La competencia internacional de FICV 09 apostó nuevamente por la diversidad, la experimentación, procesos autorales y primeras obras, eso en el marco de un festival que ha querido consagrarse en dos líneas, como centro de producción y fomento de la industria local (y con vistas internacionales), y criterios programáticos. Desde ahí una variedad de cintas, que en primera instancia dan cuenta tanto de diversidad geográfica como artística, que apuestan tanto por la hibridez como la experimentación formal. Ahora bien, nada de ello es garante de algo: el cine sigue buscando su futuro, inquieto, para ello también es posible que deba hacer quite a ciertos lugares comunes.
A mi parecer, indiscutiblemente y a millas de distancia, lo mejor que pude ver fue Independencia (2009) de Raya Martin, cinta única de carácter político y experimental, que inventa genealogías cinematográficas ahí donde no las hay a su vez que da cuenta una doble faz del imaginario colonial del otro (un cine mudo hecho a la medida de la conquista territorial de lo exótico), a su vez que de la historia social, política de un país. Como si se tratase de una pesadilla, o un sueño, el universo de Martin es a la vez cerrado, expresionista, bello, pesadillesco. Todo esto apuntala la cinematografía filipina, y en especial el trabajo de Raya Martin en la punta, así lo confirma el reciente dossier de Cahiers du cinéma España. Casi cuesta creer que el premio no haya sido dado a esta cinta, aunque sin duda la favorita era La Pivellina (Tizza Covi & Rainer Frimmel, 2009) que finalmente ganó el premio a mejor cinta, coincidiendo con el premio del público. A mí parecer, una cinta que sigue la huella de los Dardenne, que sigue a los personajes de un circo en las afueras de Roma y que apela a cierta espontaneidad por parte de los tres personajes centrales (Walter, Patty y Asia, la niña de dos años), y que en la tecla de la ternura y la tragicomedia me retrotrajo en parte al imaginario del primer Fellini. Esto último, quizás, cierta empatía provocada e intencional, que en la cinta de Covi y Frimmel podría aún aguantar, en otras cintas de observación molesta un poco más; aún en sus cruces documental/ficción, el observador no neutro ideológicamente si no, transparente, autoinvisibilizado, sigue dando sus frutos: es el caso, por ejemplo de la rumana Constantin and Elena (2009) de Andrei Dascalescu, que se centraba en la relación de dos abuelos , su cotidianeidad, y rutina, como si de una postal fuera de tiempo se tratase, y que el propio dispositivo narrativo tendiese a clausurar; o en Carcasses (2009) de Denis Côté, donde el observador no decidiese por una de las dos historias que quisiera contar, pero que al mantener clausurado el mundo (aún en su dinámica documental, su observación paulatina), apuesta por la incoherencia y arbitrariedad interna antes que su quiebre, terminando en un tono a mitad de camino entre el exotismo barroco y la ternura patriarcal; o en los resabios sociales de El vuelco del cangrejo (2009) de Oscar Ruiz Navia que no terminaba por decidirse por una alegoría poética o una realidad social, por si seguir en la línea de un Rocha mágico o una denuncia política. Aquí no se trata de moral, pero sí de dar cuenta del agotamiento de ciertos tratamientos y tonos de enunciación. Para contraponer, podríamos decir que aunque seca y distanciada, la sueca The Anchorage (C. W. Winter & Anders Edström, 2009), sorprendía por la rigurosidad, a nivel de encuadre y uso del tiempo, sin hacer hincapié en la historia, si no en el despojamiento de adornos, y elementos que no apuntaran a la singularidad del tratamiento. Ni cerrada ni abierta, ni perfecta, ni imperfecta: coherente, opaca, sin efectos ni golpes bajos. La portuguesa Ruinas (2009) de Manuel Mozos, también podría ser un ejemplo: ¿un video poesía?, ¿un documental fragmentado? El paso del tiempo, un texto off que va y viene, citas, espacios en desuso, testigos mudos, y Mozos haciendo hablar la materia. Quizás sea testimonio del descarte, del olvido, de algo que nos lleva a algunas cintas de Manoel de Oliveira, pero las huellas de Ruinas permanecen en la memoria, al pasar de los meses.
Otra de las favoritas, nos lleva hacia otra zona de películas, más contemporáneas, con cierto deseo de de presente, de abrir vetas a la pulsión de muerte: hablo de Os famosos e os duendes da morte (2009) de Esmir Filho, cinta brasilera que podría ser sueca, ambientada en un frío pueblo al sur de Brasil, y que tiene por protagonista a un fanático de Bob Dylan que desde su casa, transmite fotos de sí mismo, citas a Dylan; con mucho aire poético, cierta psicodelia, esta es una película de la era “emo”, donde posiblemente varios valores de lo que entendemos por cinematográfico también se encuentren transando: su autolamentación a cuestas, cierto lirismo kitsch parece haber gustado a gran parte del público, y así también gano el premio a mejor dirección. Me quedo con algunas atmósferas fantasmagóricas, y paisajes nocturnos, su ambiente general de aburrimiento y angustia generacional. En el lado opuesto, descarnado, nihilista, un documental de estilo clásico cuyo tema exasperaba, a ratos se hacía repudiable, The Cat, the Reverend and the Slave (2009) de Alain Della Negra y Kaori Kinoshita, contaba algo así como “las consecuencias” de Second Life (Miguel Gaudêncio & Alexandre Valente, 2009), donde en ciertos contextos la virtualidad termina construyendo modos de vida reales, donde el horizonte de realidad es el que termina desencontrándose en una galería de personajes indignos, sin mucha vida, y sin mucho que decirnos, salvo su adicción y deseo de escape. Un documental sociológicamente interesante, que quizás guste a los seguidores de Ulrich Siedl. En una línea similar, Noticias (2009) por cierto, de los chilenos Perut-Osnovikoff, llevando esa misma pulsión hasta el fondo y más allá: desde la catástrofe bellamente filmada de Chaitén, a muertos en la escena forense, una obsesión por el cadáver, lo putrefacto, lo raído y asqueroso, donde el centro del ataque parece ser el deseo espectatorial, por ende, es el espectador el que se vuelve un ser despreciable. Al no ser masoquista, ni Noticias ni The Cat… fueron de mi simpatía.
Más de mi lado, más cerca, más amable, la bella Excursiones (2009) de Ezequiel Acuña, definitivamente centrado en la comedia dramática de relaciones, con guión clásico y mucho diálogo. Los personajes de Acuña se han decidido a hablar, y su universo social parece crecer con ellos, ahora que el indie rock de Nadar solo (2003) ya parece ser cosa del pasado. Los personajes miran para atrás; otra vez la muerte acechando y un conflicto nunca hablado. Quizás Acuña se encuentre cerca de Truffaut, tanto en el placer de narrar, como el amor a sus personajes; a la mirada sobre los gestos, a cierto respiro de los tiempos. Y más cerca aún Turistas (2009) de Alicia Scherson, una segunda película digna, desencantada pero infantil a la vez de mujeres niña, y cierre de etapas, parques naturales, y detalles de toque pop que juegan en el plano de la superficie, sin enfatizar. Habría que hacer una incisión de una poética Scherson, que quizás le lleve un par de películas más en elaborar, pero que se encuentra en plena fabricación.
Pinto Veas, I. (2010). FICV09, laFuga, 11. [Fecha de consulta: 2024-11-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/ficv09/432