Es extraño que a Chile lleguen muestras y retrospectivas de cineastas de vanguardia europea. Los distribuidores y gestores culturales, suelen no profundizar más allá del cine de masas. Fred Kelemen, cineasta alemán que nos visitara en el marco del XIV Festival Internacional de Cine de Valdivia, significó una conjunción interesante, pues permitió dimensionar una temática que afecta profundamente a gran parte de las obras contemporáneas jóvenes chilenas, pero que él venía desarrollando desde hace bastante tiempo.
Kelemen, autor algo inaccesible para quienes reivindican el cine de salas comerciales como sinónimo de calidad, vino a mostrar (y demostrar, de alguna extraña manera) que el cine puede ser tan conmovedor como revolucionario. La muestra contempló películas tan importantes como Fate (Verhängnis, 1994), Frost (1997), Nightfall (Abendland, 1999) o Fallen (Krisana, 2005), todas ellas referidas, con matices, a los conceptos de relaciones humanas en las sociedades modernas. Kelemen, quien vivió la caída del muro en su juventud, de alguna forma se emparenta con nuestra generación, aquella que vivió el retorno a la democracia en nuestra infancia, después de una cruel dictadura.
Ciudades hostiles, relaciones fracturadas, espacios desoladores, gritos de personas solas o sencillamente la contemplación de nuestro alrededor, son elementos que reiterativamente aparecen en los films de Kelemen, en donde, tal como él lo planteaba, la felicidad tiene que ver no con el hoy, si no con la pequeña esperanza, la pequeña lucha que se pueda seguir dando aunque sea para mantenerse al borde de la sociedad, en ese espacio que aún despreciado por la estabilidad de una familia, un trabajo con oficina y una mascota simpática, subvierte el manido intento de progreso y libertad presentado por las sociedades de consumo.
Ver sus films termina siendo un redescubrimiento de las capas sociales, esta vez no condicionadas por su acceso económico necesariamente, sino que en este caso las miserias interiores terminan proyectándose en los espacios, los minúsculos habitáculos que deben poblar miles de ciudadanos que crecieron en la fractura misma de lo que consideramos “actual”.
A simple vista, y continuando con el paralelo entre nuestro cine, contamos con rasgos identificatorios que podrían hacer notar una cinematografía de quiebre, de cambio, hasta de vanguardia, pero nuestros films carecen de aquella densidad (visual y conceptual) que podría hablar de “cine generacional”, encasillamiento que suele otorgar cierto grupúsculo a aquellos cineastas jóvenes oficialistas.
La primera película proyectada de Kelemen, Fate, es una directa declaración sobre el tránsito, la búsqueda de la identidad en medio de la nada. Si nosotros ignoramos a todos aquellos extranjeros que tocan acordeón en nuestras pequeñas grandes urbes, Kelemen los hace protagonistas de su primera película. La democracia nos hace iguales a todos, pero no tanto, podría ser un subtítulo perfecto para una película que utiliza una fotografía incómoda, tan incómoda como la forma en que se relacionan las personas hoy en día. Una cámara contemplativa, un acompañante, un curioso testigo de lugares, espacios, caminatas y gritos desgarrados de una sociedad que hace aguas por todos lados, pero de la que aún se puede seguir adelante por un tiempo mas.
Nightfall contrasta esa mirada. La belleza de una fábrica de campanas puede ser el perfecto lugar para suicidarse, mientras las hermosas canciones de Amália Rodrigues forman parte del background de un sucio bar perdido en calles verdosas, como si de musgo se tratase. La felicidad puede estar aferrada también a una copa, que nos permite no caer definitivamente si se piensa que aquello aún no es el fondo de algo.
Esa misma búsqueda se ha podido descubrir en el cine documental chileno. La contemplación de nosotros mismos desde nuestra historia, esa mirada sobre lo popular como metáfora de nuestra identidad, aparece de cuando en cuando con las películas mas importantes de este género realizado en Chile, pero a diferencia de nuestra cinematografía que suele caer en el folcklore de lo simpático por sobre la densidad, Kelemen toma el otro camino: la concepción de autor no lo hace trastabillar en el lugar común por el que nuestra cinematografía termina inclinanándose, sino que más bien toma dicha concepción autoral como una herramienta de narración (visual y textual), donde su mirada del mundo es precisamente la obra, y no los condicionantes externos. El leguaje como medio de sí mismo.
Las ciudades laberínticas, los planos secuencia o la fotografía empastada y ambigua, configuran una Europa que no estamos acostumbrados a ver, pero que se acerca mucho mas a los conceptos de pequeñas grades ciudades, donde la decadencia es un elemento tan etéreo como concreto: son las soledades multitudinarias, los huérfanos de las fracturas históricas quienes deben conformar algo que les queda grande, un “algo” que Susan Sontag pudo reconocer y alabar en su obra fílmica.
La visita de Kelemen fue una defensa al cine de autor. Un cine que no encaja mucho en un festival de cine en Chile, pero que se agradece. Un cierto tipo de relato que no “relata” en el clásico sentido de la palabra, sino que articula la mirada del mundo contemporáneo desde la esperanza (que es también desesperanza) hacia mañana, pero viviendo un hoy aterrador. El sexo, el alcohol, el transitar, el viaje, la no pertenencia, se transforman en los personajes de sus films, plagados de “no historias”, o mas bien dicho, de historias incompletas, mínimas, metafóricas, sucias o contemplativas, tal como es la soledad de una ciudad.
Horta, L. (2008). Fred Kelemen , laFuga, 6. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/fred-kelemen/22