El presente texto nace por la invitación a presentar el libro La vieja escuela: El rol del Cine Arte Normandie en la formación de audiencias (1982-2001), de Claudia Bossay, María Paz Peirano e Iván Pinto. Me resultó complejo no dejar de lado la emoción y el entusiasmo ante la iluminación que el libro hace respecto a la historia del mítico cine, sobre sus archivos y gestores.
Asumí entonces una posición más sentimental e impresionista llevado por ese entusiasmo, porque el libro da en el clavo en algo fundamental, y que de a poco los estudios de cine están percibiendo: la historia del cine no puede seguir escribiéndose sin tomar en cuenta la misma experiencia cinematográfica. Sentarse en la butaca, ver una obra maestra, sentir el impacto de esa experiencia trascendente. En fin, rescatar las memorias en torno a todo esto no es ajeno a las obras mismas, sino que indudablemente complementarias. En el caso específico de este libro emergen acá los cimientos de la cinefilia de al menos tres generaciones de santiaguinos, que tuvieron en el Normandie una especie de catedral en aquellos años donde no existían las infinitas posibilidades audiovisuales de hoy.
Coherente con este espíritu, el libro complementa su veta historicista y analítica en torno al cine y a las estrategias de programación que contempló hasta el año 2001, con memorias archivísticas y testimoniales de esos “peregrinos”. Esto se vincula directamente con las memorias propias del lector, ensanchando el tejido memorístico planteado en la misma publicación. Es frente a este resultado que mi mirada y mis reacciones frente al libro, y por ende el texto que elaboré para su presentación, tuvo la emoción y los recuerdos como guías.
Leyendo el libro me venía un sentimiento que me recordó a Palomita blanca, cuando a María, la protagonista, le preguntaban por qué le gustaba Juan Carlos. Decía: “es que me trae tantos recuerdo”s. Y la otra persona, que era la hermana del joven, extrañada contra preguntaba: “¿pero de qué?”. “No sé, de tantas películas que he visto”, respondía María.
Es una respuesta extraña, graciosa también, pero a la vez muy linda porque demuestra muy bien los curiosos caminos de nuestras memorias, en donde el cine con su bombardeo de imágenes provoca que uno adquiera vivencias o recuerdos que no son propios, pero que quedan ahí muy vivos y que permiten entender mejor ciertos sentimientos.
En esta red de recuerdos individuales y sociales que es finalmente la memoria, el cine cumple un rol fundamental para cristalizar ciertas ideas o vivencias. Finalmente, experiencias de vida que nos sirve, ojalá, para enfrentar y comprender mejor nuestras realidades.
Leyendo La vieja escuela, el rol del cine arte Normandie en la formación de audiencias, uno siente obviamente que se rescata efectivamente la historia del Normandie. Desde (al menos para mi) unos desconocidos orígenes que contemplaban a un grupo de connotados amantes del cine que formaron un cine club a mediados de los años 70 y que, en medio de un contexto donde cualquier iniciativa cultural implicaba algo más que un mero riesgo financiero, surgió la idea de levantar una sala de “cine arte”. De ahí vendrán esos primeros y ahora míticos años en la Alameda, hasta llegar ahí a Tarapacá donde yo lo conocí y en donde aún permanece.
Surge la admiración por esa energía liderada por Sergio Salinas y Alex Doll, portadores de un amor al cine irrefrenable, el que nunca se agotó ni se ha agotado. Ellos portan esa visión de que el cine justamente es un arte para conocernos mejor, que posee una fuerte carga espiritual, reflexiva y política esenciales. Ideas que sin duda el libro ayuda a clarificar gracias al análisis riguroso que hace de los folletos de programación que se daban gratuitamente en la boletería. Había claridad de parte de ellos respecto a una misión que implicaba no solamente poner en juego un conocimiento vasto de la historia del cine, sino también una valentía que hoy no podemos dimensionar del todo.
Volvamos a recordar que todo este proyecto de levantar una sala de estas características surgió en medio de la dictadura, en donde cualquier iniciativa que significara un espacio de reflexión o de pensamiento crítico era visto con suma sospecha. El mismo libro recoge ciertas situaciones de agentes tratando de frenar algunas funciones que parecían “peligrosas”, y ante las cuales Sergio Salinas frenaba con una valentía sorprendente. El cine no debe conocer barreras y él lo sabía bien.
En este sentido, el Normandie fue y sigue siendo un refugio en medio de un país que tampoco ha cambiado tanto en cuanto a facilitar la vida a este tipo de espacios, algo de lo que no vale la pena explayarse mucho, basta con pensar que hace 4 años se trabajó en una bienintencionada política nacional audiovisual que ya es definitivamente letra muerta.
