Texto aparecido en marzo de 1921 en el magazine Zig-Zag n°837 y firmado por el escritor, periodista y diplomático hispano-cubano Alfonso Hernández Catá. Reproducido en el capítulo “Legitimación y funciones del cine” del libro Archivos i letrados. Escritos sobre cine en Chile: 1908-1940.
Prisionero en la enorme serpentina traslúcida, el gesto, el paisaje, el interior creado por el hombre para cobijar casi todos sus dramas y placeres, constituye un documento que, salvando distancias y venciendo perezas, dice más rápidamente de los parajes y costumbres desconocidos que inaccesibles narraciones. “Cosa bella y mortal, pasa y no es arte”, escribió uno de los espíritus que con máxima aptitud quisieron fijar en el lienzo ese gesto inasible de la belleza viva, que el minuto cambia y la muerte borra para siempre. Y por virtud del cinematógrafo, prostituido ya, por la codicia, en su infancia, el carácter que faltara a la fotografía se logra por la sucesión de movimientos, y crea una nueva forma de arte, llamada, por la simplicidad de sus medios, la rapidez de su comprensión y el alcance infinito de sus posibilidades, a despertar la curiosidad y el amor fructífero a la vida en millones de almas para las cuales el trabajo de la lectura fue siempre una barrera.
Arte nuevo, no ha tardado en crearse su vocabulario, sus artistas, su público y sus explotadores. En pocos años logra como factor industrial ocupar el segundo lugar en el primero de los países productores del mundo, los Estados Unidos, y es sujeto preferentemente de estudio científico y estético en Francia, Italia, Alemania y los países escandinavos. Alejándose de su índole puramente óptica y de sus aptitudes didácticas, toma parte del artificio escénico para servir, a lo peor del interés de hoy, anécdotas geométricamente distribuidas y al exotismo de modos de vivir insospechados aun por los más cultos, a los panoramas maravillosos donde el hombre apenas llega, reemplazan los dramas y comedias de mezquino naturalismo. En menos de veinte años el número de producciones pasa del millón. Los latinos marcan su huella romántica que tiende a lo estático, mientras que los sajones satisfacen su ideal de dinamismo y rapidez, a través de aventuras de una inverosimilitud pueril. En este siglo de la publicidad, las modas, las máquinas que ayudan al confort y hasta los arquetipos de belleza o elegancia desfilan ante la muchedumbre con sucesión vertiginosa. Las películas de hace quince años se nos antojan ya prehistóricas, y Max Linder, comparado con Charles Chaplin, nos hace el efecto de un abuelo lejano perdido en la inramazón (sic) de un árbol genealógico.
Esta captación del gesto fugitivo al olvido y la muerte, entraña en la Estética un hecho capital. Si Villiers de l’Isle Adam, al exaltar al fonógrafo, lamentaba el que por su tardía invención no hubiesen podido perpetuarse en aquellas voces, ruidos y gemidos oídos solo por el presente en momentos transitorios de la Humanidad, ¿cuál no será el lamento que merezca la pérdida de los gestos con que los tiranos y adoloridos de la tierra se contrajeron en los instantes supremos de su vida? Mientras el arte de la cinematografía se resuelve en el círculo vicioso de las repeticiones, un constante progreso técnico suprime la vibración, clarifica las imágenes y llega a una reproducción tan exacta de colores y proporciones, que ante nuestros ojos se ofrece una realidad viva, que si llega a adquirir perfección de hermosura, será el regalo de un mundo nuevo donde todas las formas y todas las armonías se multipliquen.
Paralelamente a su desarrollo, crea el cinematógrafo una literatura copiosísima. La bibliografía cinematográfica sorprendería aun a los más enterados. Cientos de revistas comentan sus producciones. Autores de todos los países “escriben escenarios” y buscan desde lo épico hasta lo bufo acciones transformables, por su calidad óptica, en una hora de silencioso arte. Si la galería de intérpretes desafía ya a la memoria, la de dogmatizadores la aventaja. Surge una escuela crítica y hasta roza en la aspiración humana una nueva meta: el ansia de ser “estrella” en este arte que, proyectando hasta lugar secundario el pensamiento y la palabra, da valor primordial a la belleza, a la gracia de los ademanes, a la viril pujanza de los músculos, a la suntuosidad de los marcos. Arte de hoy, espejo maravilloso creado hoy, proyecta en su luna, por egoísmo y fatalidad incomprensibles, la vida de ahora. Pero mañana, cuando el supremo artista de este arte aparezca y vuelva el espejo hacia horizontes insospechables todavía, ¿cuántas imprevistas emociones nos llegarán al alma, sin fatiga, por los ojos?
Espectáculo bien de hoy es el de esa sala de espectáculos donde solo se siente el rítmico pasar de la película, y donde solo se ve, sobre la multitud anhelosa, el lechoso haz en el cual está implícita toda la escena que vive en la pantalla.
Hay en él algo de antiestético y fuerte: claridad y obscuridad, quietud y movimiento… La sombra parece manchada de trecho en trecho por alguna roja lucecilla y la atenta inmovilidad por algún apetito concupiscente, es verdad; pero hay en la actuación colectiva, en el silencio, en el halo que se ensancha hasta caer sobre la pantalla inmaculada que, imagen del espacio, no se fatiga de contener tantas escenas diferentes, una emoción sintética de vida actual en la que no sería difícil discernir los factores primarios de nuestra frivolidad o despreocupación.
Y si una boca suspira entre la muchedumbre cuando dos enamorados se besan con lentitud apasionada, y otra ríe cuando el craso Fati o el agudo Charlot piruetean, también algún pensamiento intranquilo se place en suponer qué emoción sentirá mañana esta niña prodigio llamada María Osborne, al ver una de estas películas que demuestran con cuánta cruel habilidad le han industrializado su infancia.
Hernández, A. (2012). El gesto fugitivo, laFuga, 14. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/el-gesto-fugitivo/577