“El mar no es triunfo ni derrota… sino la posibilidad de seguir golpeando contra el roquerío”. Evoco esta frase enunciada en off por la voz de Cecilia Magni alias Comandante Tamara (Daniela Ramírez) al final de la película, para encontrar una manera de escribir sobre ella.
Matar a Pinochet es el primer largometraje de ficción del director Juan Ignacio Sabatini, codirector de la serie de TVN Los Archivos del Cardenal (2011-2014) y del documental futbolístico Ojos rojos (2010). Sabatini nació en dictadura y tenía 8 años en 1986. El 7 de septiembre de ese año se produjo la Operación Siglo XX, el atentado contra el dictador Augusto Pinochet. Fue llevado a cabo en la carretera del Cajón del Maipo por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), brazo armado del PC chileno entre 1983 y 1987, apoyado por la Cuba castrista, y que después del plebiscito se convirtió en movimiento revolucionario autónomo.
Matar a Pinochet nos provoca en varios niveles. El infinitivo del título mantiene en suspenso el resultado de la operación: puede ser un acto performativo, una promesa, podríamos leer: “Matemos a Pinochet”, y escuchamos esta frase en boca de toda una generación que desea liberarse del yugo del régimen, y que entiende el asesinato del tirano como un “acto de amor” por Chile, como lo sostienen los protagonistas y el guionista Pablo Paredes en una entrevista a El país (https://elpais.com/cultura/2020-11-19/matar-a-pinochet-el-atentado-al-dictador-contado-por-la-generacion-que-acabo-con-su-legado.html). Recordemos aquí otra obra: el monólogo teatral Yo maté a Pinochet (2013), escrito e interpretado por Cristian Flores, de la misma generación que Sabatini, en el que un ex combatiente cuenta el hecho de haber matado al tirano, cambiando la historia desde el escenario y cumpliendo el sueño de la izquierda revolucionaria y de todos los que deseaban y desean vivir en libertad. Sabatini se sirve del cine para poner en imágenes épicas ese acto de amor al contar la historia del atentado.
Pero “matar a Pinochet” no solo es el deseo de gran parte de la generación de Sabatini, y he ahí la conexión con la actualidad. La historia de Chile tiene infinitas capas y pliegues temporales, y la película las visibiliza. Estamos en noviembre de 2021. Hace dos años vivimos el estallido social y nos convertimos en testigos de un vuelco histórico: más de un millón de personas en la Plaza de la Dignidad, reivindicando justicia y una nueva constitución cuya elaboración fue aprobada por un 80 % de la población. Se formó la convención constituyente y el año termina con las elecciones presidenciales en las que la historia puede dar otro salto. Hay dos candidatos que pasaron a segunda vuelta que representan los dos extremos políticos en este país: José Antonio Kast, el ultraconservador que ganó en primera vuelta y que defiende un Chile retrógrado, oligárquico, empresarial, pinochetista; y Gabriel Boric, hijo militante de las revueltas estudiantiles, joven candidato del cambio tan esperado por gran parte de la población que marchó en 2019. Matar a Pinochet, estrenada en noviembre de 2020 en formatos digitales y en plena pandemia, es matar la herencia de un Chile autoritario como lo propone Kast, para comenzar, finalmente, una nueva etapa en un país que sufrió 17 años de dictadura, violencia, represión e injusticia, seguidos por una larga transición de 30 años, dominada por la continuidad de una política discriminatoria de un neoliberalismo feroz introducido por el régimen pinochetista, plasmada en una constitución ideada en 1980 por Jaime Guzmán, blanco del FPMR en 1991, que dio muerte al senador UDI e ideólogo de Pinochet.
La película comienza con fragmentos de material de archivo que muestra a un Pinochet amenazando con la muerte a los organizadores de las protestas callejeras que a mediados de los años ochenta iban creciendo, y luego vemos las secuencias de la gente luchando en las calles que se parecen demasiado a las que vimos en octubre de 2019. Todos sabemos que fracasó el atentado. Todos sabemos que Pinochet fue herido levemente en su coche blindado, y que aprovechó al máximo este suceso para perseguir y matar a sus enemigos, tratando de victimizarse y rehabilitarse políticamente. En todo caso, en 1986 ya no contaba con el apoyo incondicional de la CIA, hecho que lo llevó a permitir el plebiscito de octubre de 1987 que daba por ganado, por supuesto. Perdió y aceptó su derrota, asegurándose su lugar de comandante en jefe del Ejército hasta 1998 y luego de senador vitalicio —hecho inconcebible en un país democrático–. Quizá el atentado frustrado profundizara el debilitamiento del régimen, quizá lo hiciera más vulnerable y señalara la necesidad de acabar con esa pesadilla que vivía Chile. Quizá la película sea una posibilidad de volver a la historia y las acciones del FPMR, situarlas mas allá del triunfo y la derrota, para seguir golpeando contra el roquerío.
