Imaginar París. Imaginar todos los códigos visuales impuestos por las películas parisinas. Imaginar la ciudad que se perpetúa a sí misma en esa perfección nostálgica, bella, invadida de ventanas con postigos y edificios grises. El inventario de la capital francesa en nuestro consumo cultural siempre es igual, el romanticismo, los árboles alineados en perspectivas.
Agregar ahora el invierno. Todo luce aún más gris y deslavado. Los habitantes de la ciudad envueltos en abrigos, los días se hacen cortos y escasos de luz. Agregar la Nueva Ola , en su imaginario de personajes, en sus neones en las calles. Tipografías sobrias y en mayúsculas para los créditos, esa frescura de lo errático y lo juvenil. París es el mismo entonces y ahora. Al menos para las películas.
Entremedio de estos espacios, un periodista, Ismael (Louis Garrel) y su novia, Julie ( Ludivine Sagnier). Llevan un tiempo juntos pero han decido a agregar a alguien más a su relación, Alice (Clotilde Hesme). Para los tres resulta algo extraño, como Julie le confiesa a su mamá, pero lo llevan de la mejor manera que pueden. Algo cándidos, duermen juntos y apenas discuten. Se declaran su amor en canciones en las calles, recurso que Christophe Honoré, director, manipula con lucidez. La película es un musical, detalle no mencionado hasta ahora. Las canciones de Alex Baupain varían entre escritas anteriormente, e inéditas y exclusivas para la película. Los personajes cantan sin una variación de puesta en escena o de dispositivos de cámara. Cantan entre diálogos, como si fuera una frase más, como si la poesía fuera parte de la realidad. El dispositivo básico del musical, su artificialidad, aquí se anula en signo de reinvención.
El escenario se perturba cuando Julie fallece repentinamente por una embolia. En un concierto de chanson, se siente extraña y sube la escalera para salir del subterráneo. Ismael se devuelve a buscar las cosas, pero cuando llega a la vereda ella yace en el suelo. Ambulancias, silencios. La familia de Julie siente la carencia. Su hermana mayor, Jeanne (Chiara Mastroianni), trata de hacerse cargo de ello. Y de Ismael. Alice, quien además es su compañera de trabajo, empieza a salir con un sujeto. Y este sujeto tiene un hermano que va en el colegio, Erwann ( Gregoire Leprince-Ringuet). Por accidente Erwann e Ismael terminan conociéndose. Por accidente, el estudiante parece ser un único camino de redención para Ismael.
Así es entonces el París del 2008, enrevesado, lleno de referentes actuales como nombrar a Sarkozy o escuchar a Bloc Party, pero sumido en la misma clase de conflictos de los personajes de Truffaut o de Godard. Que de alguna manera remiten a relaciones de pareja y a sus quiebres. Esta vez, modernidad sexual mediante, los amores y desamores de los personajes son invadidos por la fragilidad, por lo volátil de sus vínculos. “Quiéreme menos, pero hazlo por un largo tiempo”, dice uno de los versos, añorando algún tipo de estabilidad. Las canciones de amor en la película son dulces unas, desoladas otras, como cuando Jeanne recuerda a su hermana en una tristeza que sobrecoge. Independiente de que la sutil mezcla de realidades entre las canciones y la narración resulta particularmente verosímil, la frontera del realismo se diluye y sólo queda una patente emoción. “Les chanson’s d’amour” hace honor a su título, una historia de amor y despedidas, de un romance quebrado por la tragedia, de un futuro que vuelve a encontrar ese amor que se pierde, mediante un personaje que inunda de luz el panorama del protagonista. La película que cerró este pasado BAFICI es una película modesta, inundada de profunda calidez, un gesto que se queda dentro de su propio invierno. Gris y parisino.
Zúñiga, O. (2008). Les chansons d’amour , laFuga, 7. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/les-chansons-damour/110