En su artículo La soledad del corredor de fondo, Alfredo Barría establece un paralelo entre Sergio Salinas y los personajes de las películas de Sam Peckinpah (director muy admirado por nuestro crítico de cine). Barría afirma específicamente que, como los personajes de este realizador, Salinas era “un tipo crepuscular, que tenía clara noción de pertenecer a otro tiempo” 1Alfredo Barría, “La soledad del corredor de fondo”, Fuera de campo, mayo de 2008, online.
Creo que hay un equívoco en esta imagen. Si pensamos en la trayectoria de Sergio Salinas –crítico de cine por más de cuarenta años en diversos medios como la ya mítica Primer Plano, los diarios La Tercera, El Mercurio de Valparaíso y La Estrella, profesor universitario, jurado en diversos certámenes cinematográficos, promotor de la Cinemateca Chilena y fundador de las salas de cine Toesca y Normandie– ésta nos muestra que, evidentemente, Salinas no fue un tipo de otro tiempo, sino un sujeto plena y conscientemente comprometido con su propio tiempo, partícipe de la configuraciones históricas, políticas y culturales de la sociedad que le tocó vivir –quizás una de las sociedades más luminosas a la vez que trágicas en historia de nuestro país.
Otras personas afirman de Salinas fue, por sobre el crítico de cine o el programador y gestor cultural, un teórico del cine: en efecto, la razón fundamental de su trabajo es un profundo ejercicio reflexivo e intelectual en el que se mostró, según varias opiniones en el presente, tan pródigo como estricto, tan sensible como rígido.
Esta percepción, sin embargo, no se refleja en la despreocupación esencial de Salinas por su propia escritura, que consiste en un sinnúmero de textos críticos y de otras índoles, muchos de los cuales no conservó, no firmó, no fechó, ni publicó. Salinas no era un hombre de letras tal y como lo quiere la caricatura: ni un ratón de biblioteca ni un bibliófilo desconectado del mundo en su torre de marfil. Evidentemente sabe de la naturaleza intelectual de su tarea, pero creo que, tal vez secretamente, se consideraba a sí mismo un hombre de acción o, al menos, concebía su empresa como la empresa de un hombre de acción.
Si leemos con atención sus textos, podemos notar que sus preocupaciones escriturales son, de hecho, prácticas. El problema del acceso al cine de calidad lo obliga a pensar de manera concreta sobre los sistemas de distribución. La preocupación constante por la formación de ciudadanos cinéfilos –y por sus posibilidades de autoformación– lo orilla a pensar y abordar la gestión de salas de cine. La necesidad de ordenar sus ideas y comprender los límites y rebalses de la estética cinematográfica, ciertamente, lo obligan a escribir.
Cuando digo “práctico”, en relación a Salinas, quiero decir ético: nuestro crítico no es el héroe de opereta que, sin un asomo de dudas, actúa y actúa como poseído por la trama de los acontecimientos. El hombre de acción no es solamente el que ejecuta, realiza o interpreta: Salinas es más como el Fausto goetheano, es el que produce, el que desarrolla, el que toma en sus manos la creación del mundo en que quiere vivir. Y pienso que eso hizo Sergio Salinas.
Es posible que para Sergio Salinas sus propios textos no hayan sido más que medios para la producción de su mundo, un mundo en el que los ideales de la cultura moderna enaltecen la vida de la mayoría de los hombres y no sólo la de unos pocos. Así pues, del mismo modo que apreciaba libros, películas y piezas musicales de los autores que consideró tesoro propio y patrimonio universal, pudo tal vez desprenderse con ligereza y sin remilgos de su propia escritura, como quien cambia una herramienta cualquiera por otra que pueda servir mejor a sus propósitos (reconozco que la figura es, aunque útil, asaz inexacta y un poco grandilocuente: todos sabemos cuánto apreció Salinas el mundo de la letra, que fue para él un medio principal para penetrar en el mundo del cine).
Esa escritura es hoy, para nosotros, precioso oro y ha sido rescatado de la fragilidad de la memoria de una generación y del barruntoso caos de la prensa periódica por la filósofa Lucy Oporto, autora también de los libros La inteligencia se acrecienta en la nada (Inubicalistas, 2016), Los perros andan sueltos: imágenes del postfascismo (Ed. USACh, 2015), Una arqueología del alma. Ciencia, metafísica y religión en Carl Gustav Jung (Ed. USACh, 2012) y El diablo en la música: la muerte del amor en El Gavilán de Violeta Parra (Altazor, 2008).
