La vida al interior de la comunidad de Pirque, que da cuerpo a la película La comunidad, sale a la luz a raíz de la muerte e inhumación ilegal de Joselyn Rivas; hecho que pone en tela de juicio la validez de este modo de vida comunitario, liderado por Paola Olcese. Pero es la intuición, declarada por la directora, de que en este hecho subyace una historia más profunda lo que hace emerger el relato documental en búsqueda de respuestas que complejicen el escenario delimitado por los medios sociales, los que, rápidamente, rotulan a dicha comunidad como una secta que pone en peligro la integridad y voluntad de las personas. En este sentido, la primera misión declarada del documental supone tensionar y cuestionar lo normado por la prensa. Desde ahí surge un diálogo, en donde la voz de la directora actúa como mediadora, no sólo entre las distintas voces que se materializan en el relato sino que también entre las capas de lectura que surgen a medida que el relato evoluciona. Evolución que está dada por el avance del proceso judicial al que son sometidos los integrantes de la comunidad; La cual sella con la puesta en evidencia del abandono por parte de la prensa a este caso, lo que se transforma en un logro para el cometido del documental y establece una clara diferenciación ontológica entre ambos medios y/o lenguajes que buscan vehiculizar las lecturas posibles en torno a los hechos y a la vida de la llamada comunidad de Pirque. Donde silencio y temporalidad aparecen como dos tópicos centrales sobre los cuales la película construye su identidad.
De esta forma, mientras la prensa se somete a una presión por enmarcar los sucesos, a una obligación por decirlo todo (lo que la conduce a cerrar los sentidos), el documental realiza un profundo seguimiento que duró alrededor de 4 años y que se entrega en una especie de aura meditativa, donde destaca una cierta economía textual, la presencia abierta del paisaje natural, del trabajo artesanal y de un universo sonoro invocativo que integra canciones y rezos que son autoría propia de la comunidad. Pero, por sobre todo, donde opera un silencio activo que tiende a abrir las lecturas y sentidos posibles. Es por eso que la voz de la directora se transforma en una cita constante a la reflexión. En una especie de rezo que expande la imagen y que no se reduce ni a los hechos ni a las palabras. Y más bien respeta esa exigencia de sobriedad que administra el ejercicio del lenguaje en las comunidades que tienen una relación con lo divino. Es por eso que la palabra parece vibrar siempre desde un fondo de silencio que la vuelve menos imperfecta, y hace que el testimonio de lo real y de lo divino sea menos infiel.
El silencio aparece así como una respiración del significado, en tanto supone un discernimiento en la elección de las palabras; hace posible, además, que las personas mantengan su mirada sobre el mundo incluso cuando les cueste comprender el suceso trágico. El silencio concede un espacio a lo simbólico, y permite una reflexión que conduce al entendimiento de las cosas, a no perder el hilo y a tomarse el tiempo necesario para la comprensión. El cual también es parte integral de la forma de vida de esta comunidad, en tanto el silencio es una condición de la vida mística, de esa búsqueda espiritual permanente alejada del ruido y saturación del mundo urbano. Mediante la práctica del silencio interior el creyente busca hacerse más disponible a la presencia de lo sagrado, y despojarse del lastre profano del mundo circundante. Silencio que también se hace presente en la ausencia-presencia tangible de Joselyn Rivas como miembro de dicha comunidad. Por eso resulta elocuente que el documental haga eco de ese silencio y de su cualidad complementaria, la escucha; respetando los tiempos y espacios testimoniales para romper y matizar el calificativo de secta peligrosa que cae sobre la comunidad; para despejar ciertas sombras y desconfianzas que rodean a todo aquel que decide separarse de la sociedad. El arma del lenguaje está basada precisamente en esa tensión del silencio.
