Con “Juno”, segunda película de Jason Reitman, asistimos a la confirmación de un nuevo género en el circuito cinematográfico comercial. Quizás sea inapropiado y conservador tildar de ‘género’ a un conjunto de códigos que se reagrupó en torno a un tipo de cine, y que eventualmente pueden ser violados y rearticulados de acuerdo al gusto de cada director. Sin embargo en virtud de otorgarle un apodo provisorio, el rótulo ‘indie’ parece ser el más indicado. Entendido como moda, como estilo, como temática o como un cierto pathos, el ‘indie’ ya no puede ser considerado como ese impulso sesentero-setentero (y necesario) de producir de forma independiente películas al margen de la taquilla. Ya no tiene sentido, el nombre se ha desplazado y carece de significación: precisamente porque se ha sobresignificado y se ha institucionalizado. Por lo mismo ‘Juno’ puede estar nominada al Oscar y pertenecer a la compañía Fox sin escrúpulos, y por lo mismo contar con un elenco profesional y una producción económicamente elevada. Es así como también tiene que pagar de vuelta con ciertos formalismos estrictos: redondez en la historia, rigidez del relato, clímax y suspenso, sin contar en la lista el necesario desenlace feliz, amenizado por un soundtrack de gran calidad.
‘Juno’ es una historia sencilla: Ellen Page (‘Hard Candy’ de David Slade) es una adolescente cool, pero marginal, que queda embarazada de su mejor amigo. A su temprana edad decide tener al bebé y buscar unos padres para efectuar una adopción al momento de nacer la criatura, lo que traerá consigo un largo proceso (nueve meses) de incertidumbre, de búsqueda, de un viaje interior hacia la madurez.
La sencillez de la historia está dada también por la suavidad del relato, lo cual también es una característica de este estilo que hemos denominado ‘indie’: ir entretejiendo la emotividad fresca de los personajes con un cierto aire de ironía y de liviandad, dando como resultado final un lindo relato. El adjetivo acá no está de más: la ternura que suscita en el espectador ‘Juno’ sumada al conflicto de las temáticas que se van tratando expone una complicada red de emociones que van desde la risa al nudo en la garganta, pasando por la reflexión y la tensión que genera el suspense cuando todo el plan de la adolescente parece derrumbarse.
La efectividad de esta implicancia entre espectador y film está dada sin duda por el esquema clásico que adopta el relato: en eso los gringos son estrictos y si hay presupuesto de por medio se vuelve una exigencia imposible de obviar. ¿En qué sentido?, en que el conflicto se presenta durante los primeros cinco minutos, en que los personajes se dan a conocer entre los primeros diez, en que el desarrollo del film tiene varios puntos de giros que generan intriga, en que los diálogos siempre están girando en torno a un centro argumental que progresa, en que antes del clímax se va generando una tensión que se desenvuelve en el desenlace. Un esquema de guión perfecto. No está mal, están en todo su derecho, pero cabe constatar que es una exigencia y no una elección: volvemos a la idea de que la producción ‘indie’ norteamericana es tan solo un modo-moda dentro de sus géneros, un modo tan productivo y lucrativo como cualquier otro y que exige también cierta formalidad.
Interesante resulta que dentro de este mismo rígido molde narrativo los autores norteamericanos (o canadienses, a la larga da igual porque se desarrollan en torno a Hollywood y a sus grandes casas productoras) van proponiendo temas. De alguna u otra manera estos directores están encargándose de mostrar la fisura, la vuelta de tuerca a la moral cristiana y humanista tan occidental. Por sólo mencionar algunos: “El Calamar y la ballena” de Noah Baumbach retratando la desintegración de la familia en el preciso instante de desintegración cultural occidental (años 60), ‘Short-bus’ de John Cameron Mitchell mostrando cómo la hiper sexualización produce cuerpos ausentes, deseos atrofiados, relaciones sin fundamento. Por su lado Sofia coppola, Michel Gondry, Spike Jonze y Charlie Kaufman han ido abusando cada vez más de su prestigio y han sabido de-construir el relato norteamericano desde dentro, implosionándolo y retribuyendo su sentido una y otra vez. Así mismo ocurre con la ya mencionada ‘Hard Candy’ y con la sorprendente “Running with scissors” de Ryan Murphy (creador de la serie de tv ‘Nip/tuck’), tergiversación malévola del psicoanálisis y de la noción de ‘terapia’.
