El cine documental, operando con diferentes tecnologías mas o menos sofisticadas, ha estado presente desde el nacimiento del cine. No es exagerado afirmar que ha contribuido en forma importante al enriquecimiento de las memoria nacionales.
El camino de estos mas de cien años de desarrollo tecnológico ha estado marcado por varios hitos importantes; en el caso del cine documental está estrechamente ligado a la construcción de equipos cada vez más livianos y pequeños y que permitieran la grabación simultanea de imagen y sonido sincronizados.
Lejos están los tiempos de los armatostes (armatostes geniales por lo demás) que acarreaban los camarógrafos de Lumiére, Flaherty o Dziga Vertov. O las cámaras portátiles a cuerda que sólo permitían tomas de no mas de veinte segundos con las que Joris Ivens hizo sus primeras películas mudas.
Las nuevas tecnologías nos facilitan el acercamiento a la realidad, nos facilitan el descifrar su verdad, nuestra verdad, la mayor o menor verdad que cada uno logre con mas o menos esfuerzo, con mas o menos conocimientos, con mas o menos inteligencia, talento, suerte, sensibilidad, con más… honestidad.
Y como una paradoja adicional estas nuevas tecnologías que nos acercan al registro de la realidad, se niegan a si mismas… El valor testimonial que antes suponía una imagen ha desaparecido violentamente. Y ello es consecuencia de las posibilidades de alterar trabajar, cambiar, elaborar las imágenes, sin evidencia alguna para el espectador. Quiere decir que la verdad de un documental no sólo hay que buscarla en sus imágenes, sino también en sus otras características…
Porque ¿basta con ‘registrar’ para tener un documental auténtico? Porque para ‘registrar’ debemos necesariamente situar la cámara y establecer un encuadre. Es decir, seleccionamos un algo de la realidad y dejamos al resto de la humanidad y el mundo afuera. Ello implica una decisión: esto sí, aquello no, o sea que el registro deja de ser algo mecánico, nunca es simplemente mecánico porque incluso las cámaras de vigilancia tienen su connotación, obedecen a una intención, representan los intereses de… y dejan de registrar a…
En consecuencia al filmar (o grabar), nos guste o no, estamos asumiendo la responsabilidad, no sólo de registrar sino de interpretar -para bien o para mal- aspectos del mundo que nos rodea.
Y esta capacidad de interpretar (y el talento y conocimiento técnico para expresarlo audiovisualmente) depende de la sensibilidad, el esfuerzo, la lucidez, la honestidad y en medida muy importante del conocimiento que de esa realidad tengamos como realizadores.
Cierto, existen los documentales, llamémoslos de descubrimiento, en que el realizador no sabe con lo que se va a encontrar y junto a su cámara nos descubre una nueva realidad antes desconocida. Pero para ser capaz de descubrir (y esto lo saben bien los científicos) hay que saber leer las señales que nos anuncian o delatan lo desconocido, lo nuevo, si no, corremos el riesgo de pasar de largo sin darnos cuenta. Es decir, sí necesitamos una base de conocimientos previos que -y no es lo menos importante- nos ayudará a estar en la sintonía necesaria para que nuestra sensibilidad sea capaz de detectar lo esencial de la realidad a la que estamos enfrentados.
De nuestro conocimiento, comprensión, curiosidad, capacidad de asombro ante la realidad, y muchas veces de la valentía y honestidad para asumirla, es que depende la calidad de nuestra interpretación, de la profundidad y riqueza de nuestra ‘mirada’.
Y esto tiene mucho que ver con las búsqueda, rescate y valorización de la o las identidades y la memoria nacional.
En buena medida lo que se llamó ‘el nuevo cine chileno’ de finales de los sesenta, con Aldo Francia, Raúl Ruiz, Miguel Littin y Helvio Soto, y ya antes que ellos en el documental Sergio Bravo y quien escribe, surge, entre otras causas, como reacción a la gran mayoría del poco cine que se hacia en Chile en aquel entonces, apoyado por una seudo crítica periodística complaciente, y que poco o nada tenia que ver ni con la realidad ni con la identidad nacional. Peor aún, porque entregaba al espectador una imagen ultraconvencional, falseada, edulcorada, frívola y superficial de su propia realidad. Y esto vale tanto para películas de ficción de ambiente campesino, urbano, sureño, marino o minero, como para los documentales (para ser justos debemos exceptuar las películas de Giorgio di Lauro y Nieves Yankovic, Patricio Kaulen, Naúm Kramarenco, Armando Parot y Fernando Balmaceda).
