Debo admitir que sólo conocía a Apichatpong Weerasethakul por una entrevista en la cual el realizador chileno José Luis Torres lo designaba como uno de sus referentes predilectos dentro del cine actual. Por otro lado, sabía que esta cinta había sido premiada en la anterior versión de Cannes con el premio del jurado (una especie de premio de consuelo que se ha transformado en una singular estrategia para dejar contentos a millonarios productores de pésimas películas –por ejemplo “Carrington” de Christopher Hampton en 1995-, o a connotados directores de larga trayectoria que llevan al balneario el dubitativo resultado de su último rodaje –como pasó con Manoel de Oliveira en 1999-, o bien, en el mejor de los casos, a excelentes óperas primas y grandes films de desconocidos cineastas que el Festival Cannes, por su evidente flirteo con las distribuidoras comerciales y el negocio fílmico, no está dispuesto a entregar el premio que les corresponde –no olvidar la polémica por “Festen” de Thomas Vinterberg en 1998-). Todo lo cual auguraba, entendiendo las rarezas de este prolífico creador tailandés, muy buenas esperanzas. Pero ni lo uno ni lo otro.
Este film es una inusual unión, por lo demás sin ningún tipo de corte, entre dos historias que no guardan ninguna relación aparente. En la primera parte, Keng, un soldado inmerso en no se sabe cuál conflicto bélico, vive un romance homosexual con Tong, un amigo de su familia, mientras está de franco en la ciudad. Caminando por un parque un día de paseo, ambos se adentran en la profundidad de una cueva mágica de la cual poco y nada podemos decir en base a nuestra ignorancia. La segunda parte, en cambio, es la huída desesperada en la que un soldado en medio de la selva intenta escapar de una presencia fantasmática que parece ser él mismo, pero que finalmente se revela como el signo de la muerte, el espíritu del felino.
Es evidente que nuestra mente a veces demasiado esquemática insiste en asimilar la relación de ambos relatos, claro que después de buscarla, cuesta trabajo también encontrarla, si es que en realidad había que hacerlo. “Tropical Malady” retorna de este modo a un sitial más originario, circulando alrededor de las lógicas del mito y el bricolage, restaurando conexiones intermitentes, residuos de acontecimientos que arremeten contra el modelo clásico causa – efecto, para posicionarse así en una tradición narrativa que antecede a la gran forma institucional del arte cinematográfico.
Un extraño film en el cual resulta necesario volver a sumergirse.
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Título Original: Tropical Malady
Director: Apichatpong Weerasethakul
País: Tailandia
Año: 2004
Lorenzo, S. (2005). Tropical Malady , laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/tropical-malady/215