Siguiendo con su esquema de auto imposición de pies forzados (un solo plano secuencia / una única locación) Matías Bize contiene el relato de Lo bueno de llorar en una noche; la cinta termina al amanecer y gira en torno a una pareja que se quiere, pero que al parecer no tiene ya nada que decirse -según queda en evidencia a partir de una bella secuencia inicial, de alrededor de 20 minutos, donde los personajes apenas se miran, las palabras se congelan en su rostros llenos de cansancio, y en la cual no queda claro si acaso hay mucho para decir pero no hay interés, o que simplemente no hay palabras que expresen lo que se siente-.
Eso no lo sabemos, y es probable que sea en esa omisión de información donde radica el principal acierto de los primeros planos de Lo bueno de llorar. Bize toma la opción de no intentar definiciones relacionadas al pasado de los protagonista, no pretende revelar como llegaron a eso. Esa renuencia a explicar, ese registro del tiempo presente, de un momento determinado en la cotidianeidad de dos personas en un momento de quiebre, con la distancia y el respeto que requiere esa intimidad o ausencia de intimidad, es un logro.
Pero Lo bueno de llorar es una cinta extraña. Luego de esos primeros minutos que denotan una suerte de madurez narrativa desarrollada desde la puesta en escena, el filme comienza a desmoronarse. Tal vez podría decir –aunque sin tener muy claro si se trata de un argumento válido- que es un territorio complejo para un director muy joven; un tema que le queda un poco grande, aunque las intenciones y las ambiciones (en el mejor sentido del término) cinematográficas sean atractivas.
Hay varias buenas películas que abordan el mismo tema. Se me viene a la mente A Perfect Couple (2005), en la que Nobuhiro Suwa construía su representación a partir de las miradas, de las conversaciones donde generalmente uno de ellos quedaba fuera de cuadro, y donde la lámpara o la puerta pasaba a ser un testigo silencioso de palabras que en ese contexto se sentían vacías. Era el viaje de una pareja a París para realizar los trámites de divorcio, y, así como “En lo bueno de llorar”, todo el relato estaba en manos de los personajes, de su accionar, de lo que se decía y se callaba.
Pero en el caso de Bize, y al igual que En la cama, la cinta se percibe errática desde el momento en que los personajes comienzan a constatar lo que sienten: el extenso plano secuencia dentro del supermercado tira por la borda toda la consistencia que se propone en un inicio. La cinta cobra sentido de ejercicio formal pero se siente vacía en su capacidad de construcción argumental, quedando reducida a una anécdota interesantemente registrada, pero anécdota al fin y al cabo.
Me referí a En la cama pues me parece que lo que se compromete en ambas películas es lo mismo; el ímpetu que se propone hasta alrededor de la mitad del metraje (el café, el viaje en metro, la fiesta, la pequeña aventura callejera), parece estar en función de lo que sucederá después en el relato. Cobra el peso de un preámbulo, que al no tener un desarrollo consecuente, queda reducido a un par de planos interesantes, varios momentos cinematográficamente valiosos, pero carentes de estructura y unidad.
Es desde ahí que la tensión construida en torno a estos personajes, la tensión constante entre ellos y el cariño hacia ellos (desde nosotros como espectadores) se disuelve en el momento en que los personajes pretenden revelar sus motivaciones. La empatía que surge desde la pura visualidad, desde la imaginería y gestualidad de la confusión, de la tristeza, del pánico desaparecen cuando la potencia del relato cinematográfico construido a partir de la imagen -cuerpos, locaciones reales (una Barcelona que se presenta como la antítesis de la ciudad europea que suele presentar el cine), miradas, rostros en silencio- queda degradada por la palabra, por la revelación de una intimidad que deja de serlo en el mismo momento en que se hace patente a partir de la palabra hablada.
Dentro del actual cine chileno proyectado recientemente en salas de cine –aunque en rigor esta es una coproducción rodada en España y con actores españoles- “Lo bueno de llorar” se presenta casi como un respiro. Se abstrae del cine local en clave comercial que con más o menos éxito ha habitado nuestras salas durante este primer semestre y propone la aproximación mucho más minimalista e intimista a su narración. Sin embargo, hay algo que falta tras la propuesta estrictamente formal de Bize y que tiene relación con sus personajes, con creer y apostar por ellos, sobre todo en un cine donde son ellos quienes llevan el relato. Y tomarse las libertades que se permite Bize –ausencia de diálogos durante gran parte del metraje- es sin duda una apuesta arriesgada. Pero junto con ese riesgo, falta una distancia que permita un punto de vista, una reacción, una mirada sobre el mundo y en este caso, sobre las relaciones de pareja.
Urrutia, C. (2008). Lo bueno de llorar , laFuga, 7. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/lo-bueno-de-llorar/108