Las analfabetas

O notas para un oxímoron∗ cinematográfico

Por José Parra Z.

Biografía +
José Manuel Parra Zeltzer (Santiago, 1986) Licenciado en Teoría e Historia del Arte y Realizador en Cine y Televisión de la Universidad de Chile. Candidato a Magíster en Estudios de Cine de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha trabajado principalmente las temáticas de Arte Chileno en Dictadura, Cine y Representación, publicando artículos relativos a la conexión entre arte y política en Chile y los modos de consumo cinematográfico en Latinoamérica. Asistente de Investigación en el proyecto Bicentenario de la Universidad de Chile “Los dispositivos de la Imagen y el Poder. Iconoclastia y Performatividad en Chile (1970-1990)”, trabajando sobre la relación entre arte, cuerpo y Derechos Humanos en el periodo 1978-1982. También realiza críticas de cine en radio, en el blog especializado “El Agente Cine” y la revista digital “La Fuga”.

 
 

En algunos de esos cuentos mínimos de Jorge Luis Borges, donde a partir de un encuentro casual en una librería, un tren o un café, tal o cual personaje relata un fragmento determinado de su vida, el escritor argentino traza con delicado virtuosismo ciertas historias que son en apariencia sencillas pero que al mismo tiempo poseen rasgos de intrincada profundidad. En ellas se exhibe una capacidad para encontrar en situaciones comunes y corrientes, el espacio para lo asombroso, como si siempre estuviera latente, en nuestras experiencias más ordinarias, un germen de universalidad. Parafraseando al propio Borges, Las Analfabetas es una película que destaca (si el oxímoron 1 El oxímoron es una figura retórica que consiste en la combinación de dos palabras con significados opuestos, en la búsqueda de que en su vinculación, generen un sentido nuevo es tolerable) por su simple complejidad. La ópera prima del cineasta chileno Moisés Sepúlveda, responde a esta afirmación levantándose como un nítido ejemplo de economía narrativa, potencia visual y los alcances de la palabra hablada y escrita. La palabra misma es el eje articulador de toda la pieza, la que adquiere una dimensión central por el contenido del relato: Ximena (Paulina García) es una mujer mayor que toda su vida ha ocultado su analfabetismo. La mujer que habitualmente le lee ha caído enferma y la reemplaza su hija Jackeline (Valentina Muhr), una novata profesora de lenguaje que como proyecto personal intenta enseñarle a leer. Habituada como está a sus limitantes, Ximena se niega a aprender algo que le parece innecesario. Sin embargo, una carta de su padre, dejada como el único recuerdo de su lejana ausencia, hace que ambas mujeres comiencen una relación que va más allá de lo pedagógico, adentrándose cada vez más en el mutuo reconocimiento.

Las Analfabetas es una obra simple en la presentación de sus recursos. A primera vista, todo es compacto, todo está a la mano. No hay remolinos ni acrobacias narrativas, el cause dramático avanza en una sola dirección, sin personajes ni situaciones satélites, necesitando solo a las dos protagonistas para contar la historia. Gran parte de la acción ocurre en la casa de Ximena, que por cierto se muestra como un hogar tradicional, donde no parece abundar ni faltar nada de lo inmediato. Si bien todos estos rasgos puedes atribuírseles al origen teatral del guión –vestigios sobre los que volveremos más adelante-, la puesta en escena utiliza, con igual precisión y sin rimbombancias, las retóricas propias del lenguaje cinematográfico. Tanto la ambientación de la casa como el modo en que fue fotografiada, dibujan un naturalismo palpable a lo largo del metraje, que justamente demarca la intimidad de la vida privada como primer límite de las intenciones del film. Incluso el desenlace es sencillo, lo que no quiere decir que sea fácil o superficial, por el contrario, está a tono con la generalidad de la propuesta, apelando más bien a una profundidad de carácter emocional.

En sintonía con lo anterior, Las Analfabetas es una obra compleja en los recovecos de su trama. La película tiene la capacidad de superar el anecdotario al tejer delicadamente la gravedad de los temas que trata. Esa intimidad a la que hacíamos referencia, apela no solamente al circuito cerrado que aloja los acontecimientos, si no que también da lugar a actitudes y comportamientos ampliamente diseminados en nuestra sociedad. El secreto, el remordimiento, el tabú, son conductas arraigadas en la cotidianidad y precisamente hacen falta discursos que se sitúen en ese espacio para que hablen de ellas con propiedad. En términos visuales, es interesante el cómo a medida que la madeja dramática se va deshilvanando y los conflictos más subterráneos van emergiendo –la paralizadora inseguridad de Jackeline, la orfandad afectiva de Ximena-, la película empieza a oscurecerse, como si la penumbra fuera la atmósfera indicada para la sinceridad, como si el refugio que proveen las sombras aplacara la vergüenza de las confesiones. Es en presencia del claroscuro donde comenzamos a entender que el analfabetismo es de algún modo compartido, que las protagonistas sufren una suerte de ignorancia más primigenia, más fundamental, que las frustraciones son comunes, más allá del motivo singular que las produzca.

No deja de ser tentador vincular el trabajo de Moisés Sepúlveda con los conflictos educacionales que han marcado la agenda pública de nuestro país desde hace ya varios años. El tema no se enuncia directamente y más bien aparece de soslayo, no a partir del gran eslogan que ha movilizado la causa ciudadana –entiéndase “fin al lucro”, “gratuidad”, etc.- si no que, en la tónica de lo que veníamos mencionando, desde las singularidades que marcan lo fallido del sistema. Nadie se preocupó si Ximena aprendía o no cuando estuvo en el colegio, nadie reparó en sus propias dificultades. Cuando la calidad se mide a partir de estadísticas e indicadores, poco importa lo que sucede con una niña cualquiera, que asiste a clases más para rellenar registros y actas que para educarse, en el amplio sentido del término.

Si el oxímoron hasta ahora propuesto ha sido tolerado, nos gustaría concluir con la proposición de uno nuevo, relativo a la traducción de lo teatral a lo fílmico en la adaptación que origina esta película. Aquí el vínculo es consistente y va desde la participación del dramaturgo Pablo Paredes en la escritura del guión junto al director del film, hasta la reiteración de las actrices protagonistas en ambos escenarios. Haciendo el intento quizás imposible de esquivar juicios valóricos, llama la atención cómo a ratos, especialmente en algunos textos y en determinados acentos de la actuación, el antepasado teatral emerge con potencia en medio del horizonte cinematográfico, fisurando a ratos el universo autónomo de la representación fílmica. En ese sentido, se vuelve interesante preguntarse hasta qué punto el teatro y el cine coinciden, hasta dónde son antónimos, y cuánto pueden convivir sin despotenciarse el uno al otro. Se trata de una interrogante que podría demandar toneladas de literatura, y que obtiene en Las Analfabetas un claro ejercicio que transita en la frontera entre estas dos plataformas, sacando rendimiento de las ventajas y posibilidades que cada una ofrece.

 

 
Como citar:
Parra Z., J. (2014). Las analfabetas, laFuga, 16. [Fecha de consulta: 2024-04-19] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/las-analfabetas/685