Anclando nuevamente en ‘Juno’, película más lumínica y quizás más condescendiente en comparación con las mencionadas en el párrafo anterior, la moral nuevamente se ve torcida. Se rompe con la ontología, tan autoritaria y moral, de la mujer como madre; el vínculo entre fecundidad y realización social queda debilitado (porque no llega a desmembrarse) y se transforma en una cuestión volitiva. De cierta forma puede ser conservadoramente protestante en el sentido de que el aborto no aparece en el horizonte fílmico como una opción, sin embargo instalando la discusión fuera de cuadro la cuestión surge con una fuerza impresionante. La sexualidad adolescente como legítima surge en ‘Juno’ de manera tangencial, ya que el tema central es la crisis provocada por un embarazo no deseado y cómo la joven logra sobrellevar la carga (social, emocional) de tomar una decisión responsable y autónoma. En ese sentido Reitman destituye acertadamente la cuestión sobre lo natural del debate, considerándolo en su forma más cruda, pero también más real y humana: el problema de la procreación es un problema político y no del orden de lo biológico. La voluntad del sujeto se pone de relieve y la decisión de tener un hijo ya no tiene que ver con asuntos de sangre sino con un contrato social, no ya el jurídico que viene a ser un contrato de segundo grado o de confirmación, sino un contrato político con la sociedad. En este horizonte de sentido instalado en ‘Juno’ problemáticas como el aborto, ya mencionado, o la posibilidad de adoptar hijos por parte de una pareja homosexual se vuelven realizables y legítimas. Incluso el final del film, en donde se realiza la adopción por parte de la madre adoptiva, no ya asociada a un padre adoptivo en nombre de la familia sino como individuo particular, sola (no en pareja) y amparada por esa voluntad de ser madre resulta suficiente como para darle todo el cariño que ese bebé requiere.
Es ese rescate final que hace ‘Juno’ respecto a los sentimientos, no ya surgidos de la pasión violenta e irracional, sino que producto de una racionalidad conciente y acogedora, lo que es más rescatable que cualquier otra cosa. El amor como una cuestión de voluntad y de compromiso instalado como un trabajo social; Juno y su amigo envueltos en un cariño entrañable deciden emprender un camino juntos sin garantías de permanencia ni de éxito, mientras que Ellen Page (muy conmovedora) se vuelve ante nuestra mirada como la madre legítima del bebé que acaba de nacer: ‘siempre fue tuyo’ dice Juno sabiamente demostrando un desprendimiento conciente, alejado de las supuestas leyes de la naturaleza, propuestas totalitariamente por la modernidad ilustrada y que en definitiva han ido encerrando el camino hacia aquello que se llama ‘felicidad’ o ‘plenitud’, llenando de culpa al cuerpo convirtiéndolo en una cárcel moral; es en virtud de lo natural y en virtud del discurso científico que se han cometido los crímenes más grandes en la historia de la humanidad, y giros como los realizados por ‘Juno’ pueden ir modificando la percepción respecto a estos problemas, aún cuando hubiera sido preferible que también se hubiese instalado más evidentemente este conflicto a nivel de dispositivo cinematográfico y en relación al relato que peca de ser demasiado clásico; aún cuando se debe mencionar que estas virtudes y defectos son huellas del guión realizado por Diablo Cody.
Doveris, R. (2008). Juno , laFuga, 7. [Fecha de consulta: 2024-10-04] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/juno/112