Su edición de las obras de Sergio Salinas, dedicada, acuciosa, exhaustiva, paciente y devota, nos ofrece una imagen de la vida de este autor tan completa y tan extensa que probablemente asombre incluso a quienes lo conocieron y compartieron la trayectoria de su vida y los afanes de su tiempo. Lucy Oporto dedicó prácticamente una década al trabajo de reunir, transcribir, copiar y comparar los escritos desperdigados del autor, reconstruyéndolo en sus fundamentos e iluminándonos con sus destellos. En cada texto, Salinas se muestra efectivo, diligente, erudito. En el conjunto, se muestra apasionado, obsesivo y, con el correr del tiempo, desencantado.
El libro recoge cuanto pudo reunir Lucy del material de Salinas (no tenemos dudas de que existe más aún), lo ordena cronológicamente y añade una introducción, notas y addendas que ayudan de manera clara a comenzar el camino de estudio de su trabajo. La dura presentación de la edición, en tres sendos volúmenes, da paso a una lectura ordenada, mesurada y distanciada que ofrece, a través de la crítica cinematográfica, interesantísimas perspectivas acerca de la relación entre tres dimensiones que lúcidamente la compiladora ha identificado como cine, humanismo y realidad.
El primer volumen aborda sus escritos entre 1969 y 1983 a propósito del cineclub Nexo, la revista Primer Plano, dos ciclos de cine en UCV TV, y las páginas de cine del diario La Tercera. En estos textos apreciamos ya el ideario crítico de Salinas casi completo, con su estilo seco y riguroso ya resuelto y aplicado a un conjunto interesante de películas en las que se puede apreciar longitudinalmente la experiencia de transición desde un cine “clásico” a otro “moderno”.
El segundo volumen incluye textos escritos entre 1977 y 2003 como parte de los folletos informativos para las carteleras del cine arte Toesca, el cine Normandie, los festivales CineUC, el cine arte de Viña del Mar y los programas de la Cinemateca Chilena. En este volumen apreciamos, por tanto, al Salinas programador y curador, ocupado en aportar con su crítica a la formación de un público y en bregar con sus programas por un acceso a películas que en un contexto mercantil quedarán con seguridad descartadas por las ditribuidoras comerciales.
El último volumen abarca textos escritos entre 1991 y 2007: críticas y artículos publicados en El Mercurio de Valparaíso, La Estrella de Valparaíso y Rocinante, textos inéditos, documentos manuscritos y anexos. El concepto de cultura cinematográfica adquiere aquí ya explícita relevancia. En estos textos de tono acre y desencantado asistimos, sin embargo, a algunas páginas de tremenda lucidez acerca del dramático momento actual del cine, de su producción y de su público –tan dramático como el momento actual de la sociedad.
En nuestro propio trabajo sobre Sergio Salinas 2Véase Hans Stange y Claudio Salinas, “Un arte que piensa. La cultura cinematográfica como imaginario estético-político en la obra de Sergio Salinas Roco”, La butaca de los comunes. La crítica de cine y los imaginarios de la modernización en Chile, Santiago, Cuarto Propio, 2013, pp. 95-123, hemos insistido en que la idea de cultura cinematográfica domina parte importante de su obra. Esta noción remite a un imaginario del cine como mediación entre ciudadanos que son sujetos sensibles a la vez que políticos, interesados en los asuntos del mundo a la vez que inmersos en insondables espacios interiores, lo que hace del cine un puente entre el individuo y la sociedad (no por su contenido ni como medio de propaganda, sino como arma de interrogación y medio de reflexión) y lo coloca, en tanto es “el arte más importante del siglo XX”, en el centro mismo del huracán de nuestros tiempos.
La tarea del crítico de cine es favorecer esa mediación. Propiciar una experiencia cinematográfica educada y reflexiva, apartar al cine de los falsos destellos del espectáculo. Abrazar la naturaleza industrial del cine, que hace de él una forma de arte a la vez que un poderoso medio y un gran negocio. Reconocer, en esta múltiple naturaleza, sus posibilidades para hablar de los tiempos y, por tanto, la crucial relevancia de saber ver cine, y de cultivar este saber como una experiencia plena de sentido.
Lucy Oporto lamenta repetidamente que la configuración de la sociedad dictatorial y postdictatorial en Chile ha apagado la posibilidad de estas experiencias, ahogando al sujeto sensible en las brillantes durezas del neoliberalismo, extinguiendo así la presencia del espíritu. Si ese es el caso, los textos reunidos de Sergio Salinas ya no podrían cumplir la función de faro, de advertencia o de clara melodía en medio del ruido. Sus textos serían los testimonios del espíritu extinto, ruinas de una sociabilidad perdida. Fuente sólida, pero seca. Quisiera pensar distinto. Quisiera pensar que Salinas se abocaría al asunto como un hombre de acción. Que, ante la desaparición del espíritu en esta, nuestra época de catástrofe, podemos encontrar en sus textos una pauta, una orientación, una inquietud por llegar a nuevos destinos recorriendo senderos ya conocidos.
Stange, H. (2018). Sergio Salinas Roco, laFuga, 21. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/sergio-salinas-roco/898