En un medio tan pequeño como el de los estudios de cine chileno que aparezca un trabajo sobre un crítico de cine, y no un realizador, una película, un tema, puede sorprender. Más todavía si se edita un segundo libro. Obliga a releer lo que hay publicado sobre dicho personaje y sobre la crítica de cine en Chile. Si se piensa en modelos foráneos, hay dos o tres nombres perennes que saltan a las palestra cuando se habla de crítica de cine antologada en volúmenes, sin ser casualidad que provengan de Francia y Estados Unidos. Andre Bazin y Serge Daney. Pauline Kael y James Agee. Eso para delimitar un espacio relativo a la prensa, sin ser particularmente académico o periodístico. Por decirlo de otra manera, salvo casos muy particulares y únicos, como Andrés Caicedo o directores que primero hicieron crítica, el crítico figura como una firma que elabora un discurso sobre un otro y nunca es el objeto del discurso. Le publican libros sobre cine, estudios o antologías, los libros nunca son sobre él.
En nuestro medio se han publicado tres antologías de críticos (pido disculpas y me corrigen si estoy equivocado). Una publicada por su propio autor, Ernesto Ayala 1Cine chileno en el siglo XXI, Ediciones Tácitas, 2020, otra es el grueso volumen de Héctor Soto (recopilada por Christian Ramírez y Alberto Fuguet)2Una vida crítica, Ediciones UDP, 2013, la otra es la recopilación de Lucy Oporto que reúne en tres volúmenes casi la totalidad de textos escritos por Sergio Salinas Roco (1942-2007)3Sergio Salinas. Cine, humanismo, realidad. Textos reunidos (Editorial Usach, 2017). La nueva antología dedicada a Salinas, la que convoca la presente reseña, a cargo de Claudio Salinas, Hans Sange y David Vera-Meiggs, tiene como base el capítulo que dos de ellos dedicaron a Salinas en La butaca de los comunes (Cuarto Propio, Stange y Salinas eds, 2013), libro además configurado por Stange y Salinas, que se dedica a historizar y apuntalar problemática y debates en y sobre la crítica de cine en Chile, por lo que podríamos asumir que el asunto crítico, en general, y la figura de Sergio Salinas, en particular, son de interés valioso para dichos investigadores.
En tiempos en que la crítica de cine abdicó del espacio público para enclaustrarse en espacios académicos y sacar de vez en cuando la cabeza en revistas y blogs on line, cuando el debate público ocurre con la liquidez de las redes sociales y la banalidad informativa de la prensa, parece extraño la repetición de un crítico. En esa reiteración y la concepción de ella es que se entiende la estrategia de los antologadores. Rescatan a Salinas porque les parece un autor mayor, tal vez único, si se hace un panorama histórico de la crítica de cine en Chile. Y una forma de divulgarlo es armar una antología pequeña, de acceso más directo al escritor, que la frondosa serie ya publicada, trabajo investigativo mayor, más propia de un interés archivístico y memorial (aun en toda su admiración) por el autor y por la crítica y cine nacionales.
Un cine re-público. Antología de críticas y textos de cine rescata la tarea de Sergio Salinas como crítico a la vez que de mediador de cine, alguien que se preocupó de intervenir no solo escribiendo sobre cine, sino también en el espacio social, ya sea como fundador de cineclubes y salas de cine arte. La dimensión pública es central para entender la función del cine y la crítica según los entiende Salinas. Ambos, como representantes de la modernidad, operan elaborando formas y tradiciones en medio de contextos sociales e históricos, forman parte de la disputa cultural de la modernidad. La relación del cine es con la realidad, con la vida del público. La crítica media entre ellos, como se verá repetidamente en la antología. A su vez esta funciona como un acercamiento al crítico Salinas en cuanto su figura y pensamiento, su relevancia en la historia de la crítica de cine en Chile, a la vez que, en menor medida, sirve de recopilación de textos que comentan películas, sin saber nada de Salinas cualquiera puede consultar una reseña al azar y encontrará un comentario valioso y pertinente. Al respecto el libro presenta dos ejes, primero una presentación del crítico y luego la antología propiamente tal.
El “Estudio preliminar” escrito a seis manos por Salinas, Stange y Vera-Meiggs, define un recorrido vital percibido desde su carrera profesional y sus labores que rondaban al trabajo crítico, como programador de salas o fundador de revistas. De su actividad se trasluce una postura moral para enfrentar el mundo contemporáneo desde la perspectiva de la cultura y el cine. La figura de Salinas surge como algo más que solo un escritor de textos o un programador de películas, respecto a la audiencia y los lectores, los entiende como destinatarios de una disputa, en último término política, sobre la realidad. No se trata de una asignación ideológica o partidista de política, sino de una relación interpretativa de la realidad, la sociedad y la cultura. En tanto el cine forma parte de la realidad, se relaciona con distintas esferas. Así, la especificidad del cine vendría a ser la “Cultura cinematográfica”, concepto al que vuelve Salinas una y otra vez a lo largo de su carrera, concepción del cine que sería su legado definitorio. Los antologadores la definen como “conjunto de acciones, espacios y mediaciones que llena de significado la interacción entre el espectador y las formas fílmicas. Su propósito es generar las condiciones para que el cine no sea solo consumido, sino que sea experimentado en su plenitud (p.22). Dentro de ese régimen de factual, simbólico y experiencial, la crítica constituye una tarea fundamental, tiene un sentido epistémico y debe ser asumida responsablemente. No es información o publicidad (eso sería la mala crítica), por el contrario, “informa, orienta y propone” (22); es una instancia analítica y didáctica.
