La Escuela de Cine fue inaugurada en 1995, en un Chile medio atontado, con prioridades más importantes que volver a tener una producción cinematográfica respetable. En un intento arriesgado y cargado de idealismo, Carlos Flores y Carlos Álvarez se propusieron continuar la senda creativa interrumpida por el golpe de estado. Tras más de una década en función, la Escuela de Cine goza de cierta fama en el medio y bien podría afirmarse que es considerada como “la alternativa menos mala” al momento de elegir donde estudiar cine en Chile. Pues consolidar una escuela audiovisual requiere tiempo y sobretodo muchísimo dinero y aunque suene duro, hay que reconocer que nuestro país carece aún de una escuela que se haya ganado un reconocimiento a nivel nacional e internacional.
Tras dos años de post producción, Juego de Verano es el tercer largometraje de la Escuela de Cine de Chile que se estrena comercialmente. Dirigido por cuatro directores (tres mujeres y un hombre) y filmado en 16mm por cinco directores de fotografía (una mujer y cuatro hombres), la película es un fiel reflejo de aquella consolidación a medio construir.
En tres palabras: Daniel (Iván Álvarez) llega del sur a la capital, conoce a Leandro (Benjamín Vicuña) y su novia Eva (Siboney Lo). Junto a la pandilla de éstos matarán el ocio consumiendo drogas y cometiendo vandalismo. En dos aspectos me gustaría concentrarme:
1. En lo tradicional de la narración que si bien funciona, está construida a base de estereotipos ya instalados en el inconsciente colectivo y que son fáciles de reconocer.
2. En un aspecto más extrafílmico, en las evidentes disimilitudes entre las temáticas y formas que la escuela y los alumnos desean abordar.
A ratos pareciera que Juego de Verano no tuviese un tiempo definido. Dejando de lado los rostros de los actores de moda y de ciertas referencias de la ciudad que nos ubican temporalmente, la película bien podría pertenecer a principios de los noventa e incluso a la década de los ochenta. En este sentido podríamos decir que Juegos de Verano no avanza en la construcción de figuras novedosas ni de situaciones originales. Delatando una visión muy masculina (asunto grave si pensamos que de cuatro guionistas/directores tres son mujeres), el rol de la mujer no es otro que satisfacer y seducir a los hombres. A la actriz Siboney Lo no le queda más que copiar esquemas anteriores, entiéndase a una mujer latina fogosa, carne pura que vive en función del sexo. Lo mismo ocurre con la figura del sureño inocente, del líder por naturaleza y de los ineptos que completan la pandilla. Los actores cumplen con su trabajo, pero les resulta imposible innovar. Su desempeño se enmarca en la construcción de figuras cinematográficas que funcionan, pero que cada vez se hacen más insoportables de ver. Sin embargo, tal como los personajes se hacen reconocibles, la historia se desarrolla correctamente pero sin mayores novedades. Resulta interesante que todo fluya como en círculos, sin motivaciones ni finalidades. Tal como ocurre en otra chilena, Mala Leche (2003) de León Errázuriz, la historia y los personajes avanzan en círculos viciosos, lo que dialécticamente podría ser interpretado como la condena de la vida misma de los personajes en el filme. La diferencia es que en medio de este ir y venir del guión, Mala Leche ofrece una puesta en escena atractiva (hasta entonces, Santiago nunca había tenido una presencia de real urbe), consciente y sobretodo coherente respecto al ánimo reflejado en toda la película. En Juego de Verano , la historia es tomada demasiado en serio y el trabajo técnico (dramatizar con posiciones y movimientos de cámara, iluminar según los estados de ánimo de los personajes, etc.) existe pero como inconsciente, descuidado, pues no concuerda con lo narrado. Mención aparte merece la baja calidad y el pobre diseño de sonido, un defecto ya superado en las producciones chilenas, donde Juego de Verano nos devuelve al pasado.
A modo personal, el segundo aspecto tiene que ver con una impresión que me dejan las ideologías propias de la administración de la Escuela de Cine de Chile y los intereses de sus estudiantes. En una entrevista que le hice en 1998 al director de la Escuela, Carlos Flores, este defendía con garras la malla curricular que no era reconocida por el Ministerio de Educación. Argumentaba tener una estructura alternativa que simplemente no se adecuaba a los requerimientos que el Ministerio solicitaba para darle autonomía. Pese a que años más tarde, la Escuela de Cine de Chile se uniera con una universidad privada para, a través de ésta ser reconocida y poder así entregarles un título a sus estudiantes, pienso que aún es evidente la valla generacional que separa a gestores y estudiantes. En este sentido creo que las visiones de ambas generaciones no han sabido coordinarse. La más antigua mantiene las ideologías de un cine netamente social como lo había antes del golpe, en un intento por resistirse a aceptar que la función del cine hoy no es otra que entretener. La nueva generación en tanto, posee menos o cero conciencia social y sólo le interesa contar buenas historias. Y aquí el punto más interesante y contradictorio: estas historias se basan casi por completo en fórmulas ya probadas, pero no por el cine chileno, si no por el estadounidense. Pues hay que ser ciego y estúpido para no darse cuentas de las constantes referencias que Juego de Verano hace de películas que en Chile son preferidas por los cinéfilos primerizos, como Rumble Fish o Taxi Driver. Me parece que esta es la contradicción más sabrosa a la que se enfrentan profesores y alumnos en el campo académico: la antigua generación se caracteriza por renegar el, por ellos despectivamente denominado, cine yanqui. Sus alumnos en tanto, fueron “víctimas” del expansionismo hollywoodense durante la década de los ochenta y lo que mejor saben hacer es referirse constantemente (y yo creo que de manera más bien inconsciente) a esa escuela cinematográfica. Justifico esta idea sobre la Escuela de Cine de Chile, basándome en la lamentable presentación del filme que hizo su productor, Carlos Álvarez, en la función de prensa. En esa ocasión pareció estar avergonzado del resultado y de la temática de Juego de Verano, y en un discurso carente de ideas claras, justificó la obra insistiendo en que había que entenderla como desde la mirada de los jóvenes que la habían realizado.
Larga vida a la Escuela de Cine de Chile. Y al escribir esto, espero no se me tome por sarcástico. Pues está claro que necesitamos de ésta y de más escuelas que den la opción a estudiantes que deseen estudiar y hacer cine, en vez de irse a una escuela audiovisual o a estudiar periodismo. Pero al mismo tiempo, soy de la opinión que es indispensable poner más ojo en sus largometrajes que, como todo trabajo, cuesta sacar adelante.
Cubillos, V. (2005). Juego de verano, laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/juego-de-verano/162