La expectativa por ver la última película de George A. Romero era relativamente grande. Mal que mal, era su regreso a las pantallas de los cines chilenos después de 12 años. Además, significaba el regreso al motiv del cual Romero ha hecho su marca registrada, la saga zombie iniciada en 1968 con la revolucionaria y modélica Night of the Living Dead, a estas alturas, un clásico. En efecto, Land of the Dead se presenta como la cuarta entrega de la ya existente trilogía zombie, completando ahora una tetralogía (la última entrega zombie fue Day of the Dead de 1985. ¡veinte años atrás!). Por todo esto, y teniendo en cuenta también la avanzada edad de Romero y el tiempo que se toma entre film y film, uno esperaba “la” película definitiva, la que pondría la última palabra sobre el “tema zombie”, el film con que Romero se iría glorioso a la tumba.
Error. Pero no porque la película sea mala, sino porque la expectativa era equivocada y ésta puede causar que se nuble un poco el juicio. Algo parecido a lo que pasó con Kubrick cuando apareció con Eyes Wide Shut después de esperarlo tanto tiempo. La expectativa se transforma en una bola de nieve que crece con el tiempo y cuando por fin explota ya ha abarcado tantos aspectos superfluos –que la trayectoria, que la obra anterior, y muchas más clases de adornos– que se deja de lado lo esencial: la película misma como expresión de cine, como ente único.
Lo cierto es que “Land of the Dead” no es “la última gran película”. Puede que incluso ni siquiera sea una gran película. Pero el punto es que no tiene porqué serlo. Lo que sí importa, y creo que ahí es donde radica uno de los valores de este film, es que Romero sigue siendo fiel a sus ideas, a su estilo y a su forma. Y eso se manifiesta en una actitud para hacer cine que, contradictoriamente, es la misma que no le ha permitido hacer películas con regularidad: no hacer concesiones con la moda. Lo más probable es que por esto último “Land of the Dead” resulte una película poco amistosa para los gustos masivos actuales, sobre todo para los más jóvenes (incluyo a los estudiantes de cine, generalmente engrupidos con bobadas cineartísticas). Lo que también es previsible –y triste- es que muchos apreciarán sólo la cáscara y hablarán encantados, los unos, y detestados, los otros, del gore de la película. Los mismos tal vez se reirán porque encontrarán ridículos a los zombies. Muchos la menospreciarán y otros ni siquiera la tomarán en cuenta.
Romero, de profundo espíritu inconformista y nihilista, es porfiadamente anacrónico. Escribe, filma y edita con un estilo seco y directo que ya no se usa, alejado de convenciones dramáticas sentimentales, sin adornos estilísticos, sin golpes de efecto, sin digitalización, sin cámaras que se meten por lugares imposibles, sin montaje videoclipero. Y la verdad es que esto se agradece mucho, primero por recuperar un estilo de hacer cine más sensato (¡viva Howard Hawks!), y en segundo lugar, por el puro hecho de llevar la contraria.
Una de las gracias de esta película es que por momentos se le puede oler ese espíritu marginal de cinta B –que por cierto no lo es-, de pasarla bien con la pandilla de amigos mientras se filma, de quedarse adrede un poco al margen del mainstream, de hacer-la-jugarreta-y-pasar-la-cuchufleta. Algo que también se respiraba en algunas de las últimas películas de John Carpenter. A propósito, no es por nada, pero la atmósfera de esta última película de Romero recuerda mucho a “Escape from New York”.
En Land of the Dead Romero vuelve a lo suyo, a sus motivos, a usar sus zombies como metáfora sociológica y moral. Como es lo que se espera en el menú de Romero, también es lo más fácil de comer. Y son los ingredientes con que los habitués se sienten servidos. Están presentes aquí una porción importante de crítica al capitalismo, una pizca de comentario político. También se agregan unas cucharaditas sobre racismo y discriminación. Un comentario sobre la relación entre el poder y los sometidos. Una cucharada sobre lucha de clases (¡en serio!), y, por supuesto, la idea siempre romeriana de que los humanos somos tal vez más despiadados entre nosotros que los propios zombies ante nosotros, con todos los matices y variables que esta idea contiene.
Por todo esto, es imposible no ver a Land of the Dead como una pieza más de la saga zombie, y se hace necesario también apreciarla dentro de ese contexto. La primera de ellas, Night of the Living Dead de 1968 resultó ser un film transgresor por su incomodidad ideológica y la forma fílmica con que Romero planteaba sus puntos de vista. En esa época, el contexto histórico –que Romero logra metaforizar en la película- eran el racismo, Vietnam, la revolución sexual y la guerra fría. El hecho de que el protagonista fuese un actor negro desconocido y que la película fuese filmada en un granuloso blanco y negro acentuaban ideológica y estéticamente la intención. La segunda y notable película, Dawn of the Dead de 1979 funciona como un divertido e inteligente comentario sobre la sociedad de consumo y se adelanta un poco a la era de capitalismo salvaje que comenzó a vivirse en los ochentas. La tercera, Day of the Dead de 1985 parece hablarnos sobre el militarismo, el autoritarismo. No por nada se hizo durante la era Reagan.
Revisando el total de su obra notamos que a veces a Romero el plato le queda más amargo, más ácido, más suave o más fuerte de lo necesario. A veces también le queda menos fino de lo esperado. Creo que en Land of the Dead ocurre esto último más a menudo (el personaje de Dennis Hopper está pintado a pura brocha gorda). Y ese desequilibrio común en Romero, esa disparidad que hace que se le pase la mano con esto pero se quede corto con esto otro, que a veces sea más profundo y a veces más obvio, resulta interesante en la medida que nos provoca a elegir si apreciar esas oscilaciones como un defecto o como un valor. Depende del contexto. Depende del espíritu. Depende del prisma con que se elija mirar y por supuesto detrás de esto hay una posición ideológica, sobre el cine.
Land of the Dead -así como todas las películas de Romero- no es una película apta para miradas superficiales, ni para snobs , ni para engrupidos con el “cine arte”. Hay que verla con una actitud proactiva y no con una actitud cómoda.
Es curioso el caso de Romero, un cineasta políticamente incorrecto y disparejo que se ha formado un enorme prestigio como auteur y ha logrado consolidar un sello propio al punto de adjetivizar su apellido, pero que sin embargo no es masivo ni muy apreciado y que logra a duras penas hacer sus películas por quererlas hacer como él quiere, por querer mantener su independencia, lo que le ha ocasionado una relación conflictiva con la industria, ante la que tuvo que ceder un poco para poder realizar esta última.
Ah! Se me olvidaba el dato frívolo. Tom Savini aparece haciendo un cameo (adivinen cómo). Y también está Asia Argento, esa chica de padre célebre, con la que uno ya quisiera salir a matar zombies.
Maldonado, C. (2005). Tierra de los muertos , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/tierra-de-los-muertos/169