Si bien la ópera prima de Marialy Rivas fue rodada en 16 mm, no puedo sino leerla desde el marco del cine digital. Joven y alocada posee los síntomas suficientes para hacernos pensar en un tipo de películas que sólo pueden ser posibles tras del advenimiento de las tecnologías digitales e Internet dentro de un mundo neoliberal, demostrando tajantemente que el impacto del digital es transversal al cine mismo: no sólo es una técnica, un formato o un modo de producción, su incidencia sería fundamentalmente un cambio paradigmático en los modos de significación cinematográficos. Y J&A no solo está en sintonía con estos desplazamientos porque el guión esté inspirado en las vivencias de una blogger, sino sobretodo porque está inspirado en la estructura de un blog en el amplio sentido de la palabra. “Joven y Alocada” no sólo toma como referencia al personaje de Camila Gutierrez, egresada de literatura de la Universidad de Chile, sino que se hace cargo del lenguaje bloggero que la perfila como sujeto discursivo en el horizonte simbólico de los medios de nichos.
Es una sutileza por parte de la película el haber comprendido que joven y alocada antes que un personaje, es un blog, y que por lo mismo la existencia de esta adolescente sólo puede ser entendida en el marco de las condiciones materiales, lingüísticas, históricas y simbólicas que le permiten emerger como sujeto discursivo. Dicho de otra manera, el film de Marialy Rivas no sólo estaría reflexionando sobre los vaivenes emocionales del personaje desde la estructura del drama narrativo, sino que atendería también a las condiciones de producción de ese sujeto, haciéndolas propias en un juego de desplazamientos y tránsitos de diversa índole, creando un puente entre el lenguaje cinematográfico y las lógica de la web.
Sería injusto, sin embargo, conectar las destrezas gramaticales que posee el film exclusivamente con la emergencia de las tecnologías digitales, ya que los referentes son mucho más profundos y de hecho el tráiler de la película nos anuncia esta tradición moderna que fluye en ella, citando abiertamente Bande à part’ de J. L . Godard. En ese sentido habría que pensar en el digital como un modo de hacer extensivo a todo el cine, una apertura que fue históricamente producida y que en su contexto fue leída como un profundo corte con la tradición clásica. Lo excitante, entonces, es cómo J&A encarna algo muy propio del cine contemporáneo, que sería el tránsito continuo entre el modo de representación institucional y el modo de representación moderno sin interferencias y sin culpas, algo que M. Rivas conscientemente liga a las obras pioneras de Godard, por un lado, y de forma menos evidente a todos aquellos mecanismos narrativos no lineales presentes en el videoclip, la publicidad y las nuevas tecnologías, mercados en donde la realizadora ha formado su ojo y una carrera profesional.
Frente a esta temática me interesa hacer notar cómo es que J&A no puede, ni le corresponde, hacerse cargo del problema que significa para una tradición de ruptura, que sea precisamente la consolidación del capitalismo global a través de los media quien haya incorporado los recursos de la ruptura a la vida cotidiana de todos nosotros (vía el consumo). Parece un mal chiste, pero creo que ahí se juega parte de la tensión irresuelta en la actualidad entre frivolidad y compromiso político, entre superficialidad y densidad… entre arte y mercado en definitiva. Irresuelta porque los límites han sido desplazados tal y cómo lo quería la vanguardia artística y, en cierta medida, el cine moderno ayudó a ello. Esto implica que MTV podría ser más político que los programas de Derechos Humanos en determinado momento, o que la experimentación formal es más lucrativa que el cánon en ciertas ocasiones. Parece que todo requiere del olfato de mediadores como publicistas, administradores de contenidos, agencias de marketing y sociólogos del mercado, pues es precisamente el carácter intrínsecamente subversivo de las formas de ruptura el que está en entredicho en la contemporaneidad: o bien ha cedido ante las lógicas del consumo, o bien se ha extendido de tal manera que ha perdido su carácter de excepcionalidad. Ya se trate del primer o del segundo caso, lo cierto es que la ruptura ya no es sinónimo de resistencia y por eso Joven y Alocada podemos leerla desde los nuevos medios y desde la modernidad cinematográfica indistintamente, a pesar que ideológicamente parezca contradictorio.
