Trastornos del sueño es un largometraje chileno de ficción, estrenado el año 2018, codirigido por Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra 1Esta es su segunda colaboración conjunta después de Perro Muerto (2010), dirigida por Camilo Becerra y escrita conjuntamente con Sofía Paloma Gómez. En el caso de “Trastornos”, ambos comparten dirección.
La película cuenta la historia de Joel, un tipo que es echado del trabajo y que vuelve a vivir con su madre y abuela, justo antes de las fiestas de fin de año. El relato se centra en cómo este hecho incide en la relación del protagonista con los distintos personajes que pueblan su mundo: su prima Mari, su madre, su abuela. La narración tiene un desarrollo lineal, donde lentamente se va mostrando el diario vivir en este micromundo. Principalmente, el departamento de Mari, donde ella y Joel viven sus relaciones libremente, y el hogar materno, habitado por su madre y abuela, una pequeña casa de villa, atiborrada de muebles y cachivaches, donde se muestran las complicadas relaciones familiares entre ellos.
El estilo visual se percibe como realista. Ningún escenario parece preparado. Muy cercano al documental, las distintas escenas transitan frente al espectador como verdaderas cápsulas de realidad, como si el trabajo de los directores hubiese sido recortar estos cuadros y ubicarlos juntos en un montaje. En esta estructura, nada se explica al espectador, todo se desarrolla en una calma pasmosa y cada información se va deduciendo de la interacción de los personajes. Estos aparecen enmarcados en dos tipos de imágenes que el film realza de principio a fin: la opacidad de los personajes y lo fracturado de los sujetos. La opacidad se presenta en imágenes desenfocadas, contantemente obstaculizada por rejas, muebles, columnas, cables, personas, que tienden a esconder a los personajes, a ocultarlos, quizá a desaparecerlos. Donde casi no hay luz, la mayor parte delas veces en interiores lúgubre, incluso cuando es de día, donde la luz pareciera no existir. Todo muy cerrado, muy clausurado. Aun en los espacios abiertos, donde el ángulo de las tomas clausura el espacio. Y por otro lado, lo fragmentado de los personajes. Abundancia de primeros planos, de encuadres en contrapicado, figuras cortadas del cuadro, siluetas parciales, que no dan una mirada limpia, una visión amplia. La mirada está restringida como lo están las vidas de los personajes. No podemos verlos en su totalidad, solo pedazos, retazos de vidas. Los rostros no interactúan juntos, siempre están en tomas separadas. Las conversaciones son tomadas por separado, casi nunca están en un plano dos personajes juntos. Mirando siempre hacia el fuera de cuadro, conversando con alguien que no vemos, pero que escuchamos, que sabemos quién es, no obstante se nos esconde. Cada personaje encerrado en su propia individualidad, recortado de los otros. La excepción ocurre cuando van a la fiesta de fin de año, en la torre Entel. Aparecen juntos Joel, su madre y su abuela. Sin embargo, más adelante, vemos a la abuela, absorta mirando hacia un lugar no determinado, un lugar distante de todo el jolgorio a su alrededor, sufriendo en su propio mundo, el mundo de alzhéimer. La sensación de alienación del personaje de la abuela, se amplifica gracias al trabajo de la música ambiental. La música, creación de Raúl Calderón, aparece en ocasiones y tiende a acentuar, el ruido que pareciera sonar en el interior de los personajes. Por esto, la música es sugerente e inquietante, a ratos experimental, llena de zumbidos disonantes, lejos de las líneas melódicas.
La visión de la sociedad que transmite el film es muy pesimista. El afecto no aparece ni en las relaciones amorosas de Joel, ni en sus relaciones familiares. La intimidad con Mari parece animalesca. Reforzado por imágenes ambiguas, poco claras, tomadas de reflejos o casi fuera de cuadro, algunas veces. Una relación que no avanza, que no se desarrolla y donde la única vez que Joel muestra algún interés, es cuando trae un regalo para la hija de Mari. Ella reacciona muy contrariada y vemos al protagonista perder los estribos y casi obligar a aceptar su amor, por medio de la fuerza. Este estallido de Joel, que venía precedido de otro anterior, también con Mari, tal vez, sean las únicas ocasiones en que aparezca el verdadero personaje, ese que se esconde en un silencio ominoso. Las relaciones familiares también son abrumadoras, todos parecen estar sobrepasados. En este aspecto, la casa de su madre, pequeña, llena de muebles y cosas de otra época, sugieren un tiempo detenido, un tiempo que solo se acumula, que parece no transcurrir. Su madre, agobiada, aplastada por el peso de cuidar a la abuela, de tener que dormir junto a ella, ahora que Joel ha vuelto a casa. Y la abuela, el personaje por el cual el espectador siente mayor compasión por su enfermedad, se destruye su imagen por el relato de sus hijas. La confesión que hace la tía de Joel, cuando este la visita para pedirle que se quede con la abuela unos días es muy decidora: “No tengo porque hacerme cargo del cacho. Esa vieja no me dio nada” (el espacio del departamento de la tía, muy iluminado, blanco y espacioso, contrasta con el hacinamiento y la oscuridad con que viven los otros miembros de la familia en la casa materna). Esto da cuenta de una sociedad que ha roto las relaciones básicas (relaciones familiares) hace rato. Una sociedad donde no entra el amor, la empatía, ni siquiera la felicidad. “Cuando fue feliz mamá”, pregunta Joel y la respuesta es, solo cuando estuve embarazada. El hijo, Joel, nunca le ha dado instantes gratos a su madre. Devastadora respuesta. Las personas están sumidas en un ayer, como su madre que no se cansa de ver los videos de fiestas pasadas o su abuela que olvida, que ya no está, que ya no recuerda porque en realidad, no hay nada que recordar. Una sociedad que no da salidas.
De todo esto, uno entiende el título de la película Trastornos del sueño, como una eterna pesadilla que tiene atrapado a los personajes, en especial a Joel, que no tiene un rumbo definido y pareciera que está al borde del abismo, pero que nunca termina de despeñarse del todo. Todo el ambiente es de pesadilla, acentuado por la falta de sol, la falta de luz en las vidas de los personajes, de una comunidad que hace rato perdió su destino, que pareciera no tener ni siquiera ilusiones con que alentar a sus miembros. Hacia el final, la historia de los “hombres pollito”, contada esta vez por Joel. Relato que también aparece al principio de la película, evidenciando lo circular de la narración. Joel vuelve a trabajar y todo este derrotero que lo expuso a deambular entre el departamento de Mari y la casa de su madre, se cierra porque vuelve a lo suyo, donde cumple un rol preciso y no requiere de decisiones fundamentales. En este aspecto, el trastorno que alude el film, es el desorden mental y social que viven los sujetos, que no alcanzamos a comprender, porque el mundo es tristemente delirante y ellos son solo vidas parciales, vidas sombrías, que solo viven, que solo respiran, sin ningún tipo de sueño. Como diría William Faulkner, una vida llena de ruido y furia.
Uribe, C. (2019). Trastornos del sueño, laFuga, 22. [Fecha de consulta: 2024-12-14] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/trastornos-del-sueno/940