In-Edit 2008

Revisión y cuatro reseñas

Por Álvaro García Mateluna, Roberto Doveris

Biografía +
Álvaro García Mateluna. Licenciado en letras hispánicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente, cursa el magíster en Teoría e historia del arte, en la Universidad de Chile. Junto a Ximena Vergara e Iván Pinto coeditó el libro "Suban el volumen: 13 ensayos sobre cine y rock" (Calabaza del Diablo, 2016). Editor adjunto del sitio web de crítica de cine http://elagentecine.cl.



 
 

La versión chilena del festival español In-Edit, en su quinta versión, parece consolidarse como un espacio oficial de difusión y reflexión en torno a la realización audiovisual, la música y los medios de comunicación. La presencia de por lo menos 10 trabajos chilenos en la selección es significativa en la medida que, adecuándose progresivamente al contexto nacional, In-Edit podrá asentarse como un lugar para valorar y discutir la producción local. Como todo buen festival cuenta con importantes estrenos, títulos reconocidos internacionalmente, una presencia en varios lugares de la capital y un número considerable de público, indicando que el crecimiento del festival no es sólo cuantificable a partir de cifras sino también en el sentido de una maduración como formato. Las mesas de discusión realizadas por la revista lafuga.cl dan cuenta de ello y trabajos como Violeta Parra, El amor y la muerte del tío Lalo Parra, Las niñas, Rosita Serrano, Mundo tributo, La funa de Víctor Jara, Un año más. Ángel Parra trío, Pepe Fuentes y María Ester Zamora, una historia de amor, Destino: Joe Vasconcellos, Andergraun, Lluvia ácida: la dinámica del frío, Ada y Kabir o Trance, forman una buena muestra de lo que se está realizando tanto en documental como en ficción por estas latitudes. A continuación una revisión de las películas más vistas del festival:

Joy Division. The True Story of the Meteoric Rise and Fall of One of the Most Influential Bands of our Time (Grant Gee, 2007)

Noventa y seis minutos de historia, de canciones, de presentaciones en vivo, de música y de homenaje a una de las bandas más influyentes del post punk y de la música en general. Con apenas dos discos y un puñado de temas, Joy Division asentó las bases para la realización musical dentro y fuera del mainstream internacional, y si a esto le sumamos la mítica muerte de su vocalista Ian Curtis tenemos un material más que interesante para cualquier documental. Lo acertado en Joy Division es que no sólo es un documental archivista, sino que también busca poder instalar una discusión respecto a la obra de la banda en un contexto actual, plagado de bandas post-punk, y en donde aquellas hipersensibilidades de privilegiados genios parecen escasear. El mito se deconstruye, vemos arrepentimiento, reflexión sobre el compañerismo, la distancia que a veces se establece entre los miembros de una banda en medio del ajetreo laboral parece ser una espina que a los New Order no les ha sanado del todo. ¿Cómo fue posible que Ian llegara a suicidarse? ¿Qué opinan hoy su esposa, su amante, sus amigos? ¿Qué se tejía en las letras de cada canción? ¿Cómo poder rearmar una historia que ocurrió tan deprisa? ¿Cómo poder comprender una muerte que se muestra tan gratuita, de un momento a otro? Lo que queda son las canciones, pero las de Joy Division parecen volverse cada vez más inaprensibles.

Pink Floyd, A Technicolor Dream (Stephen Gammond, 2008)

