De pronto, todo es terror. Pasa cada cierto tiempo, si nos fijamos bien. Europa tiene un ultimátum como antes lo tuvo Afganistán, Irak. No deja de ser simétrico, salomónico. Por esto me niego a hablar de Wes Craven y de su supuesto retorno para salvar el género de manos de los video-cliperos. Aplaudido con voluptuosa cinefagia por esos nostálgicos hiper-especializados en cierto tipo de cine, en cierto tipo de monstruos, en cierta técnica de despedazamiento y en cierta textura de sangre, no hace más que aceptar el torpedo oficialista y esmerarse en sacar un 7.
De pronto todo es terror. En las calles de Londres. En Egipto. Pero también en las pantallas. Aunque, mirándolo bien, esta coincidencia no debería despertar curiosidad, puesto que el cine de terror norteamericano es actualmente su principal discurso ideológico; arrebatarle el terror al terrorista (su progenitor por antonomasia) y entregárselo al público vía directores MTV mediante fábulas, monstruos góticos, quimeras dotadas de una corporeidad real, una ubicación clara, un propósito previsible y una única forma de matarlas; porque claro, ¿que intriga puede suponer una película sobre hombres lobos o vampiros, si ya sabemos como deben matarse y, por ende, como terminará la película? Otras opciones sólo generan secuelas.
En cambio, sí funcionan ahí donde quieren que creamos que el terror no es más que una mala película, previsible, inventada, porque el terror del terrorista no tiene cuerpo ni ubicación y ellos no saben como matarlo, ni cual es su propósito o fingen no saberlo.
En este contexto actual sería impensable hacer “Alien”, “Tiburón”, o la misma “Pesadilla I” de Craven, películas que jugaron precisamente a poner el terror en todas partes y en ninguna, como una amenaza que puede estallar desde cualquier teléfono celular.
La película de terror entonces asume el rol de una operación Daisy; dar la alarma, para asustarnos, para que saltemos de nuestros asientos “pero en orden”. Porque sabemos que no corremos real peligro, porque el terror verdadero está fuera, cuidadosamente excluido de los caminos seguros previamente señalados. La película termina como un ejercicio hecho diligentemente, y cada uno vuelve a sus lugares, a salvo, instruido.
No sucedía lo mismo con las películas que mencione anteriormente, ni menos con “El Exorcista”, “El Loco de la Motosierra”, “Usurpadores de Cuerpo” (la de Kauffman) , “La Caída de la Casa Usher”, “Suspiria” y otras tantas que nos acompañaban a la salida del cine adonde fuéramos, como el absuelto Michael en el video Thriller .
En “La Marca de la Bestia”, Wes Craven puede parecernos medianamente autoral, dando rienda a ciertas excentricidades y comentarios personales, pero precisamente porque su película no es de terror. Quedando esto claro, se puede hablar de cualquier cosa; un comentario políticamente correcto hacia el homosexualismo; hundir más aún a Christina Ricci en su feo estereotipo gótico atormentado (si, Los Locos Adams ); criticar la superficial movida Hollywoodense y hasta hacerse el inteligente situando la escena fuerte de la película en una sala de espejos durante la inauguración de un Planet Hollywood dedicado al terror.
No obstante esto, que se entienda; durante la película lo pase espléndidamente bien, incluso trate de hacerme el desentendido cuando, muy tempranamente, adivine quien sería el hombre-lobo asesino. Y es que uno a veces debe separar las cosas; por un lado, mi pre-voluntad imaginante, aquella que me permite entrar y vivir en los mundos que me proponen los directores y por otro lado mi conciencia moral del mundo en el que nadie me propuso entrar, pero que siempre trato de imaginar mejor.
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Título Original: Cursed
Director: Wes Craven
País: Estados Unidos
Año: 2005
E., J. (2005). La marca de la bestia , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/la-marca-de-la-bestia/182