En base a esta dinámica, el poder de la justicia civil absorbe los silencios e impone la palabra, la sentencia final que da cierre al caso, dejando a Paola Olcese sobreseída por padecer de “delirios místicos-mesiánicos” y a los otros dos imputados condenados a asumir la responsabilidad de los hechos. Éstos acatan las condiciones del tribunal, aunque comprenden que esta deuda tiene más relación con el sistema que con una verdadera puesta en valor de lo ocurrido. Y Por su parte la presión mediática también hizo lo suyo, obligando a que la comunidad buscara un nuevo terreno luego de que el dueño del predio de Pirque les cancelara el contrato de arriendo. Además de tener que asumir ciertos compromisos en torno a la educación formal de sus hijos y al ingreso en los sistemas de salud pública. En este sentido, el ejercicio del silencio presente en la comunidad aparece como un espacio necesario no sólo para asimilar los hechos sino que para escapar de cualquier juicio innecesario, que simplifique la realidad a meros rótulos.
“Es como empezar de cero, una vida limpia, como Dios quiere”, sentencia uno de los jóvenes de la comunidad. Pero, ¿Qué significa vivir en comunidad? ¿A qué se adhiere? ¿A qué se renuncia? Esto sólo se puede responder en relación a lo otro, a la sociedad urbana y a los valores predominantes que la sostienen. Pero el sentido final de esta comunidad no está en ser una contrarespuesta reaccionaria hacia el modelo de sociedad imperante, sino que a un formato de vida desmantelado de toda espiritualidad. Por eso el modelo de la comunidad se halla en la naturaleza y deciden (re)instalarse en esa otra tierra nueva que posibilita el advenimiento de su micro sociedad. Una sociedad donde la democracia no parece ser el valor de cohesión porque su proyecto es mayor que ellos mismos. Donde se plantea la posibilidad del bien total y se trabaja por la ausencia del mal. Donde se intenta hacer tabla rasa con los preceptos de la vida urbana. Aunque esto sea una amenaza para nosotros que hemos delimitado bastante bien las fronteras de lo normal, al punto de que sólo las podemos ver y desnaturalizar si es que nos las ponen al frente y en conflicto. En este sentido el documental opera sobre nuestro propio de modelo sociedad y no sólo como un reflejo de la vida al interior de la comunidad de Pirque, la cual en muchas dimensiones parece ser mucho más consciente de las decisiones que han tomado; por el solo hecho de que han regresado sobre ciertas preguntas primigenias para poder hacer tabula rasa y construir un modelo propio de organización.
Tabula rasa que supone una renuncia, por un lado, pero por otro, una apertura hacia una visión clara del nacimiento y de la muerte como procesos naturales, a una mayor consciencia de nosotros mismos como animales y una mayor proximidad a los animales en nuestra vida cotidiana. Donde hay un renacimiento de la familia extendida. Un mayor énfasis en la comunitario y no en la competencia, en la individuación y no en el individualismo. Donde el poder equivale al hecho de estar centrado, a la autoridad interna, antes que a la capacidad de hacer que los otros hagan lo que queremos que hagan. Es decir, donde el poder aparece como la capacidad de influir en los otros sin presión ni coerción. Donde la producción en masa cede ante al artesanado, la agroindustria a la producción agrícola en pequeñas granjas orgánicas y de labor intensiva; donde la economía no es esencialmente expansiva, sino que sustentable en una mixtura de socialismo en pequeña escala, capitalismo y trueque directo, porque la ganancia no es un fin en sí mismo. Donde el vínculo con los demás y con la naturaleza se centra más en la armonía, que en la conquista y la exploración. Donde el universo se vuelve a experimentar como un ser protector y benevolente. Donde el sentido no es algo que está afuera sino que está dado por una profunda conexión y pertenencia a un patrón más grande que uno mismo.
Si bien esta búsqueda puede parecer un intento por retornar al punto de partida, tal vez a la seguridad de una época anterior ya superada, es necesario hacer la distinción entre recapturar una realidad y retornar a ella. En este sentido, la experiencia de la llamada comunidad de Pirque es un intento directo de rescatar del pasado aquello que perdimos en los últimos cuatro siglos; es un intento por recuperar el futuro.
Es esta disposición la que permea al documental, el cual también busca barrer, a su modo, con la definición de realidad que construye constantemente la prensa y la opinión pública.
El misticismo por un cine que es capaz de hacer tabla rasa.
Carvajal, M. (2014). La comunidad, laFuga, 16. [Fecha de consulta: 2024-12-21] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/la-comunidad/708