Para muchos, Chile es el fin del mundo. Una franja de tierra aislada y algo caótica, que de vez en cuando se manifiesta en los noticieros internacionales por sus perros insurrectos y catástrofes naturales. Otras veces, se aparece arrastrando una cola de rata por las calles de Nueva York. El viaje de Monalisa corresponde a un retrato de Chile fuera de Chile; a través del contraste de identidades pasadas y presentes, la narrativa apunta a la necesidad de escapar de un país retrógrado para entrar en otro, también hostil pero donde al menos existe una comunidad donde sentirse acogido.
Segundo largometraje documental de la directora Nicole Costa, la película se inserta en la experiencia migrante, específicamente la experiencia latinx queer indocumentada. Teniendo por sujeto representado a Iván Monalisa Ojeda (quien aprendemos hacia el final del relato se identifica como two spirit), el filme documenta la crudeza de una realidad que rara vez se hace presente en los discursos mainstream más higienizados de la ciudad. Inmersa en este nuevo mundo, tras abandonar la escena del teatro chileno, Monalisa escribe y mantiene su vínculo con el arte de performance como una forma de activismo, centrado en la búsqueda de una identidad fluida, flexible y anticolonial. Más allá de las categorías y la faceta explícitamente política de Monalisa, el documental se esfuerza por representar el cariño, sentido del humor, la asertividad, vulnerabilidad y dignidad del sujeto representado, sin pasar por alto la situación de precariedad en la que se encuentra.
Las ratas son un leitmotiv significativo a lo largo del documental. Monalisa camina por la calle con vestido, tacones y cargando una larga trenza que, al ser arrastrada por el suelo, se asemeja a la cola de un roedor, criaturas que habitan las alcantarillas y recovecos de la Gran Manzana. Existe la intención de hacerse cargo del imaginario asociado a personas disidentes, por un lado, e indocumentadas por otro, reinterpretando el discurso de odio del cual son un blanco constante: el de una “plaga” que “debe ser erradicada”. Este acto performático corresponde a una re-apropiación de lo canónicamente repudiado y, en consecuencia, una manifestación de orgullo frente a una identidad históricamente marginalizada.
El documental se entiende de la misma manera; en su afán por visibilizar una realidad poco representada, enmarca su discurso en un cuadro político que trasciende las cuatro aristas de la pantalla. En una era en que la prostitución está en boca de todos y generando debates a nivel gubernamental, es refrescante entablar la conversación desde la experiencia misma y no los altos podios del poder administrativo. El acto de situar al sujeto representado frente a la cámara y otorgarle libertad dialógica, corresponde no solo a una decisión discursiva sino también fuertemente política, pues se problematiza la prostitución desde la primera persona. No se ignora la drogadicción, la inestable situación de vivienda ni la precariedad en general, pero se establece una operación que a través de los múltiples lenguajes audiovisuales que emplea, busca retratar la marginalidad desde un lente crítico pero no demonizador.
La directora utiliza el voyeurismo como un recurso estético que se aleja de lo pornográfico (entendido como un producto altamente orquestado) para dar paso a una puesta en escena más cruda y realista. Costa, siendo amiga y confidente de Monalisa, opta por una propuesta fotográfica íntima y honesta, que permite conocer las distintas facetas de Iván, utilizando sus mismos textos como un dispositivo poético que ilustra verbalmente el viaje físico y mental que emprende.
Es interesante presenciar la dicotomía que se da entre el discurso más optimista e idealista de la directora, quien asegura a Iván que “todo estará bien” y el realismo más aterrizado de Monalisa, quien no escatima en dar testimonio de las precariedades propias de la vida que habita en la intersección entre lo queer e inmigrante. Si bien Nicole Costa como amiga entrega palabras de apoyo en una situación difícil, Nicole Costa como directora y artista visual, permite que la vulnerabilidad de su protagonista construya un relato que explora, atestigua y homenajea, sin pulir ni sobre-ornamentar, la difícil vida de Iván Monalisa Ojeda.
El montaje, por otro lado, conforma un collage de momentos que entremezclan las múltiples facetas de Monalisa: como artista de performance, como escritor, como actor, como chileno, como inmigrante, como prostituta. El arco que consagra su triunfo en la anhelada obtención de los documentos, los cuales le permitirán acceder a condiciones más dignas de trabajo, no ignora los matices de lo que constituye una odisea poco glamorosa, marcada por la adicción y la pobreza. Esta es una realidad que como espectadores no debemos idealizar ni estigmatizar. Monalisa lo plantea mejor: es precario, pero no decadente.
Lagomarsino, F. (2022). El Viaje de Monalisa, laFuga, 26. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-viaje-de-monalisa/1102