El siguiente texto es sobre el cine, la lluvia, los circuitos de exhibición y una cartelera cinematográfica que se siente tan entumecida como los días.
Vacaciones de invierno. Las calles se nublan, se mojan, como preludio frío de una primavera que probablemente tarde en llegar. La gente se cubre con chaquetones y se refugia en cafés, librerías o centros comerciales. En ese contexto, el cine se plantea como la fuga perfecta. Entrar a la sala oscura y tibia, desabrigarse, hundirse en la butaca, perderse en las imágenes.
Un día de lluvia sabe a chocolate caliente, a chimenea, a mar al otro lado de la ventana. A película de Rohmer o de Linklater, a casi cualquier filme de la Nouvelle Vague; una cinta de diálogos lúcidamente triviales en el que la pantalla se presenta como único límite que nos impide intervenir.
Frente al cine y la lluvia, hoy por hoy, nos encontramos con un par de problemas. El más evidente es que con los años, muchos de nosotros dejamos de tener vacaciones en invierno y, con ellas, tardes de fuga cinematográfica en días de semana. Pero incluso si pudiésemos evadir ese primer obstáculo -no es difícil encontrar una excusa, ni siquiera ante nosotros mismos, para pasar una tarde de martes en una sala de cine-, nos enfrentamos a una dificultad mucho más grave e inquebrantable: junto al frío llega una invasión de filmes infantiles a ocupar gran parte de las salas locales.
Si tomamos esta semana como ejemplo, nos encontramos con que solamente hay tres estrenos: Efelante (Gus Van Sant, 2003), Herbie, a toda máquina (Angela Robinson, 2005) y Los 4 fantásticos (Tim Story, 2005), además de Rayas (Frederick Du Chau, 2005) y Madagascar (Eric Darnell & Tom McCgrath, 2005) estrenadas en semanas anteriores. Es decir, si hurgamos en nuestra cartelera actual, resulta bastante difícil encontrar algo con sabor a día de lluvia.
Esto es aún más peligroso si tomamos en cuenta otro dato significativo: esta invasión viene precedida por un segundo trimestre en que las súper producciones de la máquina Hollywood, una tras otras, se tomaron las salas de cine. La guerra de las galaxias. Episodio 3: La venganza de los Sith (George Lucas, 2005), Batman Begins (Christopher Nolan, 2005), La guerra de los mundos (Steven Spielberg, 2005), se sucedían ocupando porcentajes exagerados de la totalidad de las salas en Chile, dejando a todo un otro cine fuera. Un fundido a negro que excluye un enorme abanico de colores. Sin darnos cuenta, dejamos de tener la libertad para escoger qué es lo que queremos ver. Incluso frente a un acto tan aparentemente honesto y simple como asistir a una película, parece haber una mano invisible señalándonos el camino.
Hace justo un año atrás, en la revista de cine argentina El amante se publicó un texto titulado “El año de la sequía (¿definitiva?)”, donde su autor, Javier Porta Fouz decía: 1) que cada vez se estrenan menos películas y 2) que las películas a las que tenemos acceso no tienen ninguna relación con la variedad del cine en el mundo. Pone como ejemplo el estreno en Argentina de El hombre araña 2 (Sam Raimi, 2004), con 28 funciones diarias en un solo cine: “prácticamente empieza una función cada media hora desde las 11.30 de la mañana hasta las 2.00 de la trasnoche. ¿Se trata de que todo el mundo se convirtió en ansioso o se trata simplemente de algo muy parecido a la monopolización de la oferta para crear demanda?”
En ese artículo el autor se refiere a las mega producciones hollywoodenses como “tanques” que copan el mercado y salen de las salas sólo para dejarle lugar al tanque siguiente. Es decir La guerra de las galaxias reduce salas solamente cuando aparece Batman y, a su vez, ésta lo hace para abrir paso a La guerra de los mundos. Eso sucede acá y en el resto del mundo: las salas se convierten en un gran dispensador de cabritas y entretenimiento de fácil acceso.
Y Porta Fouz escribe desde Buenos Aires, una ciudad que de por sí ya tiene más estrenos que Santiago y que además asegura un estreno nacional por semana, amparado por ley de protección estatal. Es decir, ante la irrupción de cine masivo norteamericano tienen la alternativa de ver un cine local que se va renovando constantemente, con una producción, que aunque dispareja, cuenta con un volumen que permite que cada cierto tiempo surjan cintas brillantes.
En Chile, donde el cine local sigue siendo escaso -en relación al promedio de estrenos nacionales por año- cada vez más se exhiben menos películas que conmuevan, de directores que tengan una visión de mundo; un cine con una resonancia que traspase los créditos finales, un cine de ideas, de actores, de cuerpos, que nos permita deslizarnos en la imagen cinematográfica y entender el mundo a través de ella. Y no es, en absoluto, que ese tipo de cine haya dejado de hacerse: los festivales internacionales constantemente dan cuenta de ellas. Qué pasa con el cine asiático, cada día escuchamos nombres, directores premiados, aclamados, y que sin duda van a encontrar un público acá que quiere verlo: Tsai Ming Liang, Park Chan-wook, la última de Wong Kar-wai, qué pasa con el cine independiente europeo, norteamericano. Incluso del otro lado de la cordillera escuchamos de Lucrecia Martel, pero es difícil llegar a ver sus películas proyectada en nuestras pantallas.
Ante este panorama algo gris, cabe preguntarse dónde se sitúa la crítica. Para cintas como el Episodio 3 de Lucas, la crítica cinematográfica se plantea como algo completamente inútil, estas grandes películas que parecen habitar en nuestros cines no la necesitan para llenar salas. Acá los críticos y teóricos juegan un rol a posteriori, sólo pueden constatar problemáticas que se hacen patentes durante la película, pero que se pasan por alto en el furor del estreno. En cambio ese otro cine, el cine más de autor, más íntimo, un cine con algo que decir, sí que requiere del papel de la crítica para complementarla, para descubrir funciones estéticas, pensar las imágenes, descorrer velos. Por ese otro cine -situándonos en Santiago de Chile al 14 de julio de 2005- me refiero a tres películas que han logrado mantenerse como islas en el gran mar cinematográfico que llega como tsunami desde california: la cinta uruguaya, Whisky (Pablo Stoll & Juan Pablo Rebella, 2004); Vera Drake (2004) de Mike Leigh, y Primavera, verano, otoño, invierno…y primavera (2003) de Kim Ki-duk. Películas donde la narración, el plano, el uso del tiempo de alguna manera logran sacudir nuestra percepción de representación, un cine intenso a la vez que leve, incómodo pero al mismo tiempo evidente.
Finalmente, la culpa no es de las cintas infantiles, sería mezquino pensar que esas cintas impiden la variedad. Tampoco la tienen los “tanques”: de vez en cuando disfrutar de un balde de cabritas frente a una de Spielberg puede incluso resultar revelador. El problema es que está lloviendo y hace un frío que cala hondo, y no resulta nada fácil encontrar alguna película de la cartelera donde poder cobijarse.
Urrutia, C. (2005). Invierno cinematográfico , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/invierno-cinematografico/85