En virtud de esa visión Salinas despega de la escritura como un fin en sí mismo, una crítica buena o justa, y pasa del medio escrito al de la circulación y exhibición. Podría decirse que continúa esa labor programando, participando en cineclubes, en las revistas Primer Plano y Enfoque, fundando el cine Normandie (con Alex Doll). Es la creación de los textos que acompañan la exhibición de las películas donde la mediación de la crítica cobra su sentido más evidente. Sin necesidad de algún tutelaje axiomático que envuelve por lo general a la crítica en los medios informativos, de explicitar si una película es buena o mala, en los folletos de la programación la restricción de espacio se vuelve relativa y se autonomiza de ser una sección “especializada”, para volverse un discurso mediador desde la curatoría de la sala al espectador. Bien puede disentir de la película que comenta porque no es publicidad (eso sería consumo, algo imperdonable para Salinas) y señalar puntos débiles, contradicciones, es decir, a firmar y criticar a la vez.
Los antologadores destacan la participación de Salinas en diversos debates que configuraron la modernidad del cine según la entendía el crítico, desde sus comienzos en los sesenta del siglo pasado y la primera década de este siglo, anclado en el contexto histórico chileno (democracia, dictadura, vuelta de la democracia), concluyendo con un tono de desencanto, debido esto último al incumplimiento de medidas de apoyo ante la excesiva comercialización de la cultura del cine, abandonada al mercado y la maquinaria estadounidense, por un lado, y del otro, a la pérdida de espacios para la crítica y formación de audiencias. Alegatos que otras áreas de la cultura y la sociedad también han sostenido, el cine es uno más de ellos.
Otro de los aspectos destacados por quienes armaron la antología es la detección de un modelo escritural, el “Método Salinas”, que determina una forma de encarar la escritura de reseñas con un enfoque propio, enumerado en puntos que desglosan en qué se fija Salinas al ver una película y estructurar el texto crítico, junto con definir lo propio del estilo de escritura de su autor. Destaca su modo formal, breve, riguroso. Prefería ser concreto a alusivo, “legal” a “literario”. No buscaba adjetivar al momento de argumentar sus ideas. Siempre buscaba ser didáctico y ponderado. Tras esa voz del crítico se vislumbran sus intenciones y su postura ètica.
La segunda parte del libro consiste en la antología, la que a su vez se divide en cinco apartados, cada uno introducido por una justificación.Se indica para los textos su procedencia, lugar y fecha de publicación, con lo que es posible apreciar la diversidad de medios en los que ejerció Salinas: Diarios, ya sean críticas o columnas, revistas de cine y academia, programas de tv, folletos para salas, ponencias en conferencias. “Clásicos” es el primero y corresponde a lo que se etiqueta tradicionalmente como “clásicos de la historia del cine” sin una periodización aislada ni una localización precisa. El texto de apertura es una defensa de ese cine “Vigencia del cine clásico”, que ahonda en una concepción de madurez y estabilidad, dadas por circunstancias históricas, técnicas, materiales y autorales, amplias (se reconoce la serie B como ejemplo de clásico) y que, casi en términos borgianos, perviven, de ahí que Salinas rescate su capacidad pedagógica, la audiencia aprende de cine con los clásicos, se debe enseñarlos con fervor ya que su talante es intemporal. Ahí están, entonces, los textos seleccionados: Tiempos modernos de Chaplin, Qué verde era mi valle de Ford, El gatopardo de Visconti y Noche calurosa de Zurlini, una nota tras la muerte de Robert Bresson. Resulta algo extraña la elección del texto sobre Tess, ya que resulta la menos compatible con el “método Salinas”, que (salvando las distancias) es el único texto “wikipédico” de la antología, folleto de sala que acompañó la exhibición en el cine arte de Viña y en El Normandie: consta de la ficha técnica, una breve biografía de Polanski (se nombran sus títulos más importantes) y un par de opiniones, la última centrada en el film que convoca. Acá figura más la noción educativa e informativa que la vocación crítica de Salinas, que se desdibuje por una vez es lo que llama la atención, no suma a la antología.
