Futuros cercanos

En torno a Código 46 (Michael Winterbottom)

Por Iván Pinto Veas

Biografía +

Crítico de cine, investigador y docente. Doctor en Estudios Latinoamericanos (Universidad de Chile). Licenciado en Estética de la Universidad Católica y de Cine y televisión Universidad ARCIS, con estudios de Comunicación y Cultura (UBA, Buenos Aires). Editor del sitio http://lafuga.cl, especializado en cine contemporáneo. Director http://elagentecine.cl, sitio de crítica de cine y festivales.


 
 

Exteriores

Código 46 (Michael Winterbottom, 2003), en conjunto con cintas recientes como Niños del hombre, (Alfonso Cuarón, 2006) Días extraños (Kathryn Bigelow, 1995), e incluso Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michel Gondry, 2004), acecha algunas preguntas ligadas a la relación entre tecnociencia y porvenir en una línea que podríamos tildar de narraciones sobre ‘futuros cercanos’ y ‘probables’. Mientras Niños del hombre 1Al respecto, ir a artículo de Pablo Corro incluido en este dossier, en una mezcla de noir y thriller, parece hacer énfasis en una biopolítica futura, donde la lucha social- entre la ciencia, los estados y los movimientos políticos- está centrada en la vida misma; las dos últimas (Días extraños y Eterno resplandor) enfatizan -una desde el noir, la otra desde códigos melodramáticos- en manipulación del recuerdo, la experiencia subjetiva y el archivo digital. Código 46 engloba ambos intereses e interrogaciones: por un lado, el centro puesto en la manipulación de la vida y su posible lugar en los modos de gobernar en el futuro (el ADN, encriptado está al centro de la regulación de la vida social); por otro, la relación entre archivo y recuerdo, manipulación tecnológica y subjetividad.

Inmunidad

Desde un tono que mezcla melodrama y noir, la anécdota de Código 46 sitúa a Willam investigador privado de situaciones irregulares en un caso de falsificación de ‘visas’ de acceso 2En este mundo imaginado, las visas son específicas para cada viajero, instantáneas, desbloqueadas y unitarias; los ciudadanos están divididos entre aquellos que tienen ‘pase libre’ hacia distintas zonas del planeta, y aquellos que por razones de índole política o médica no pueden pasar el cerco, en una empresa que las fabrica. Llevando a cabo la investigación, protege a la persona inculpada, Maria Gonzalez, una joven infiltrada obrera de la empresa, llevándolo a violar el código 46, código que sanciona las relaciones sexuales y la procreación entre personas que procedan de genes afines o de la misma matriz de clonación.

Interiores

El ADN, como decíamos, es el código que regula tanto la creación como la regulación de la vida, pero así también, vía probabilística reducir las determinantes a la medida de un ecosistema que aminora e inmuniza las zonas de riesgo (la enfermedad, el accidente), hablamos aquí de una biomedicina hecha para preservar y extender la vida de los seres humanos, complementaria a la estructura del ADN. El ADN, también funcionaría, desde un cierto determinismo psiquiátrico/neurológico, para establecer que sujetos podrían heredar rasgos genéticos de criminalidad o locura: el sistema tendería a auto regular, de este modo, su equilibrio desde el origen, complementando esto con las medidas ligadas a medio ambiente y sanitización de los entornos, pero así también a las medidas de seguridad, que se entrecruzan con virus y drogas de inhibición. Así, recursos biomédicos se encuentran con medidas policiales y doctrinas de seguridad.

Desde aquí, el mundo de Código 46 estaría dividido en dos: aquellos que viven en un mundo en el cual la tecnociencia ha higienizado la existencia humana, donde todo parece ser un solo gran paisaje a salvo del ‘ambiente natural’, un gran continente artificial a lo largo del globo, en la cual los ciudadanos pueden viajar y circular libremente insertos en interiores transparentes, asépticos, clínicos. La otra parte es aquella que no podría tener acceso a este mundo, por su ubicación territorial, su status económico, sus genes biológicos o incluso sus intereses políticos. Es un tercer mundo, sintomático, excluido, que está en un Afuera simbólico e imaginario, pareciera abarcar justamente la zona de lo real: intemperie, suciedad, corporalidad, subsistencia, naturaleza. Y es justamente contra eso que el sistema debe inmunizarse (en el fondo, una idealización por vía de la negación de un tercer mundo que excluye, por un lado que su existencia está dada por vía de la explotación de recursos).

Podríamos decir que es un sistema que funcionaría en su globalidad (desde sus barreras fronterizas hasta su asepsia biológica) bajo lo que el filósofo Roberto Espósito (2006) ha llamado paradigma inmunitario, definido como aquel lugar de incidencia en que los discursos sobre el cuerpo de la modernidad -que cruza lo político, lo económico, lo biológico- establece una “protección negativa”, cruzando el umbral que acaba “negando la vida” obsesionado por la idea de “contagio” en todos los planos (del otro, del virus, la enfermedad).