Volviendo a lo que se nos convoca, regreso a la idea de nostalgia por lo no vivido que se remarca muy bien en el libro a través de cuñas de reconocidos críticos o cinéfilos que cuentan de cómo justamente forjaron sus cinefilias en el Normandie. Este rescate testimonial resulta refrescante para la lectura, porque no solamente entrega información concreta desde el punto de vista de las audiencias, sino también porque despierta la posibilidad de que uno empiece a pensar en sus vivencias personales. No es cualquier cosa cuando un libro lleva a ese nivel.
Me tomo la licencia ahora de sonar autorreferente, pero Normandie para mi también fue un refugio y un lugar de descubrimiento y formación. La memoria brotó en las páginas donde se hablaba de algunas películas que vi ahí y que me marcaron profundamente como Escenas de la vida conyugal de Bergman (las 3 horas más cortas e intensas de mi vida en una sala de cine); o también cuando se menciona Europa, de Lars Von Trier, película que estoy seguro que no funciona igual verla en una televisión, donde no se debe notar ese efecto inmersivo de los fondos proyectados, a la usanza del cine clásico hollywoodense. Cuando se citan ambas películas se ven además los folletos donde se anunciaban, esos que uno recogía al lado de la caja, los que contextualizaban, daban caminos de reflexión y abrían más puertas hacia los autores.
Acá me quiero detener un poco en este rescate documental. Liderados por María Paz, Claudia e Iván, este rescate de los folletos y documentación que generó el Normandie en casi 20 años es grandioso y concretiza lo que el libro desarrolla en su segunda parte en torno a la labor crítica y la formación de audiencias a través del tiraje de estos materiales que alcanzaron más de 10.000 ejemplares en un momento, una cifra que hoy resulta impactante e imposible.
Con un rigor inaudito, el trabajo crítico que venía en esos folletos fue fundamental para todos quienes alguna vez los atesoramos. Ahí está el espíritu de Sergio Salinas concretado. También viendo toda esta documentación de forma más panorámica, se vislumbra la impresionante labor de gestión de Alex Doll. ¿Qué sería de todas esas generaciones de espectadores sin toda esa labor? Es complejo decirlo, pero nos hubiera costado mucho más descubrir a grandes autores y películas, pero sobre todo, pensar en esas películas de una forma más profunda, de lograr romper la burbuja de pensar al cine solo como un momento de esparcimiento y evasión. A eso empujaban estos textos justamente. Nos obligaba, en el buen sentido de la palabra, a estar abiertos a la experiencia artística con los pies bien puestos en nuestras realidades.
Es preocupante pensar que hoy no se ve un trabajo de esa consistencia desde los lugares de exhibición, tanto públicos, como comerciales. Para qué decir de las grandes plataformas de streaming que se contentan con ser catálogos. Uno se pregunta: ¿por donde se configura la cinefilia hoy? ¿Cómo vamos configurando nuestras miradas y gustos? ¿Cómo nos levantamos como espectadores críticos y, además, siempre abiertos a lo nuevo y diferente? El mundo digital es tan vasto que es fácil perderse en esa inmensidad, como la que ocurre al entrar a Netflix y no saber qué ver, y pasar muchos minutos solo navegando, sin ver nada en concreto, porque en verdad sólo vemos títulos y unas demasiado entusiastas e impersonales descripciones.
Y por todo esto este libro cumple un rol fundamental rescatando esta historia, esos documentos y estas críticas tan bien sistematizadas, configurando muy claramente las ideas, objetivos y deseos que estaban detrás de esa línea programática que marcó a fuego el criterio de sus espectadores, quienes sabían que al Normandie iban a ver algo importante. Que nos recuerdan (la principal acción que provoca el libro) que la historia del cine no sólo la vemos en los libros, sino también la vivimos y la ayudamos a escribir cuando colectivamente nos sumergimos en una sala a ver una buena película y salimos de ellos conteniendo una idea de mundo destinada a compartirse. 1Libro digital de descarga gratuita. Puede hacerse desde el siguiente link: https://archivosnormandie.cl/wp-content/uploads/2021/08/libro-normandie-junio-2021.pdf
Morales, M. (2022). La vieja escuela. El rol del Cine Arte Normandie en la formación de audiencias (1982-2001), laFuga, 26. [Fecha de consulta: 2024-12-12] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/la-vieja-escuela-el-rol-del-cine-arte-normandie-en-la-formacion-de-audiencias-1982-2001/1081