De entrada, decir que la historia de Malta con Huevo es más simple de lo que se publicitó. Simple y eficaz. Vladimir (Diego Muñoz), que se denomina artista y es en verdad un vago, le propone a Jorge (Nicolás Saavedra), un viejo compañero de curso que trabaja en un laboratorio químico, irse a vivir juntos. La primera mitad del metraje se concentra en Vladimir: en cómo le levanta la novia (Javiera Diaz de Valdés) a su amigo, en su debilidad por la malta con huevo, en cómo se gana el odio de la vecindad, y principalmente en lo que éste supone son viajes en el tiempo. Pues Vladimir se duerme un 1 de marzo para despertar el 22 y luego el 8. En principio, esto se le podría atribuir a un conjuro de Fedora (Manuela Martelli), su vecina darkie, pero el rol de la bruja no será fundamento para encontrar una explicación siguiendo la lógica narrativa de la película. Esta suerte inexplicable de “atemporalidad” narrativa, a primeras luces compleja e interesante, es desmentida en la segunda parte, cuando nos enteramos que esos viajes en el tiempo sólo son alucinaciones de Vladimir. Esto, causado por un experimento que lleva a cabo Jorge, que parece un tipo normal pero que en realidad es un desquiciado que desea asesinar a su compañero. Lo que parecía un atractivo nudo argumental por resolver, los viajes en el tiempo, finalmente no es más que un daño cerebral en la mente de Vladimir generado por un químico prohibido que Jorge inyecta en los huevos utilizados en el tradicional brebaje que su víctima bebe sin cesar. En la mitad, todo comienza de nuevo, al enterarnos que la primera parte fue narrada desde la perspectiva del artista y que la segunda será relatada de forma muy distinta por el traumado Jorge.
Sin embargo, el tema del tiempo no justificado ni resuelto, no afecta el modo cómo opera Malta con Huevo. Existe una forma, un carácter lúdico, una soltura en la escritura de estos personajes. En el marco del unilateral y hasta ingenuo término de “películas chilenas”, el primer largometraje de Cristóbal Valderrama está cada vez más lejos (y así por suerte, cada vez más cerca de cierto infinito repleto de posibilidades llamado ficción), de la maqueta de personajes “reales” tradicionales de nuestra emergente cinematografía. Estamos frente a una forma distinta de comprender los personajes en la pantalla, no sólo ni tampoco necesariamente como un reflejo del hombre y la mujer del día a día, de nuestro mundo real. Un fenómeno que, si bien más asumido, casi del todo caricaturesco, vimos en Promedio Rojo (2004) de Nicolás López y que luego contagió tímidamente los personajes de Play (2005) de Alicia Scherson y que tiene que ver con exagerar, con caricaturizar las características de las figuras cinematográficas. Malta con Huevo no escatima en llevar a extremo esta propiedad. Valderrama y su coguionista Carlos Labbé, se atreven a “dibujar” personajes que para nuestras latitudes sólo habían alcanzado de cierta manera los humoristas en la televisión. Ahora, y en un intento que no fue en vano, este tipo de personajes se toman la pantalla grande, ampliando de paso las posibilidades de la actuación: los actores se ven más juguetones, menos formales, hablan para cine y no para teatro, potencian e incluso fundan un mundo posible dentro de su espacio fílmico. Esto, que también tiene que ver con radicalizar el diseño de arte, el vestuario y la fotografía, es el aspecto más destacable de “Malta con Huevo”.
De un tiempo a esta parte, el discurso de los realizadores y críticos de cine nacionales se basa en diversificar las temáticas que abordan las películas chilenas y por sobretodo, la forma cómo éstas lo hacen. Por un lado, y a 17 años desde que el cine chileno comenzó a transformarse en una práctica libre y constante, Malta con Huevo resulta la conclusión lógica de un proceso de búsqueda, incluso de experimentación. Este aspecto es, según mi punto de vista, igual de atribuible a las influencias extranjeras, que si bien imprimen su sello en esta opera prima, no alcanzan a desdibujar un estilo propio que está aún en construcción. Por otra parte, así como las tendencias cambian, cambian también las maneras de promocionar una película, pero sobretodo, cambian las jerarquías dentro de éstas. En lo que a figurar se refiere, nunca en una película chilena había estado el productor por sobre el director, como es el caso de Fuguet sobre Valderrama. Me parece interesante especular hasta qué punto en el cine chileno, hasta ahora bien artesanal y de autor, comenzarán a cambiar también los roles internos, a figurar el productor como creador principal de una obra, muy coherente en todo caso con del sistema económico en el que vivimos.
Cubillos, V. (2005). Malta con huevo , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/malta-con-huevo/126