia, ni estética ni moral; las cosas, tanto como las emociones, se muestran impúdicamente, se entregan como conquistas fáciles, imágenes que la memoria no volverá a llamar porque ya no actúan sobre el presente. Y sabemos que el cine (la experiencia del espectador) siempre es en presente.
Por ejemplo, si bien me molestó bastante que la violación original de Violeta (hermana de Esmeraldo) haya sido adaptada por Daiber y el tándem Julio Rojas/Paula del Fierro como una edulcorada y paulatina situación de conquista-primera vez-abandono-aborto-suicidio (algo que hace parecer al personaje de Urrejola como una niña más bien estúpida), lo que más critico es como construyen la seducción; desde el primer momento ya están visibles en los personajes todos los gestos que nos permiten adivinar lo que vendrá; jamás, desde las primeras escenas, se desprende de sus rostros (o de la cámara) alguna duda de que lo suyo no es ya un hecho consumado. Lo mismo con la pareja de Fernando y Clorinda y con la suerte del pate`jaiva. El señor desconocido habla y no deja de hablar.
En todos estos casos nos vence el deseo de querer saltar a otro aspecto, a otro conflicto que no sepamos consumado ya. Pero donde sea que posamos el ojo hemos llegado tarde. Ya todo pasó, solo nos queda ver; Cuerpos desnudos ahí donde hubo sexo.
“Cuando se dice que la televisión no tiene alma, se quiere decir que carece de suplemento …” respondía Deleuze a un pesimista Serge Daney. Suplemento entendido como la función estética de una película, “algo de arte, un poco de pensamiento”. Pero claro, nada en principio debería oponerse a que la televisión tenga también este suplemento, de no ser porque las funciones sociales de la televisión (concursos, la información) asfixian toda posible función estética (1). El Telefilm, híbrido beneficiado por la tensión entre Cine y Televisión, llega para confundir más aún las cosas. El propio Daney advertía esto ya en 1982, cuando en un festival de cine un jurado rebelde espetó que más que ver películas, ese año tenía la sensación de estar viendo telefilms (2).
A propósito de El roto no queda mucho más que decir al respecto. Nos predisponemos, desde que aparece el logo de TVN, a ver el fruto de un consenso, aprobado por un directorio, una historia apta para todo espectador, ilustrativa de la voluntad de poder de unos cuantos. El proyecto de Cuentos Chilenos, si bien comenzó con un aire fresco, incluso necesario, terminó tan obscenamente como el año nerudiano.
La Fuga
Recuerdo de manera muy intensa la última imagen de la novela de Joaquín Edwards Bello; Esmeraldo, el Roto, ha vuelto a su vecindario después de años de ausencia y no reconoce nada. Todos se han ido. Todo ha cambiado. Tras una corta visita a una vieja conocida, la policía irrumpe para reclamarlo. Esmeraldo escapa. Corre por los andenes de la estación central. Alguien está a punto de agarrarlo. Entonces, él, de un solo salto, degüella al captor con una navaja. El hombre muere desangrándose. Cuando la policía llega, lo reconocen; no es nadie más que Lux, su supuesto benefactor, un afeminado periodista, paternalista de oscuras intenciones; el Estado. Para entonces Esmeraldo ya ha escapado.
Digo esto porque reconozco, conmovido, cómo el cine mismo, el cine verdadero, necesario, rechaza este otro tipo de cine y escapa de su tutela, de su opresiva ayuda. Lo rechazó en esta película y era cosa de estar sentado en la sala; como cientos de mirones solitarios de televisión, súbitamente abducidos y colocados juntos en una gran sala. Se percibía una incomodidad, un desbarajuste vergonzoso; tal vez demasiada cercanía, o tal vez demasiada luz, mirones descubiertos por una pantalla que devuelve burlonamente esta ayuda como un exceso de luz, mientras en la verdadera oscuridad, tal vez tras la pantalla, algo se fuga, se resiste a mezclarse, a adaptarse, a rehabilitarse.
(1) Gilles Deleuze, Conversaciones , edición Pre-Textos. 1995
(2) Serge Daney, El Cine, arte del presente , edición Santiago Arcor Editor, 2004
E., J. (2005). El roto, perjudícame cariño , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-12] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-roto-perjudicame-carino/171