Así como David Oubiña, en la introducción del libro Cine, arte del presente (2004), de Serge Daney, propone al autor como un sismógrafo del cine, en el prólogo de Filmología se presenta a si mismo como un viajero y a su libro como un diario de viaje; los ensayos que lo integran son, para mí, como ciudades en el mapa: señalan diferentes sitios sólo conectados por la línea caprichosa de un itinerario personal´.
Este parentesco vocacional sitúa a Daney en el papel de cartógrafo y a Oubiña en la posición de atento vigilante; sobre aquel mapa trazado existen territorios frágiles, volubles, tendientes a desprenderse, a desaparecer. Su misión entonces: controlar esas fronteras a la manera inversa de las aduanas estatales; dejar libre su acceso, iluminarlas. Fomentar el tránsito y las migraciones.
Con estas primeras resonancias y transmutaciones entre Territorio y Cine, Oubiña establece su aproximación y se adelanta a desmarcarse de cualquier intento teórico totalizador. Lo suyo, en su propias palabras, es una tentativa, ´conjeturas que quisieran prolongar, a través de la escritura, el impacto de una visión´. Asociaciones inéditas, cruces impensados, libertad y pérdida de la identidad a través del acto de atravesar el tejido de los propios filmes mediante la escritura.
El primer y último ensayo del libro (Godard y Tarkovski respectivamente) se despliegan como dos continentes tan distantes que pueden llegar a tocarse en la redondez de sus imposibilidades; ´Mientras Godard hace las películas que aún no pueden hacerse, Tarkovski hace las películas que ya nunca más podrán hacerse´. Entre estos dos ensayos, trazado ya el itinerario, el autor tendrá diferentes compañeros de viaje. Desde Chantal Akerman a los hermanos Coen; desde Glauber Rocha a Jacques Tati, pasando por Abbas Kiarostami, Jacques Rivette, Alexander Sokurov, Werner Herzog, entre otros. Pareciera que, ante la pregunta que abre el libro, ´¿Como ir hacia una imagen?´, Oubiña responde; ir a la próxima, esperar la siguiente. Luego acercarse a ella, tal vez seguirla, pero dejar que continúe sola su viaje. Y puesto que la imagen es también viajera, familiarizarse con aquellos lugares-autores que las albergan, para esperarla nuevamente, pero tampoco detenerse ahí mucho tiempo. Ir hacia un autor yendo a otro, viniendo de otro. ´Mis historias se originan en ciudades, paisajes y carreteras. Un mapa es como un guión para mi, dice Wim Wenders en uno de los ensayos del libro. Y también, refiriéndose a los personajes de sus filmes; ´no van a ninguna lado; o mejor, no es importante para ellos llegar a ningún lado en particular (…) yo también soy así; prefiero viajar a llegar´.
Creo que lo único lamentable del libro descansa en una insuficiencia personal. La dificultad que tuve para leer la primera parte del libro, titulada “La mirada inhabitable”, radica en que, poco a poco, sentí que me abandonaban las imágenes. Tal como sugiere el título, llegado un momento ya no hay como habitar aquellas palabras con cine.
Por un lado, aquella intención inicial de establecer cruces inoportunos, incorrectos, se agota, puesto que los cuatro autores de esta primera parte (Godard, Akerman, Rocha y Rivette) se caracterizan, según el autor, por una “ poética de la negatividad ”, al manifestar una “potencia de ruptura” que los hace inasimilables a cualquier sistema de representación fílmica. Pero esa misma inclasificación común los inscribe en un registro demasiado parecido en el contexto de los ensayos, no así, supongo, en el contexto de sus propias imágenes.
En este sentido, salvo la primera etapa de Godard y una retrospectiva reciente de Rocha, esta “poética” es prácticamente desconocida para muchos de nosotros. “Las películas de Glauber Rocha no se pueden ver. Porque no se exhiben; pero sobre todo, y antes, porque hay algo en ellas que se resiste a ser asimilado”, dice Oubiña en su ensayo del portavoz del cinema novo . Podríamos d1ecir algo parecido de Rivette, Akerman y toda la etapa de Godard marcada por el grupo Dziga Vertov, sus trabajos en video de diversas duraciones y su incursión en la televisión.
A diferencia del texto teórico, que puede pretender cierta independencia con su objeto de estudio, este tipo de ensayo requiere una experiencia común. Digamos que merece leerse como las impresiones, como los recuerdos a través de los cuales dos viajeros, reunidos en un exilio voluntario, reconstruyen un mismo paisaje visitado en diferentes épocas. Al contrario, es un poco de voluntarismo lo que necesitamos para pasar las páginas en esos primeros autores “duros”. Como cuando un amigo nos cuenta el retrato hablado de alguien que quiere presentarnos y da por descontado que nos gustará. Pero es nuestro amigo, y decidimos confiar en su gusto.
David Oubiña, lector y constante colaborador de revistas como El Amante y Punto de Vista , en cuyas páginas desfilaron casi todos los ensayos que constituyen este libro, se formó, más allá de lo académico, en medio de la ebullente actividad crítica y cinematográfica del vecino país (cuyo principal festival, el Bafici, intimida nuestra pálida cartelera). Este libro es un intento por demostrar que es posible dejar de ser un reflejo de aquello que sucede en otras partes; es posible ver las imágenes como por primera vez. Basta para ello extraviarse, como nos invita el autor; “…porque el naufrago no es sino un peregrino que ha llevado el viaje más allá de los límites”.
E., J. (2005). Filmología, laFuga, 1. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/filmologia/244