Jodorowsky. El cine como viaje

La cruel metáfora de uno mismo

Por José Carlos Yrigoyen

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Nació en Lima en 1976. Ha publicado los poemarios El libro de las moscas (1997); El libro de las señales (1999); Lesley Gore en el infierno (2003); el volumen recopilatorio Los días y las noches de José Carlos Yrigoyen (2005) y Horoskop (2007). También tiene en su haber las crónicas deportivas Breve historia del fútbol de Indonesia (2009) y Con todo, contra todos. Una historia de la selección peruana 1968-2018 (2018); así como los libros documentales Poesía en rock, una historia oral: Perú, 1965-1991 (2010); y Crimen, sicodelia y minifaldas: un recorrido por el museo de la Serie B en el Perú (1957-2000) (2014), escritos junto a Carlos Torres Rotondo. Asimismo, es autor de las novelas Pequeña novela con cenizas (2015) y Orgullosamente solos (2016).


Libro editado por la Universidad de Lima, disponible en el repositorio: http://repositorio.ulima.edu.pe/handle/ulima/9297

Autor: José Carlos Cabrejo Año: 2019 País: Peru Editorial: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

 
 

De todas las estrellas del firmamento cinematográfico latinoamericano, quizá Alejandro Jodorowsky sea a quien más cuesta acercarse. Hay muchas razones para esta dificultad. Primero, el momento en que lo conocimos, casi siempre en plena adolescencia. Sus películas, crípticas y repletas de símbolos y alegorías, eran lo que nos exigía a gritos nuestra pueril pretensión cuestionadora y la necesidad de juzgar trascendente aquello que no entendíamos. Luego, ya hombres hechos y derechos, encasillamos a Jodorowsky como un autor estrafalario y demodé que hacía poesía audiovisual desde la más irresponsable gratuidad. Le caía a pelo la definición de Vargas Llosa sobre Murakami: sus obras nos parecían profundamente superficiales. Meros ego trips exhibicionistas y sin pulpa.

Reconozcamos que el mismo Jodorowsky no nos ayudó mucho a variar el concepto que teníamos de él. Sus apariciones públicas en los últimos años suelen estar cargadas de una sabiduría esotérica que con el tiempo se ha convertido en una fanfarria cada vez más delirante, por no mencionar la alegre charlatanería de su “psicomagia” y otras minucias. Lo quisiéramos o no, la condescendencia y el prejuicio a la hora de evaluar su obra fílmica se hacían inevitables hasta para las mentes más lúcidas. Por eso el más reciente libro de José Carlos Cabrejo es tan importante. Diría incluso urgente. “Jodorowsky: el viaje como cine” significa un afortunado esfuerzo de un semiólogo que considera que su disciplina tiene el deber de ser accesible y reveladora para los demás. Su objetivo, sutilmente declarado, es demostrar que nuestra noción del director francochileno como un forjador de películas abstrusas y arbitrarias en su origen y desarrollo es un error que nos priva de una mirada mucho más compleja e iluminadora sobre El topo, La montaña sagrada o Santa sangre, cintas construidas a base de un intrincado andamiaje de influencias literarias y cinematográficas, así como de atrevidos referentes de distintas religiones. Sin olvidar de que hablamos de la más lograda cristalización del espíritu psicodélico y contracultural del cine de nuestro contexto latino, confiriéndole una madurez y estatura artística que otros exponentes con similares intereses - Fernando Arrabal o José Mojica Marins- no pudieron alcanzar, a pesar de sus logros, llamativos pero parciales, a fin de cuentas.

Uno de los riesgos más latentes cuando se desea desentrañar los símbolos y sugerencias de un autor como Jodorowsky es caer en el análisis caprichoso e indiscriminado que su extremo hermetismo propicia. Esto no ocurre con Cabrejo. No solo porque cada una de sus interpretaciones está justificada gracias a su afinado olfato para detectar y examinar las transtextualidades que su vasta erudición le permite, sino también porque su rigor se traduce en que nos son útiles y nos hacen reparar en asociaciones enriquecedoras que sitúan a Jodorowsky como figura destacada de un contexto hilvanado por motivaciones comunes entre ciertos directores y géneros en boga de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Como bien indica Cabrejo, es factible hallar en esta experiencia cinematográfica claras relaciones con Fellini, Buñuel o Pier Paolo Pasolini. Sobre este último, lo asocia a Jodorowsky debido a la “corporalidad sensual y violentada” que es, en efecto, una obsesión compartida entre ambos. Hay muchas otras claves coincidentes. Solamente en Fando y Lis, el primer largometraje del chileno, hay uno que resalta palmariamente: la metáfora del viaje por el desierto como periplo vital hacia un objetivo que es simultáneamente aspiración y enigma. Es el mismo desierto de Teorema (que, además, nace de las reminiscencias bíblicas a las que Jodorowsky es tan afecto), y de la proyectada Porno-Teo-Kolossal, filme que iba a tratar acerca de un recorrido mágico y místico de un muchacho y un anciano que, guiados por un cometa, enrumban hacia ciudades arcaicas que encarnan diferentes ánimos, horrores y esperanzas; igual que la Tar de Fando y Lis, que simboliza la libertad añorada por la joven pareja protagonista. Esto, sin mencionar los obvios guiños a la Divina comedia en los que ambas películas se fundamentan. Cabrejo nos recuerda que los grandes éxitos de Jodorowsky fueron un suceso dentro del circuito de las midnights movies de Estados Unidos. Hay un autor de ese rubro con quien también comparte la misma visión del desierto como espacio de padecimiento y muerte, donde solo al final del peregrinaje es posible la expiación sexual: el sicalíptico Russ Meyer. En Supervixens, por dar un caso, hay una mescolanza de violencia gratuita, sexo desenfrenado y surrealismo detonador en medio de un yermo amenazante cuyas efusiones son imposibles de no coaligar con el abigarrado universo de Jodorowsky.

Sin duda uno de los méritos mayores del libro de José Carlos Cabrejo es ocuparse de la última etapa del cine de Jodorowsky con semejante esmero y hondura que les dedica a sus obras más celebradas. Me refiero al ciclo autoficcional “La danza de la realidad”, del que ya ha entregado las dos primeras partes, la que le da nombre y “Poesía sin fin”, título que puede ser una respuesta a la “Muerte sin fin” de Gorostiza, pues uno de los leitmotivs de esta película es justamente el combate contra la vejez y nuestra condición mortal por medio de la evocación imaginativa y lírica, concretada a través de la sensorialidad y el onirismo más radical. Admito que este apartado del cine de Jodorowsky me sigue resultando irregular y desconcertante. Sin embargo, Cabrejo arroja una luz sobre él que le otorga nuevas significaciones y conexiones con las anteriores etapas de este autor. La reconstrucción de la infancia provinciana -muy parecida a la que hace el genial escritor chileno gay Mauricio Wacquez en su brillante y proustiana Epifanía de una sombra- y la incapacidad de encajar en una realidad que hiere y exige la convencionalidad al joven Alejandro y el advenimiento salvador de la sexualidad y la literatura explica de manera casi siempre convincente el camino artístico de un hombre demasiado talentoso como para ser reducido al chamán farsante que algunos insisten en presentar. “Jodorowsky: el cine como viaje” es una invitación a reconsiderar nuestras perspectivas y pareceres sobre un mundo personalísimo del que queda mucho por descubrir.

 

 

 

 

 

 

 

 
Como citar:
Yrigoyen, J. (2020). Jodorowsky. El cine como viaje, laFuga, 24. [Fecha de consulta: 2024-12-10] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/jodorowsky-el-cine-como-viaje/1021