Goodbye, Dragon Inn la vi la primera noche del Festival de Valdivia. En una pequeña sala de cine de la Universidad Austral, una sala de butacas rojas y algo apretadas. Eran las 11.30 pm. y había poco público, y aunque el cine donde transcurre la historia en Goodbye, Dragon Inn es más bien majestuoso, una sala enorme, lujosa, con doble cielo y butacas en largas gradientes, hubo un momento, un momento nada de breve –no hay planos breves en esta película- en que la pantalla se convirtió en espejo, y nuestra pequeña sala fue una prolongación, casi un doble, de aquella otra sala que estaba a una función de ser abandonada por los solitarios personajes que la habitaban.
De Tsai Ming Liang he visto cuatro películas: “What time is it there?”, “El Río”, “Vive l’ Amour” y ésta. Y probablemente lo que más me sorprende, es la capacidad de este director taiwanes de sugerir apenas, armar relaciones a través de desencuentros, miradas, soledades, que sólo se articulan cuando existe un espectador para constatarlas.
“Goodbye Dragon Inn” es el mejor ejemplo de puesta en abismo, en tanto, literalmente acá funciona como dispositivo que produce vértigo. Cuando desde nuestra butaca nos encontramos de pronto insertos en otra sala de cine entramos en una especie de loop. El cine de Ming Liang, sobre todo en esta película, es un cine que comienza a escribirse desde el primer plano, mientras vemos a la mujer a cargo de la boletería y la mantención del cine alejándose por un pasillo, cojeando trabajosamente, yendo a dejar la mitad que ella no comió de una sustancia rosada y redonda al proyeccionista (probablemente una comida taiwanesa popular), y de ese plano infinito nos llega sólo sonido directo: el de la película proyectada que se siente lejano, el de su cojeo casi imperceptible, el de la lluvia intermitente fuera del cine. Sonidos que se aletargan y se transforman en un tipo de silencio (como el ruido del mar puede ser un tipo de silencio).
No hay diálogos en el primer tercio del filme, simplemente un conjunto de situaciones, algunas tan absurdas como mínimas, incomodidades: un hombre que quiere fuego para encender su cigarrillo, y se sienta al lado de diferentes espectadores intentando que ellos se lo brinden sin él tener que pedirlo. Pero hay otras situaciones, sobretodo aquellas en que la mujer es protagonista, que están marcadas por una melancolía tan bien armada, la melancolía que sentimos cuando sabemos que estamos ante la última vez de algo, tal como una fotografía o un recuerdo podría ser melancólico, acá es la añoranza por el momento presente que está a punto de convertirse en pasado y en recuerdo.
La no acción, la narración aletargada en largos planos fijos, mientras en la pantalla de ese otro cine se proyecta “Dragon Inn”, una cinta de artes marciales con hermosas escenas de lucha, y el propio protagonista, ahora espectador, se observa a sí mismo, en otro tiempo - espacio. La cinta trascurre así, a través de planos dilatados, de personajes que deambulan casi como fantasmas, se encuentran, se miran, están a punto de tocarse pero no lo hacen, en una poética del desencuentro y la indecisión; un cine en el que no se siente el cine, no se siente la presencia de una cámara, no hay presión, simplemente un sentimiento que se dilata y se dispersa como la película misma, y sin embargo se siente tan concreta y palpable como pocas.
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Urrutia, C. (2005). Goodbye, Dragon Inn, laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/goodbye-dragon-inn/213