Engañoso fue el título que se le puso a este docu-reportaje, al que se le debe restar la referencia a la banda Pink Floyd, quedando solo ese Technicolor Dream, referencia al breve pero efervescente par de años en que se definió lo que conocemos más gracias a la música sicodélica inglesa. Un retrato de una “escena contracultural” que va del año ‘65 al ‘67, la que transcurre en algunos barrios londinenses por donde se cruzan personajes multidisciplinarios, rango que va desde el relevante poeta beatnick Allen Ginsberg, el beatle John Lennon, los emergentes Pink Floyd de Syd Barret y otros tipos menos conspicuos. Estos últimos sin duda, como deja en claro la película, fueron los artífices de un movimiento a base de panfletos, volantes y mucho entusiasmo. En vista de esa dualidad entre personalidades pop y personajes muchos menos famosos la película opta por ser un recuento que tendrá dos momentos álgidos: el inicio y el fin de una cultura juvenil que media entre los rockers y mods de principios de los sesenta y los hippies que se impondrían al final de la década. El inicio, o más bien el afiatamiento, ocurre en el recital poético de los beats en el Royal Albert Hall; y el final, el momento que se propone rememorar el documental, el gran evento “14th Hour Technicolor Dream”, del cual se rescata la presentación al amanecer de los Pink Floyd. Resulta interesante destacar que el centro narrativo y el intento de rescate del día preciso de esa fiesta del underground haga perder fuerza a la película. Tal vez porque habían otras historias más interesantes que destacar, como aquella de la escuela libre que pusieron en marcha los activistas del movimiento, o el giro que este fue tomando de la literatura hacia la música. De esta forma el documental hace ganar a lo que sucedió en una noche y en una fiesta inolvidable frente a un trazado temporal más amplio, desde el que un grupo de personas vuelven a surgir del anonimato en el aquí y ahora de las entrevistas, con las que permiten poner distintos grados de distancia a lo que fue esa época y su juventud. La impresión final es que la sicodélia no fue hecha con drogas sino con una imprenta, que la lectura cedió ante el espectáculo audiovisual y que quizás este movimiento está sobrevalorado por muchos de sus protagonistas, probablemente a causa de la nostalgia por la juventud y el interés por figurar, aunque ahí están las intervenciones de Roger Waters ironizando sobre el idealismo de sus contemporáneos.

Kraftwerk y la electrónica alemana (Tim Odell, 2008)

Otro docu-reportaje, aunque esta vez más “objetivo y reflexivo”, que utiliza la misma estrategia narrativa que el anterior: contextualizar mucho para después perfilar un elemento sin elaborarlo demasiado. En este caso se parte de los orígenes del rock en Alemania para realizar un recuento de bandas, dar información sobre el estilo krautrock y de a poco ir introduciendo al grupo Kraftwerk como eje central. La voz over y las entrevistas se toman su tiempo para informar. Músicos y críticos musicales aparecen intercalados, también emitiendo juicios personales. De esta forma el cometido informativo de dar a conocer un movimiento y una banda en particular se basa más en la oralidad y la referencialidad que en las imágenes y la música. De ahí que se note un vacío sobre el que de vueltas la película, los fundadores y miembros permanentes de Kraftwerk no fueron entrevistados (deliberadamente o no) para el documental. Las explicaciones y recuentos llegarán gracias a un tercer miembro que sí es entrevistado. La banda que acabó por autodefinirse como robótica y despersonalizada entonces aparece representada en imagen y sonido de archivo, manteniéndose su “aura” performativa. Por lo mismo puede ser algo chocante escuchar a uno de los miembros del grupo hablar, reír, analizar y someterse al escrutinio de la mirada del espectador que antes la banda suspendía sobre sí misma. El recuento y detenimiento en los LPs y temas más notables de Kraftwerk sirve como una completa introducción a quien no conozca la banda. Más allá de trivialidades el documental permite entender en qué consiste la particularidad del rock alemán en general y la producción de los sesenta y setenta en particular. Como hijos de las posguerra los rockeros alemanes necesitaban construirse una identidad que se interrogara por el pasado histórico al mismo tiempo que lo completaba y superaba. De ahí que esta idea encuentre su mejor encarnación en Kraftwerk. Tal como la generación del nuevo cine alemán la banda intentó lidiar con la modernidad en un intercambio estético: hacer música en una patria que perdió la peor de las guerras, que quedó convertida en una nación divida ideológica y cotidianamente, que pasó del fascismo de los uniformes y las consignas a reencarnarse en las modas, el ocio y los sentimientos de culpa, y que tuvo el reto de enfrentar del colonialismo cultural anglosajón con una relación dubitativa con la(s) propias tradición(es). En definitiva, el pacto faústico creativo que, mediante la mediación de la originalidad musical, se traduce en un intento por entender y dominar los tiempos modernos.