La segunda sección de antologías se titula “La gran pantalla” y es la más inasible, ya que algunas películas bien podrían pertenecer a la concepción de clásicos. El criterio de distinguirlas obedece a tratar de sintonizar con el espíritu de Salinas, aunque prima más bien la categorización que distingue entre films logrados (y no). Juicios críticos que indican más la contingencia en la recepción que la temporal “vigencia”. También el enfoque pone atención a caracterizaciones de género en medio de autores y movimientos cinematográficos. Blade Runner y Kagemusha se imponen a Superman y Recuerdos de Hollywood. Salinas distingue con precisión qué es un autor entre Scott y Donner o entre Kurosawa y Nichols. De acá destaca la primera entrada, La pandilla salvaje, del que se presentan dos versiones inéditas, reconstruidas por Lucy Oporto, de un texto que no llegó a concluirse. Es el mejor ejemplo del acercamiento escritural de Salinas, qué elementos cambió y mantuvo, cómo estructura y ordena las ideas se dejan ver en parte. Un texto es también lo no escrito por lo que aquí emerge Salinas como escritor.
La tercera sección se llama “Los temas” y se antologan comentarios de películas según perspectivas políticas (JFK, Introducción a Chile) o religiosas (La leyenda del santo bebedor) presentadas por los mismos films, no introducidas aleatoriamente desde fuera por Salinas. Nunca hay una lectura sesgada o explícita. Aun siendo un hombre de izquierda, Salinas no realizó lecturas conductistas de las películas, para él la crítica siempre está abierta a la crítica ideológica, y hacia las ideologías, pero no hay intolerancia política. No hay crítica policial. Si el último texto de la sección, Garage Olímpo, publicado en La estrella de Valparaíso, resulta escueto, buen ejemplo del ahogado espacio de la crítica en diarios a inicios del dos mil, sabe detectar los planteamientos sociales de dicho film tal como, con más espacio, en los setenta, podía delimitar los sentidos críticos de films como La naranja mecánica o Atrapado sin salida.
Sobre cine chileno discurre el cuarto apartado, sobre el que escribió menos, pero le fue siempre una preocupación. Desde Láminas de Almahue a El desquite, la atención de Salinas busca descubrir una identidad tras formas fílmicas, convoca discursos sociales y del cine para explicar las películas. El reconocimiento de la importancia del cine chileno es su posibilidad para dirigirse a su audiencia, por eso la labor crítica no debe abstenerse de hacerse presente, aunque sea en forma mínima como el texto sobre Amnesia. En ese sentido, como destacan los antologadores, evitó hacer comparaciones con obras extranjeras, en un hincapié por un cine chileno que hablara por sí mismo, algo que la crítica debería entender y ayudar.
El apartado final recoge piezas reflexivas sobre la cultura cinematográfica en Chile, como parte del Salinas activo que piensa en sus medios y formas a la vez que debate con otras posturas. Releer debates, a principios de los noventa, sobre el enfoque crítico que algunos colegas defendían y de las que discrepaba, y diagnósticos sobre la precariedad de la producción y cultura de cine en Chile a manos de políticas económicas neoliberales mantienen en parte su vigencia. Textos como la ponencia sobre el estado de la crítica en el Festival de cine de Viña del mar de 1990 o la acusación contra la censura de la película española Bilbao, permiten comprender con claridad las definiciones que están en la base de la escritura de Salinas. Tal vez porque eran instancias donde debía definirlas para sus interlocutores, representan los textos más explícitos sobre lo que se explaya los antologadores en el estudio preliminar. La ejecución de esos textos no es polemista en el sentido de pretender escandalizar o imponer un punto de vista, ofrecen, al contrario, ejemplos de la racionalidad que les impulsa, llaman la atención porque difieren bastante del tono emocional de la escritura pública cuando toma la palabra subjetiva que acontece en nuestros días.
Este “Salinas de bolsillo”, por darle un mote ligero, al traer de vuelta su figura crítico y mediador deja instaladas inquietudes que, desde mi perspectiva, se vuelven urgentes. ¿Por qué se rescata ahora a Salinas? El libro contiene prólogo de Isaac León Frías, crítico y académico de cine peruano que tiene libros publicados, incluso uno en Chile, aparte de amigo es compañero generacional de Salinas, pareciera intuir que mejor es más tarde que nunca. Con todo lo valioso del rescate, ¿hay algo de melancolía ahí? Siempre se llega tarde, el presente incómodo priva de poder contestar en términos de que falta algo. ¿La crítica, en el presente, es un espacio vacío? La preocupación por el rol de la crítica tiene importancia para Salinas, Stange y Vera-Meiggs, y por supuesto no es exclusiva de ellos. Pareciera que la crítica ha obedecido a los temores de Salinas y se ha vuelto un insumo de consumo cultural y la reflexión didáctica y mediadora en una opinología e informativa banal. El constructo crítico anclado en revistas, diarios y trípticos en el mundo digital de redes sociales pareciera ser pesado y lento, sin embargo, basta releer las críticas de Salinas para encontrar una voz directa y simple que en forma sucinta emite un juicio justo sobre el cine, sin desear él (el crítico) convertirse en imagen de consumo. Nos hace re-pensar la cultura del cine. Esa vigencia es la de un clásico. Los que nos decimos críticos de cine seguimos en deuda con él.
García M., Á. (2023). Un cine re-público, laFuga, 27. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/un-cine-re-publico/1157