Dicho esto, me parece prudente aclarar que en tanto J&A dialoga con esta condición contemporánea del cine actual (y del arte en general) resultaría imprudente criticarla por la artificiosidad de sus recursos o por no hacer de estos una consigna política; es más, me parece que es en ese terreno ambiguo y formal donde más brilla su audacia como película. Es desde lo formal que el film mina la linealidad del relato y la teleología del conflicto, otorgándole preponderancia al “vagabundeo” mental y especulativo del blog y por ende restándole peso a la estructura clásica del conflicto. Alicia Luz Rodríguez, por ejemplo, no interpreta para producir empatía o identificación narrativa. La potencia de su mirada y la neutralidad de su voz, elementos a través de los cuales toma cuerpo el deseo que la muchacha contiene, forman parte de una sinfonía formal sin demasiadas jerarquías y más que un personaje con objetivos y metas, es un ente sin rumbo claro, abierta a la experimentación, al zapping: es adolescente.
Y así es como el film confunde con acierto la diégesis, la memoria y el lenguaje hiper-medial, fundiéndose en una experiencia que podemos denominar como bloggera: instantánea, con elipsis caprichosas, tan personal y narcisista que pierde toda referencia externa y, en cierto punto, profundamente amoral. De hecho, muchas veces la pantalla adquiere las características de un Tumblr: hace recorridos, reinstala imágenes flotantes, le da rostro a los espectadores anónimos que interactúan con ella y logra estar visualmente a la altura de la increíble rapidez mental de la verdadera Joven y Alocada, que figura en los créditos del guión de la película. La voz en off, en ese sentido, no es ilustrativa sino todo lo contrario: su monotonía recuerda a Palomita Blanca y a la chica de El Zapato Chino, como si de alguna forma el texto, la escritura, estuviera más presente que el habla misma, empujándonos a leer la voz en un nivel más discursivo que narrativo, algo que nuevamente remite a la fragmentación de los intercambios simbólicos de Internet donde es más importante semánticamente el contexto que el contenido, donde la relación palabra e imagen se vuelve dinámica y polisémica y la biografía es un proceso de permanente sobreescritura. La voz en off ya no sólo es de Alicia Luz sino también de Camila y de Marialy Rivas, y las distancias en esta experiencia comunicativa desaparecen en virtud de la máxima cercanía posible, en la experiencia de releer las anécdotas de Joven y Alocada como propias: tan flotantes son que finalmente el contexto lo provee el lector a partir de sus propios mundos personales.
Así es como M. Rivas alude a un lenguaje multi-soporte en la pantalla, volviéndolo cinematográfico. Su humor y el vértigo que provoca el pasar de un formato a otro, permiten trascender el drama y olvidar el conflicto, algo que algunos espectadores no están dispuestos a transar. Esto es quizás el punto de discrepancia que tengo con una parte de la crítica que le ha echado en cara una insuficiencia en el relato, en la solución del conflicto. En J&A el drama se disuelve en contra de una clausura del relato y la muchacha, independientemente de las lecturas de género de su experimentación amorosa, aprende que las personas pueden resultan heridas, algo que se convierte en el primer paso para su redención pero que no posee un correlato a modo de clausura. Esta decisión sólo puede considerarse como un punto débil si creemos que las historias debiesen conducir a su resolución y los objetivos se deben alcanzar tras vencer a los dragones y fantasmas personales, sin embargo hemos insistido que lo que J&A pretende es resistir en la duda y en la incertidumbre, en la convicción de que es esta la manera de ser fiel a su personaje y por ende el triángulo amoroso es sólo una anécdota en el devenir sexual del personaje. Y es este otro punto de tensión en la lectura de J&A, pues muchos no están dispuestos a perdonarle que en realidad la joven sea muy poco alocada, evidenciando que el film no resiste una lectura queer en profundidad. La verdad es que esto, al igual que el conflicto amoroso, me resulta secundario: es cierto que la historia de esta joven resulta muy poco provocativa y hasta tiende a ser algo reaccionaria, pero es que sólo en el contexto de una familia conservadora posee un grado de subversión y así es como está planteada la historia. Sin embargo creemos que su ambigüedad sexual y el conflicto con los demás personajes son parte de una misma escenografía, el back up de un personaje cuya principal virtud es relacionarse con un lenguaje que le permite hace un paréntesis en su realidad, pero que gracias a su ingenio termina por modificarla y trascenderla. Resulta elocuente que el set para una de las escenas finales sea una micro, espacio donde la mente de la adolescente se libera y se proyecta hacia nosotros en forma de twitt, de post, de un discurrir virtual del que inevitablemente formamos parte día a día. Lo que hemos intentado es hacer ver que quizás la película es mucho más que una película LGBT o de adolescentes, se trata fundamentalmente de una propuesta que sin duda abrirá caminos en la manera de relacionarnos con las historias.
Doveris, R. (2012). Joven y alocada, laFuga, 14. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/joven-y-alocada/544