Uno de los síntomas del stress que produce Bafici es la urgencia, más o menos confesada, por encontrar películas simpáticas. El año pasado este honor recayó principalmente en la tarareable Linda linda linda (Nobuhiro Yamashita, 2005). ¿Qué película podría prescribirse este año para contrarrestar los planos de 36 minutos de Raya Martin, para sacarse de la cabeza los grillos de Honor de cavallería (Albert Serra, 2006)?
Pawel Pawlikowski no parecía ser el candidato ideal. De las siete películas que componían su “foco” cuatro eran documentales de mediana duración, además de un mediometraje y dos largometrajes de ficción, todos producidos por la BBC. En este sentido, algunos blogs y comentarios de pasillo lo comparaban despectivamente con Peter Watkins, auténtico inglés, también empleado de la BBC, quien tuvo su “foco” el año pasado en Bafici. Para rematar, se comentaba que Pawlikowski era amigo de Quintín. Pero también llegaban algunos diciendo lo buena que era Dostoevsky’s Travels (1992). No quedaba más remedio que comprobar si valía o no la pena uno mismo.
Antes que nada, debo advertir que no me “especialicé” en Pawlikowski. De hecho, solo vi tres de sus documentales (Dostoevsky’s Travels, Tripping with Zhirinovsky (1995) y Serbian Epics (1992); me faltó From Moscow to Pietushki de 1991) y una de sus dos películas argumentales (Mi verano de amor de 2004) aunque al parecer Last Resort (2000) era mejor (justo lo entrevisté cuando la proyectaron). Incluso me salí de Twockers (1998), porque tenía voz en off y hace no mucho había visto La soledad del corredor de fondo (Tony Richardson, 1962), y me agotó un poco la similitud. Por lo tanto, he decidido centrarme en los tres documentales ya mencionados, enfocando mi análisis en sus grados de simpatía.
Partamos por el mapa; al fin y al cabo, no todos hemos ido a Europa. Pero Pawlikowski quiere que vayamos más allá de Europa; en efecto, si seguimos los títulos de sus documentales, nos encontraremos en pleno viaje, en pleno recorrido entre dos puntos, siempre hacia el Este, siempre despidiéndonos, como el narrador de El arca rusa (Aleksandr Sokurov, 2002); “¡adiós Europa!”.
Lo más fácil sería decir; exilio. Pero nadie se siente más cómodo con el desarraigo que Pawlikowski. Al menos eso se desprende de sus películas, de sus personajes. Pues de alguna forma sus documentales adoptan la cartografía del deseo, del poder, de la voluntad, y la conclusión es que no pueden filmarse como “hechos” o “tomas”, sino como trayectorias, desvíos, movimientos. El exilio es triste, pero también es dinámico, y eso le permite (al exiliado) insertarse en el dinamismo de una Historia que se traslada de lugar en lugar con la rapidez de un rebrote de nacionalismo, de fundamentalismo, de limpieza étnica, de homogenización cultural.
En este sentido Serbian Epics, que fue filmada en pleno sitio de Sarajevo, tiene momentos notables, y es quizás el documental con mayor densidad narrativa de los tres. El propio Pawlikowski reconoce que para llegar intacto a Serbia debió desplazar el centro de su documental (la contingencia del conflicto bélico) hacia un enfoque antropológico más amplio, incorporando la tradición oral de la poesía épica serbia, los orígenes de la monarquía y otras ascendencias atrincheradas en el poder.
Así, Pawlikowski consigue expresar el fondo mismo de la guerra, como cuando Karadzic (el fugitivo líder serbio con antepasados poetas) le cuenta sobre un poema que escribió hace veinte años, en el que “veía” Sarajevo cubierta en llamas… Vaya, ¿de donde habrá salido eso?
El método de Pawlikowski es infalible; fingiendo una completa idiotez, dejándose asombrar por la carga “profética” de unos versos mediocres, logra, no sólo acceder a la intimidad del poder, sino que el propio poder le hable. La estupidez es el mejor camuflaje para ganar la confianza del poder. Sino, recuerden Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994). De todas formas, siguiendo mi eje del humor, y sin desconocer los importantes logros de Serbian Epics, destaco esta película por aportar un “grado cero” de simpatía; imaginar la cara de Pawlikowski, detrás de cámara, mientras escucha el poema de Karadzic.
Tripping with Zhirinovsky sube varios escalones, aumenta varios grados, casi tantos como las escalas y paradas que componen el viaje en barco del líder ruso ultra nacionalista Vladimir Zhirinovsky, en plena campaña mediática. Antes que Zhirinovsky se hiciera famoso en Youtube, gracias a los compilados de sus chambonadas, ya había concitado la atención pública tras declarar abiertamente su intención de invadir Alaska, ocupar Finlandia y desconocer obstinadamente el Holocausto judío. De hecho, ante la pregunta de cómo obtendría dinero para financiar su promesas presidenciales, Zhirinovsky no duda; obligando que los alemanes indemnicen al pueblo ruso en vez de a Israel.
