Con un comienzo dedicado al modo como los obreros van entrando a la fábrica (en una doble referencia a Lumiére y Chaplin), el devenir de este film de Iosseliani resulta tan desconfigurador como inesperado. La serie de sucesos extraños e ilógicos de la vida de un pequeño pueblo sub-urbano (viviendo como en la ciudad en medio de una provincia campestre industrializada), con los cuales nos enfrentamos a poco avanzar la trama, subrayan siempre una cuota de humor absurdo e ironía por parte del director. En principio, tiende a parecer que sólo estamos enfrentados a una serie de seguimientos del diario vivir de los personajes, otro tanto de los objetos que circulan entre éstos, y cuyo objetivo final pareciera apuntar a ir dirigiendo nuestra mirada en un vaivén de realidades entrelazadas. Pero a medio andar del film el personaje inicial (un obrero soldador que en realidad realiza su vida en el pasatiempo de la pintura) se enreda en la visita a su padre moribundo, cuidado por unas tías despreciables, y sin saber cómo, de pronto, se vuelca sobre un viaje a Venecia, en el cual vaga desorbitado entre los canales y una singular historia de amistad con un italiano al que debe dirigirse mediante señas.
El posterior retorno a la rutina laboral y la resolución extrañísima (por lo normal en este caso) de una serie de historias secundarias que habían quedado en el tintero, dejan al espectador sin entender demasiado cuál ha sido la búsqueda del director del film con su realización. Pero si nos detenemos por un momento a sopesar los acontecimientos descubriremos que, en el fondo, la película trata de la excepción, tomada en su sentido inverso, es decir que aquello que en cualquier realización pudiera llevarnos por el camino de un cambio radical en el personaje, a través de una travesía que hace que descubramos el sentido de un giro o por lo menos el cuestionamiento de una vida mecánica, el realizador nos propone pensar este desvío sólo como eso, unas breves vacaciones que poco llegan a significar, que no sea comparable a un fin de semana cualquiera que nos conduce inevitablemente de vuelta al lunes por la mañana.
Hay que anotar además que Iosseliani inicia su carrera en los 60, formando parte de los llamados nuevos cines y que, como georgiano, le tocó vivir durante el periodo de la Unión Soviética, cosa que se refleja en buena parte de los cines del este europeo bajo la forma de un humor metafórico y ciertamente negro. Bajo este prisma podríamos comprender el sentido final del sinsentido de la película, que nos lleva más a presentarnos el absurdo de la vida y de lo eventualmente inútil de los gestos superficiales.
Quedan también en mente un par de planos de gran factura, el sinuoso humor que cruza la película (a ratos de negro alcance) y una visión escéptica del orden de los acontecimientos. Por cierto, también el último plano, la vuelta a la fábrica, en pleno.
Jacobsen, U. (2005). Los lunes por la mañana , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-10] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/los-lunes-por-la-manana/179