Ahora bien, la película de Sabatini, “inspirada en hechos reales”, provoca también en otros sentidos, a partir del formato y del relato que elige. En cuanto al género, Sabatini, experimentado en la aplicación de un lenguaje televisivo de acción, opta por el thriller político: pone en imágenes y sonidos eficaces la emboscada en el Cajón del Maipo; muestra escenas rudas de violencia y tortura; convierte la historia en un drama de lealtades y traiciones dentro del FPMR. En esta elección le sigue al periodista Cristóbal Peña en su libro Los fusileros. Crónica de una guerrillera en Chile (Debate, 2007), en el que el autor reconstruye en esa misma clave la historia de los 21 frentistas partícipes del atentado contra Pinochet. El relato, por otra parte, combina la narración en off de la Comandante Tamara, encargada de la logística del atentado, con el punto de vista de Mauricio Hernández alias Comandante Ramiro (Cristián Carvajal) a cargo de la realización de la emboscada. Es una decisión no siempre afortunada, porque en varios momentos deja en la incertidumbre, sobre todo hacia el final, la focalización de varias escenas, porque podrían ser reconstrucciones de hechos reales, recuerdos, imaginaciones o alucinaciones de lxs dos protagonistas. Por otra parte, se sabe que cursan versiones controvertidas sobre las circunstancias del atentado y sus secuelas. Entre ellas está el rol de cada uno de los comandantes del FPMR en esta y otras acciones, y el de Juan Moreno Ávila (Gastón Salgado), conocido en la organización como Sacha, quien, confrontado con su hija y su esposa en una de las escenas de tortura, delata a varios miembros de la organización que a continuación son ejecutados por agentes del régimen. Durante los créditos al final de la película escuchamos la voz de Moreno Ávila, y después aparece en cámara en el ahora de la producción, 2020, enfatizando el estatus de “parias de la democracia” que siguen teniendo los combatientes frentistas. Las últimas imágenes de los créditos son de archivo y muestran a la joven Cecilia Magni, asesinada en 1988 junto a su compañero Raúl Pellegrin alias Comandante José Miguel (Mario Horton), en circunstancias no aclaradas después de la operación de Los Queñes en 1988. En estas imágenes potentes de otros tiempos, que se oponen a las de Pinochet al comienzo y se sustraen a las de la ficción de Sabatini y las de Moreno Ávila entrevistado, la vemos sonriendo y corriendo hacia la cámara, llena de esperanza, “matemos a Pinochet”. En todo caso, hay otros puntos oscuros que generan roces, por ejemplo respecto de la relación tensionada del FPMR con el PC, partido que en 1987 se distancia de la lucha armada y opta por la vía política. Sabatini abre un flanco de críticas a la hora de escoger, quizá por motivos dramáticos, la versión de Peña en la que el frentista Luis Eduardo Arriagada Toro alias Bigote (Juan Martín Gravina), es identificado por Tamara y Ramiro como traidor principal del grupo, algo que nunca se ha podido comprobar fehacientemente. Al final de la película, los dos lo matan y lo tiran al mar desde un bote pequeño, secuencia que causa desconcierto, porque recuerda la práctica del régimen totalitario al hacer desaparecer los cuerpos de los detenidos políticos.
Quizá la película, con las provocaciones que la caracterizan, genere un debate sincero y provoque a los sobrevivientes a que finalmente hablen y aclaren las dudas, en especial Mauricio Hernández, Comandante Ramiro. Es él quien lideró el atentado junto a la Comandante Tamara y sus compañeros, y quién en 1996, después de haber sido detenido y sentenciado, escandalosa y cinematográficamente se escapó de la cárcel de alta seguridad de Santiago en un helicóptero, junto a otros integrantes del FPMR. Después se dedicó a la lucha política en otros países latinoamericanos, fue detenido en Brasil en 2002 y finalmente extraditado a Chile en 2019 para cumplir otra cadena perpetua en la misma cárcel de alta seguridad de la que había escapado. Ojalá se anime a hablar, junto a otros que mantienen un pacto de silencio, para generar la posibilidad de justicia y memoria, más allá del triunfo y la derrota.
Bongers, W. (2022). Matar a Pinochet, laFuga, 26. [Fecha de consulta: 2024-10-30] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/matar-a-pinochet/1078