Luca (Rodrigo Espina, 2007)

Me es difícil sostener un juicio sobre este documental sin aludir a como lo experimenté. La sala del Alameda estaba repletísima y se convirtió en espectáculo rock antes que cine. Todo gracias a la presencia y actuación de Andrea, hermano de Luca Prodán. El director de la película también estaba presente, pero las oficio de introductor. La estrella era este otro Prodán cantando canciones de su hermano fallecido para un publico de incondicionales chilenos. Ahí esta la brecha que separa el rock del cine y el porqué el cine pese a grandes intentos no podrá hacer un “rock film” de verdad. La recepción de una película en muchos aspectos es antagónica con la cuasi interactividad de un concierto. El cine, en el mejor de los casos, busca otorgar al espectador una visión interior y un pensamiento proyectado en la sala oscura y silenciosa. El concierto está marcado por otros ritmos, por el gesto de autopresencia del cantante y sus fans, por la sobreexposición, por luces apagadas que se encienden con sentimentalismos desaforados, y donde el cuerpo es la intensidad manifiesta. El sudor, el baile, el griterío del músico y del público, contra la asepsia y glotonería visual del espectador ante la pantalla plana que le mira.

Entonces Andrea Prodán podría haber respondido a la pregunta cainíta “¿dónde está tu hermano?” con “está muerto, encuéntralo durante la proyección en la pantalla”. En las imágenes en video de backstage y de recitales de Sumo, yuxtapuestas con encuadres donde la cámara pone en escena una reconstrucción de la habitación de Prodán, supuestamente donde vivió al llegar a Argentina, donde el sonido proviene de casetes que mandaba a su familia, y por último, en las entrevistas en el presente a quienes van contando la historia del cantante. Es precisamente esa habitación, el encuentro con Argentina y la desintoxicación el nudo narrativo desde donde surgen las líneas oblicuas que apuntan al pasado o futuro de ese momento. La infancia, la juventud, los comienzos del grupo, sus amistades argentinas van solapándose poco a poco mientras la voz no deja de hablar con su familia desde ese cuarto ficcionalizado. La voz “real” y la reconstrucción se conjugan al mismo tiempo que desconectan. Ya está el antecedente de About a Son 1About a Son y Luca fueron presentadas en IN-EDIT 2007, en su versión 2008 se volvió a exhibir Luca (A. J. Schnack, 2006), realizado mediante la suspensión (en el sentido de soporte) de imágenes escogidas a posteriori en una banda sonora donde se escucha casi sin presencia de interlocutor la voz de Kurt Cobain relatando su vida. Esta suspensión de lo visual en lo sonoro llevado a cabo fragmentariamente en Luca nos deja con esa ausencia que la imagen no puede llenar. Se ve a Luca, pero mejor es oírlo, con su acento tan particular y su poliglotismo. Además es la confesión en voz privada haciéndose imagen publica. Las imágenes de Prodán ya han dado muchas vueltas, pero su voz, ya no cantando, sino contando cosas a su madre busca actualizar su presencia. Y por último está la imagen de Luca que vemos surgir de los entrevistados. Eso sí, el retrato no estará nunca completo. Falta el testimonio del padre, dejado de lado en la edición. Es otro vacío y otro nudo que la película deja como, en este caso, como un hueco. Como en toda relación edípica, la imagen y la personalidad de Prodán se complementaba con la del padre. Luca termina siendo una suerte de episodio de una novela familiar, o mejor, una “home movie” reconstruida cuyo héroe es la estrella de rock trasgresora, el joven que escapó a las convencionalidades sociales que su inteligencia le dictaba como estúpidas. Convertido en un talentoso paria, adicto a la heroína, que arrastra con la muerte de su hermana menor, se convierte en una personalidad punk rock tercer mundista. El príncipe italiano arma su suspicaz reino musical en otro continente. Su figura recordada en su esplendor mantiene como elogio final no representar su muerte, tan solo un cartel nos recuerda la fecha. Es difícil escapar del esquema laudatorio de la biografías, pese a que en este caso para nada intenta inscribirse como una “feeling good movie”.

 

 
Como citar:
García M., Á., Doveris, R. (2009). In-Edit 2008, laFuga, 9. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/in-edit-2008/265