El rap sigue siendo un referente fundamental para las subculturas del mundo. Expresa la rebelión de los jóvenes, su anticonformismo frente a un mundo de reglas y hábitos subordinados a un sistema capitalista destructor e injusto que produce desigualdad y violencia, y promueve una cultura individualista, antisocial. El ritmo y las letras fuertes y explícitas son válvulas de escape, gritos de protesta y denuncia del estatus quo, y a la vez expresan el deseo y la búsqueda desesperada de otras formas de vida. Rap e hip hop nacen y viven en los suburbios y periferias de las grandes urbes africanas, americanas y europeas, y a pesar de las diferentes raíces e historias regionales, comparten el mismo ímpetu rebelde.
Quizá por eso, la expresión más intensa y emblemática del largometraje de Pérez, quien conoce muy bien los espacios, personajes y temas que registra, es la secuencia con la que abre, filmada en un colegio de un barrio de Quilicura, Santiago de Chile: la cámara le sigue a Martín en su camino a la sala de clase. Llega tarde, y una vez sentado, la profesora le dice que presente su trabajo frente a todos. Martín se levanta junto a Charly, los dos compañeros de curso, amigos e integrantes del grupo de rap freestyle De la Urbe -y comienza el espectáculo: Charly hace de beatbox con su boca y sus manos, y Martín entona su rap furioso, con letras duras que acusan la situación de vida en los barrios y las calles de la ciudad, la pobreza, el crimen, las drogas. Es una actuación impactante que deja sus marcas en los oídos y ojos de las espectadoras y espectadores; prefigura, además, lo que pondrá en escena esta opera prima prometedora, construida en base a una narrativa coral en subcapítulos, realizada sin fondos audiovisuales, completamente independiente, “tocando puertas, haciendo alianzas, con más aguante que recursos”, como dice el director en una entrevista (https://cinechile.cl/entrevistas/entrevista-a-luis-a-perez-director-de-piola/). El film, desde una estética sobria y prolija, muestra un fragmento de la vida y el descontento juvenil de los últimos años, y dialoga naturalmente con el estallido social del 2019, pero sin ruidos y efectos exagerados, canalizando los sentimientos en la poesía cruda del rap y el argot que hablan sus personajes, junto a otros elementos de la contracultura -o quizá ya no tanto- como los tatuajes, el grafiti, el porro. Cuando Martín y Charly terminan su presentación, todxs lxs jóvenes del curso aplauden con ganas, mientras que la profesora, indignada, los manda a salir de la sala, y luego acompaña a Martín a la oficina del director. Queda claro que la escuela es parte ejecutora de los mecanismos disciplinarios y de control social desde temprano. El director le enumera sus “delitos”, y Martín solo le dice: “Son tonteras”. Se trata de un sistema educativo caduco, inútil, y a Martín le da lo mismo, porque no puede respetar una institución reguladora y represiva. Sale del colegio y lo acompaña la canción de Piero: “Vengo desde el barrio chico”, un homenaje con el que Pérez establece una genealogía musical de la protesta latinoamericana desde los años sesenta hasta la actualidad.
Otra institución disciplinaria es la familia como engranaje del sistema patriarcal. El padre no entiende y desvalora la música que produce Martín en su cuarto. Organiza una mudanza a un departamento más chico, porque no les alcanza la plata. Le pide ayuda y comprensión a Martín, pero cuando éste se entera de que tendrá que compartir su pieza con la hermana menor, prefiere ir a dormir a la casa de un amigo y su tía.
Las andanzas de Martín y su grupo se entrelazan con otras historias mínimas. La del mismo Charly, que es padre muy joven de un chico al que no puede ver, y que trabaja en una hamburguesería en la que se somete a otro mecanismo de control autoritario ejercido por el jefe. Y la de Sol, joven que va al mismo colegio y que se pelea con su madre porque ella dejó escapar a su bóxer Canela, y también porque Sol prefiere estar y fumar con un chico mayor que trabaja en un taller de tatuajes, en vez de asistir a las clases aburridas. El film, asociable al género coming of age en versión chilena, logra un retrato auténtico y entrañable de jóvenes nacidxs y crecidxs en esa indefinida clase media chilena de la posttransición neoliberal, que se encuentran conflictuadxs en el umbral entre adolescencia y adultez. Son buscadores de sentido de su vida en un momento de crisis sin fin. Al final, por sucesos casuales, Martín, Charly y Sol se juntan en el auto de la madre de Sol, con el que ella se escapó en un gesto de rebelión. Durante su viaje sin destino por una zona periférica, acuden al rescate de unos gatos que son maltratados y muertos por dos jóvenes locos y violentos en una vía de tren. Después del enfrentamiento con estos chicos, los tres vuelven al auto con uno de los gatos y le dan el nombre de Tren. El film cierra, entonces, con una contrafigura a la denuncia del rap del inicio: aquí resaltan la ternura, la amistad y la vida como proyecciones de otro futuro posible que estxs jóvenes desean, experimentan y transmiten. Y antes de que suene el último rap, y sin que nadie lo espere, la magia acontece.
Bongers, W. (2021). Piola, laFuga, 25. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/piola/1040