Memorias

Maria funciona para William de diversas maneras. Es, por un lado, la aparición de algo que no parece estar en el orden de lo simbolizable, una cierta intuición catastrófica, que desarticula su orden y vida social (bajo una idea de amor romántico, parte de la clave melodramática del film), pero que es a su vez la reminiscencia de lo filial, una membrana maternal. Por otro lado funcionaría también como la activadora inclusiva, una infiltrada que tanto llevaría a cabo la utopía posible de la inclusión como resguardaría una cierta idea de lo político, es decir, sería un puente de conexión con el ‘inconsciente’ tercermundista, aquella incompletud por la vía del cual intuimos que este ‘Primer Mundo’ existe a expensas de un afuera, el potencial de una zona excluida y desconocida. Casi todo lo procedente de las promesas tecnocientíficas parecieran apuntar a este ‘olvido’, William toma un virus de la empatía y Maria también parece tomar drogas de diverso tipo para condicionar un cierto bienestar. Se trataría de una cierta sujeción ligada al control de los procesos neuronales; que, como afirma Schuster, tienen base en un hecho concreto: las metáforas maquínicas y digitales del funcionamiento cerebral que lleva a cabo la neurociencia contemporánea.

Memorias visuales

En el mundo descrito por Winterbottom la memoria parece funcionar adherida a dispositivos visuales, impresos como archivos dentro de la historia objetivable, resguardada digitalmente dentro de discos duros pertenecientes a un archivo total de información y la cual es posible de borrar o sustituir en el caso de una información que deba ser borrada para la mantención del orden 3De acuerdo a Laura Schuster en el film se presenta “una tecnocracia futura, donde el control autoritario y la intervención interfiere en el uso personal de la memoria e información, y donde la posibilidad de manipulación se extiende la falta de fiabilidad de todas la memorias personales en el campo de la información objetiva. Incluso más, el film postula una memoria sustituta o arreglada para errores de coherencia diegética…” (Schuster, 2009), es el caso de lo que sucede al menos dos veces durante el film. Primero a Maria, después de la violación del código 46, a quien no sólo se le ha borrado de la memoria el hecho, sino también algunas de sus actividades de infiltraje y a su vez se le ha inyectado un virus de rechazo a William (es decir: neurociencia y biomedicina); y luego a William, quien hacia el final del relato es perdonado y a quien se le borra su experiencia ‘delictual’ (así también su zona ‘tercermundista’, su paso por el Afuera, y su experiencia amorosa con Maria) y vuelto a posicionar dentro de su vida normal con su familia y trabajo. Ha sido vuelto a incluir y se le ha inmunizado. Sin embargo, en esta segunda vuelta de tuerca del relato Maria no solo es ‘expulsada’ hacia el afuera, sino que, por un lado, llevará al hijo de William -herencia y reminiscencia de lo filial-, y por otro, estará ‘condenada a su recuerdo’.

Es interesante esta postulación de una memoria orgánica, inconsciente y corporal, idea que también está presente en Extraño resplandor de una mente sin recuerdos en cuanto una resistencia al borramiento de información. Es esa memoria -actual, orgánica- la que hace un tipo de ‘llamado’ -podríamos decir una cierta intuición catastrófica, una pulsión de muerte- que lleva a cometer actos de subversión contra el sistema, la violación de la norma. Y es también donde están alojados algunos residuos de humanidad y precariedad.

Podríamos decir que la metáfora de Winterbottom es la idea de un poder sobre los cuerpos de carácter invisible, sutil y codificado. Al respecto podríamos oponer las lobotomías quirúrgicas versus el borramiento de cierta data por vía de una operación digitalizada.

Tecnociencia

Paula Sibilia, en su libro El hombre postorgánico (Sibilia, 2005) ha hablado de la dos líneas dentro del pensamiento científico, una línea prometeica, ligada a la utopía moderna de la liberación, y de la técnica de un medio para ello, y de la línea fáustica, ligada a la previsión, al control y la definición, cuyas características centrales serían su carácter insaciable, y por otro, la utopía de una liberación de la materialidad del cuerpo, un paradigma tecnológico presente en nuestra actualidad desde diversas áreas que van desde las implementaciones de uso mercadotécnico (dispositivos pequeños, incrustaciones) al medicinal (drogas, cirugías).

En Código 46 la línea fáustica parece haber logrado aparentemente su cometido, y es el programa el que parece regular la existencia cotidiana y parcelada de los individuos. La idea de programa partiría de la base de una dualidad entre una mente que controla y un cuerpo-materia controlable, definible, en definitiva de una vida no solo moldeable, si no calculable. El ADN, metáfora visible de la utopía fáustica estaría en el centro de una idea del saber, un código con manual de instrucciones, un programa que debe ser descifrado, y a su vez controlado. Pero el programa que piensa sus objetos de forma aislada no puede calcular el error, solo dejarlo fuera, minimizando el riesgo de que el sistema colapse. En la base de la ficción de Código 46 se encuentra esta metáfora, ya que es desde ese error -incalculable, incuantificable- desde donde el relato se hace posible, y es también en esa cadencia -o inercia- donde reconocemos un hilo donde algo subsiste.

Bibliografía

Esposito, R. (2006). Bios. Biopolítica y filosofía. Buenos Aires: Amorrortu.

Schuster, L. (2009). The Trouble With Memory: Reco(r)ding the Mind in Code 46. En A. Maj & D. Riha (Eds.). Digital Memories: Exploring Critical Issues. Oxford: Inter-Disciplinary Press.

Sibilia, P. (2005). El hombre postorgánico: cuerpos, subjetividad y tecnologías digitales. Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

 

 
Como citar:
Pinto Veas, I. (2010). Futuros cercanos, laFuga, 11. [Fecha de consulta: 2024-11-02] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/futuros-cercanos/419