El rescate y afirmación de una cierta identidad (o identidades) nacional y -en el marco de la expresión artística- la búsqueda y elaboración de formas de expresión propias, ya formaba parte de las inquietudes de nuestro quehacer en los años sesenta. Por muchos años esta preocupación pareció diluirse. Hoy día, frente al desafío de una globalización que amenaza con arrasar con demasiados cosas nuestras, la inquietud y la preocupación vuelve a manifestarse con fuerza -por una vez, bien por la globalización-. Fue, es y será tarea de los documentalistas seguir, cada vez más, contribuyendo a profundizar el conocimiento de lo nuestro y autoconciencia de nuestra identidad, y de esta manera nutrir, enriquecer y actualizar la a veces desmemoriada memoria nacional.
En relación a ‘rescate de identidad’, habría que partir por decir ‘registro de la identidad’… y a propósito del acto de registrar antes habría que plantearse el detectar la tal identidad… y ¿dónde buscarla, dónde detectarla? Obviamente en la realidad que nos rodea, y en buena medida en la historia que nos precede. Y es por aquí por donde podemos encontrarnos con el cine documental y también con las nuevas tecnologías.
Pero, ¿de qué identidad estamos hablando?, ¿es lo mismo la identidad de los pobladores de La Victoria que la de los habitantes de La Dehesa?, ¿la de los ingenieros comerciales y la de los pescadores artesanales?, ¿la de los profesores primarios de Toltén Bajo y la de los catedráticos de la Universidad Finis Terrae?, ¿la de los arrieros y campesinos del Cajón del Maipo y la de los miembros del Estado Mayor del Ejército?… ¿no será mas adecuado hablar de identidades, así en plural? no pretendo contestar ahora estas preguntas, simplemente las dejo planteadas… (tal vez algunos recuerden La gran ilusión (1937) de Jean Renoir que algo sugiere sobre el tema) Y las dejo planteadas dentro del marco que nos interesa aquí, el marco de las nuevas tecnologías y en qué medida su utilización en el documental nos permite acercarnos más a la realidad.
Joris Ivens planteaba durante una entrevista una idea que me parece de validez permanente. Decía Ivens, en 1965 (traduzco libremente del inglés):
“Nuestras posibilidades técnicas hoy día han crecido enormemente. Durante los años treinta, cuando tratábamos de mostrar la realidad y la verdad, nuestra honestidad e integridad eran idénticas a aquellas de las de los realizadores documentalistas del presente.(…) ahora la técnica, gracias al sonido sincrónico y a las películas de altas sensibilidades que hacen las luces innecesarias, permite aún mayor autenticidad, pero no necesariamente por eso una mayor veracidad del material filmado. Pienso que con un autor responsable la autenticidad del material es solo un elemento de la verdad fundamental de la obra” (s. n.).
Concluyo:
Ahora aparentemente es mas fácil, la tecnología nos ayuda extraordinariamente, pero justamente por eso, por tener tantas posibilidades abiertas, por tener equipos pequeños, por tener cantidades de cinta para casi ilimitadas horas de grabación, porque una toma puede durar mas de una hora sin que se nos acabe la película o la cuerda de la cámara, porque tenemos baterías que parecieran no agotarse nunca, por poder grabar con la luz de la luna, por tener micrófonos inalámbricos, etc., porque pareciera que las máquinas por sí solas pueden prácticamente realizar nuestras películas y hacerlas aparecer cada vez más creíbles, más verosímiles, por todo eso es que debemos asumir una ética de la responsabilidad frente a nuestro quehacer.
Si consideramos que uno de los objetivos -para mi el principal- de todo auténtico documental, es la búsqueda de la verdad, de la verdad acerca del tema o asunto del documental, toda herramienta que nos ayude a acercarnos a ésta, pues ¡bienvenida sea!
Sin embargo, nunca olvidemos que las nuevas tecnologías solamente nos ayudan en el acercamiento a la realidad, pero que la verdad, (las verdades, alguna de ellas o la verdad fundamental como decía Ivens) de esa realidad tenemos que encontrarla, descubrirla, desentrañarla nosotros, ese es nuestro desafío.
Bibliografía
Ivens, J. (1965). The camera and I. New York: International.
Chaskel, P. (2007). Las nuevas tecnologías y el documental , laFuga, 4. [Fecha de consulta: 2024-10-09] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/las-nuevas-tecnologias-y-el-documental/346