Al igual que en Nostalgia de la Luz (2010), Patricio Guzmán comienza aquí su meditativa narración en los observatorios del desierto de Atacama. Si dicho documental buscaba hacer un contrapunto entre los enormes observatorios apuntando hacia el cielo, y las viudas de los detenidos desaparecidos rastreando sus restos en el piso, en El Botón de Nácar (2015) Guzmán delinea un cuadro mucho más global. Su narración en off engloba desde el origen de la vida más allá de las estrellas, pasando por la geografía de Chile, el genocidio selknam, hasta el tema infaltable del director de La Batalla de Chile: la dictadura de Pinochet.
Si en Nostalgia de la luz el eje era el contraste entre la búsqueda de vida en el espacio, y la búsqueda de los muertos en el desierto, aquí su tesis parte de algo mucho más simple: el agua. Donde hay agua, hay vida. Y ésta existe en distintas partes del cosmos, así como en nuestro planeta. “Se dice que el agua tiene memoria. Yo creo que también tiene voz”, afirma en un tono melancólico Guzmán. De ahí que buena parte de la película sea una cámara muda que deja hablar a la naturaleza. Esta idea guía a sus reflexiones, las cuales son acompañadas de distintas voces, expertas o protagonistas de distintas historias. Desde los últimos sobrevivientes de la etnia kawéskar, pasando por el historiador Gabriel Salazar al periodista Javier Rebolledo, a lo que hay que sumar las experiencias personales del realizador.
Guzmán desarrolla una poética del paisaje chileno que tiende a caer en el cliché, pero que de algún modo logra revitalizar al entroncarlo con la mística de las imágenes del cosmos. Este nuevo contrapunto entre el H2O presente en las nebulosas y los imponentes casquetes de hielo de Magallanes logra dotar de sentido a esa frase que tanto hemos escuchado: los paisajes patagónicos son como de otro planeta. Y eran habitados por seres de otro planeta, indígenas que vivían en total armonía con el medio ambiente, y que tras desaparecer sólo nos dejaron sus icónicas fotografías de sus cuerpos pintados a rayas (en el caso de los selknam) y el testimonio de una cosmovisión riquísima; una donde al morir, los miembros de su tribu ascendían a las estrellas.
Resalta aquí un buen uso del contexto histórico. El director nos recuerda que los detenidos por la dictadura militar no son las únicas víctimas de la historia chilena. Aprovecha su visión en perspectiva para recordarnos hechos igual de despreciables como el genocidio de indígenas en la Patagonia durante el siglo XIX. Aquí la historia de Isla Dawson le cae como anillo al dedo al documental, Isla donde murieron primero los selknam, y años más tarde los prisioneros de los militares. La historia, al igual que el agua, es cíclica.
Guzmán echa mano de temas bastante manoseados como la espectacularidad de la geografía chilena y las violaciones a los derechos humanos, pero los interrelaciona de una forma tan sutil, con una narración tan bien hilada, que uno termina convencido de que todo está relacionado (no por nada el documental fue premiado con el Oso de Plata al mejor guión en Berlín). Más aún, todo este condensado en un solo punto: un botón.
A través de dos botones el director logra trazar el vínculo entre los indígenas y los prisioneros políticos. El primer botón, el que un capitán inglés le ofreció a un yagán para convencerlo de que se subiera a su barco para llevarlo a Inglaterra, y el segundo, el botón de nácar. Último vestigio de un detenido desaparecido arrojado al mar junto a un riel. De algún modo éste último encierra el misterio de la vida. Aquí en las costas chilenas un pequeño pedazo de basura es testimonio de algo que los astrónomos siguen buscando en el cosmos. Como profesa el movimiento Osho: todo el universo está contenido en un solo punto. No hace falta salir a sondear el infinito para encontrar algo tan valioso como huellas de vida.
Destaca así una poética audiovisual pensada en torno al silencio (estimulador de ideas y de ambientaciones), los ruidos de la naturaleza (principalmente el agua), las imágenes de los observatorios, del universo, y claro, de los paisajes chilenos. Todo bastante bien estructurado con la narrativa y las cavilaciones de la inconfundible voz de Patricio Guzmán y de su sobriedad fotográfica.
Llama la atención que en el tráiler de la cinta se da mucho más protagonismo a los perseguidos políticos y apenas se menciona a los aborígenes. De hecho los primeros, que vienen a ser el clímax dramático de la historia, son tratados recién en la última parte de la cinta. En su afán de contar la historia de Chile en su relación con el agua, Guzmán quizás recurre a un ritmo demasiado lento para narrar la historia. No obstante, esto es justificable si recordamos que se enmarca dentro de una trilogía, iniciada por Nostalgia de la luz, y que concluirá con La cordillera de Los Andes. Así, la primera parte estaría enfocada en el desierto, la segunda en el extremo sur, y la tercera en la cordillera, que conecta ambos puntos.
Tomando en cuenta esto, cobra más sentido cierta escena donde una artista plástica, amiga de Guzmán, desenvuelve una larga maqueta de papel de Chile. Escena que viene a salirse un poco de tono en medio de tantos planos aéreos de los fiordos del sur y que busca señalar, de forma un tanto artificial, que este país es uno sólo y no está dividido en tres, como se suele representar en los mapas. Guzmán, entonces, aspira a representar, con un ritmo bastante parsimonioso, una imagen integrada y global de su país. Una donde geografía y memoria histórica van de la mano.
Todo eso y más encierra algo tan simple como un viejo botón.
Escobedo, D. (2016). El botón de nácar, laFuga, 18. [Fecha de consulta: 2024-10-30] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-boton-de-nacar/767