Pese a los objetivos materiales que demandaba la BBC (le exigieron varios meses más de seguimiento, incluso una aparición televisiva de Zhirinovsky en New York), Pawlikowski sabía que la película ya estaba terminada una vez concluido el trayecto en barco, pues la pregunta que quería instalar no podía ser más obvia, pese a la incomodidad que producía en mentalidades políticamente correctas; ¿es este tipo realmente peligroso?
La misma pregunta que traspasa Serbian Epics obliga a mirarse en espejos desagradables, que no siempre devuelven una imagen lisa, bruñida, sino más bien una anamorfosis a descifrar. En este sentido, Pawlikowski presenta sus personajes como hombrecillos excéntricos e inquietantes, pero nunca como meros reflejos ni certezas metonímicas de lo que muchos quisieran ver, para consuelo de malas conciencias: no son el mal, no son el demonio, son apenas aprendices de brujo.
La verdadera pregunta es otra: ¿somos tan débiles, tenemos tanto miedo, estamos tan inseguros de los valores que sostienen nuestra civilización, que cuando aparece un puñado de retóricos nos escandalizamos, les tememos, ignoramos de donde han salido?
Y es que realmente basta ver un par de escenas para desternillarse de la risa. Y así como la estupidez permite acercarse al poder, la risa lo desafía. Al menos eso sugiere Umberto Eco en El nombre de la rosa, fabulando acerca de la supuesta Poética perdida de Aristóteles, que trataría justamente de la comedia.
La simpatía de Tripping with Zhirinovsky pertenece entonces a un segundo grado; es la anamorfosis del movimiento, que como una curvatura óptica agranda y deforma nacionalismos cual narices y papadas; no obstante, aplicando una adecuada corrección perceptiva obtendremos nada menos que las facciones familiares de nuestro propio anti-nacionalismo. Es hilarante. ¿Cómo no reconocer en Lavín las mismas estrategias comunicacionales de Zhirinovsky? ¿Cómo no identificar el pacto mefistofélico entre arte y política presente hasta en la más púdica de las democracias, cuando vemos la estrepitosa incursión musical de Zhirinovsky con un pianito eléctrico y una flauta dulce? ¿O cuando un artista circunspecto presencia el debate en torno a la insignia que diseñó para el partido del líder nacionalista, nada menos que una versión de la suástica? La campaña de Zhirinovsky no es más ofensiva que cualquier otra campaña política: hacer jingles, aparecer mucho en televisión, y decir la misma sarta de estupideces.
En Dostoevsky’s Travels no hay que hilar muy fino para advertir que Dmitri, el tataranieto de Dostoievski, se parece más a un personaje de Los hermanos Karamazov (Dmitri, Smerdyakov) que a su ilustre antepasado. Cuesta saber hasta que punto Pawlikowski intervino en este y otros desdoblamientos; ¿realmente existió el sacerdote agonizante, resonancia del padre Zossima? ¿Acaso Dmitri aplicó el método de la ruleta en el casino Baden-Baden, imitando El jugador ? De todas formas las comparaciones literarias implican una mediación intelectual, y Dmitri es ante todo un proletario ruso, un maquinista ferroviario de San Petersburgo post-perestroika.
Sin embargo, en sus andanzas por Europa, tras viajar a Alemania como invitado de la “Sociedad de Amigos” del escritor, Dmitri no dudará en utilizar la intelectualidad y el arte como mediación para alcanzar sus propios fines: ¿cuántas malditas charlas sobre Raskolnikov deberé hacer, cuantos dibujos del pueblito natal donde nació “el maestro” tendré que vender para comprar mi Mercedes-Benz?
Ahora bien, lo gracioso no va por contrastar las ambiciones materialistas del último descendiente de Dostoievski con las expectativas iconoclastas de una decadente intelectualidad europea, ya que sin este desfase no habría película. El verdadero chiste consiste en que Pawlikowski parodia sus propios temas “serios”. Así, mientras en Serbian Epics y Tripping with Zhirinovsky entendemos la urgencia por denunciar los rebrotes fascistas y ultra nacionalistas en Europa del Este (lo que no quita que nos riamos), en Dostoevsky’s Travels asistimos a la suma de todas las anacronías políticas y sociales, pero principalmente de dos: el socialismo ruso y la monarquía europea. ¿Cómo no reírse de un supuesto rebrote de realeza gracias al proletariado? La figura no puede ser más graciosa: Dmitri, el maquinista, se convierte en recadero de conspiraciones entre descendientes ociosos, que pretenden activar la sangre azul en todo el continente y restaurar el orden. Este pacto lo sella bailando junto a su Némesis; el último descendiente de Tolstoi, noble y millonario, en el mismo palacio de La guerra y la paz. Dmitri, de obrero a salvador, sólo por tener prestado un Ferrari. Lamentablemente, es un préstamo de un solo día.
Finalmente, reconocemos en este documental un último grado de simpatía, aquel que estábamos buscando: un film pop-lítico.
E., J. (2007). From BBC to BAFICI: , laFuga, 3. [Fecha de consulta: 2024-10-09] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/from-bbc-to-bafici/35