A simple vista, “La Guerra de los Mundos” puede parecer una película tardía, casi anacrónica. Porque si por un lado no bastaba ya el cuerpo a cuerpo del “Día de la Independencia”, la ironía de “Marcianos al ataque” y la claustrofóbica “Señales” (no hago repaso de películas anteriores, sólo de aquellas que se relacionan contemporáneamente) para conocer todo el abanico de posibilidades visuales, ideológicas y subtextuales que implica fabular sobre una supuesta invasión de seres de otro mundo a los Estados Unidos (que es lo mismo que decir a la Tierra), por el otro resulta extraño, casi desconcertante, este retorno temático en la misma filmografía de Spielberg, después del fracaso que significó Inteligencia Artificial.
Spielberg siempre será recordado por resucitar, junto a Lucas y Zemeckis, el cine-espectáculo en Estados Unidos. Y lo hizo como se reactiva un mercado bursátil; inyectando millones de dólares.
Y sin embargo, me cuesta pensar en algún cineasta más arriesgado.
En su filmografía, Spielberg siempre ha tratado de conseguir imágenes que actúen como llaves para abrir esas puertas tras las cuales están los otros mundos. Otros realizadores menos aptos sólo se limitan a tumbar esas puertas a patadas. Es en este sentido que yo lo considero un “cineasta” y no un realizador.
Y “La Guerra de los Mundos” creo que es, hasta el momento, su película de mayor densidad narrativa. A primera vista, pareciera que cada elemento del relato sólo esta ahí para ayudar a contar una historia bastante simple, de manera causal, mediante saltos cualitativos, siempre hacia adelante. Sin embargo, no hay que ir muy lejos para comprender que estos elementos también avanzan hacia adentro, verticalmente, hacia un fondo en el que yace el discurso mismo. Pero a diferencia de las aterradoras máquinas, los “trípodes”, que son revividos por los rayos y salen de su entierro, estos elementos activan el discurso sin llevarlo a la superficie. He ahí el logro.
Así por ejemplo, la voz off del narrador en el mismo comienzo del film no sólo nos introduce a la intriga del relato, sino que nos entrega las primeras pistas estéticas; el timbre de la voz, que bien podría ser Orson Welles, busca un distanciamiento; lo que vamos a ver se ha visto antes, infinitas veces. Es una historia de marcianos, que se ha filmado casi desde el inicio del cine. Por lo mismo, veremos algo completamente diferente. Y lo que Spielberg quiere que veamos no es otra cosa que su propio pueblo, el alma de su pueblo, ampliada, vista a través del microscopio dramático de una situación limite.
Lo que resulta verdaderamente abrumador de una invasión alienígena es que supone un quiebre radical del paradigma sobre el cual se sostiene nuestra civilización, partiendo por los vecinos del norte; significa que Dios, si es que existe, no está de nuestra parte. Significa que no estamos hechos a su imagen y semejanza. Y significa que no tiene sentido hablar de potencias. Ni del pentágono, ni de las tranquilizadoras palabras que un presidente pueda decir a través de una cadena nacional.
“La Guerra de los Mundos” está filmada entonces como una ilusión, como una pesadilla colectiva. De partida, la amenaza viene desde adentro. Es algo que ha estado siempre, como los temores, como los miedos. Y ante esto, los puntos de referencia comienzan a desdibujarse, desaparecen las cadenas de mando, las imágenes televisivas, “el monitoreo del mundo exterior”, dejando lo subjetivo como único criterio de salvación. Una de las mejores escenas que refleja esta descomposición del sujeto-sociedad la vemos cuando Tom Cruise escapa con sus dos hijos por la carretera. El, la figura paterna, no tiene respuestas para sus hijos. Sólo balbucea, repite, monologa consigo mismo. A partir de entonces la banda sonora se carga de amenazas, de sonidos ominosos. Y poco a poco empiezan a aparecer las imágenes de pesadillas anteriores, súbitamente corpóreas; un avión estrellado, saqueado por delirantes reporteros; un río que arrastra cientos de muertos hinchados, recordándonos las morbosas y taquilleras grabaciones del Tsunami. Un tren que pasa ardiendo, ante la mirada opaca de quienes esperan para cruzar; vehículos militares incendiándose pero manteniendo una estricta marcha. No es casualidad entonces que en este ambiente de delirio, presagios y dejavus, las máquinas marcianas nos parezcan cada vez más unas cámaras sobre trípodes andantes, de una época y mecánica pretérita, registrando el miedo y el desastre más que causándolo. Así como tampoco es fortuito que Tom Cruise se tope brevemente con personajes relativamente empáticos (los reporteros, la amiga con su hija) para luego abandonarlos contrariamente a nuestras expectativas, y en cambio acepte la compañía y refugio de un demente, peligroso a simple vista. Es el climax de la pesadilla, de la amenaza, el paisaje rojo, infernal, el mundo de hoy derramado, fertilizado en sangre.
Ahora bien, Spielberg no haría la estupidez de impedir que su pueblo despierte de este mal sueño, lo que sería obviamente mucho más interesante. Las mismas razones que le hicieron extender en media hora más “Minority Report”, son las que en “La Guerra de los Mundos” (independientemente de la veracidad hacia el texto original) lo inducen a causarnos esa decepción, esa rebelión que siente el que es despertado de manera violenta de un buen sueño, en la misma escena en la que el pueblo despierta de su propia pesadilla, salvando colectivamente a Tom Cruise con la misma voluntad con la que casi lo linchan anteriormente.
Y finalmente todo sucede como en sueños, pues si la amenaza surgió desde adentro, la salvación llega desde afuera, como cuando los primeros rayos de sol nos salvan de monstruos que jamás habríamos podido rasguñar siquiera mientras dormíamos.
Título Original: War of the worlds
Dirección: Steven Spielberg
País: Estados Unidos
Año: 2005
E., J. (2005). La guerra de los mundos, laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/la-guerra-de-los-mundos/187